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Nolofinwë se dejó arrastrar, sin dejar de sonreír como un tonto. Fëanáro lo había sacado del pabellón, alejándolo de un desconcertado Duilin y, sin soltar su brazo, lo condujo a través del jardín en dirección a la parte trasera del palacio. En cuestión de minutos habían arribado a las cocinas y si alguien notó que el Príncipe Heredero arrastraba a su medio hermano cual si tuviera intenciones de castigarlo, nadie hizo un comentario.

Fëanáro empleó las escaleras de los sirvientes para acceder al ala oeste, donde se encontraban sus aposentos.

Finalmente llegaron a una amplia recámara amueblada a modo de estudio. Una pesada cortina de terciopelo rojo oscuro se extendía de una pared a otra, dividiendo la estancia.

Fëanáro se detuvo al fin y giró en los talones, enfrentando a Nolofinwë con el ceño fruncido.

- ¿Qué crees que estabas haciendo? – demandó con voz tensa.

Nolofinwë pestañeó suavemente y sonrió, travieso.

- Celebrando -, respondió con sencillez, manteniendo la mirada fija en el rostro de su hermano mayor.

- ¿Con Duilin? – siseó Fëanáro -. ¿Tienes algo que celebrar con él? ¿No es acaso el compañero de ese que llamas amigo?

- Duilin solo estaba cerca -, se encogió de hombros el menor.

- ¿Esperas que me crea que fue casualidad que él estuviera allí? – gruñó de nuevo, tirando del antebrazo de Nolofinwë para acercarlo a él -. Tu mente estaba tan abierta, tan... desnuda... que pude escuchar cada palabra, cada emoción que pasaba entre ustedes. Estabas hablando...

- Creí que eras tú -, lo interrumpió Nolofinwë, reclinándose contra su cuerpo.

Fëanáro quedó en silencio, apretando casi brutalmente el antebrazo de su medio hermano. Nolofinwë no dio muestras de sentir dolor; en cambio, alzó la mano libre y rozó con las puntas de los dedos la sien de Fëanáro.

- Cuando llegué esta mañana y me enteré de la fiesta de compromiso, creí... - Deslizó los dedos por el contorno del rostro, en dirección al mentón orgulloso -. Si hubieras sido tú quien se casaba yo... yo no hubiese vuelto jamás.

Los ojos de Fëanáro se dilataron y una pesada respiración elevó su pecho.

- Nolofinwë! – ladró con esfuerzo -. No digas cosas de las que te puedas arrepentir después.

Ahora fue el turno de Nolofinwë de que sus ojos de cobalto y plata se abrieran y que su aliento se entrecortara.

- ¿Arrepentirme? – repitió -. ¿De qué? ¿Puedo arrepentirme de algo? Debería de odiarte, Fëanáro. Es por tu culpa que mi vida es... un desastre. Y, sin embargo, yo no soportaría verte junto a alguien más... junto a ella. Soy... egoísta.

Nolofinwë pronunció las últimas palabras en voz baja, casi un susurro, mientras movía los dedos hasta dibujar la comisura de la boca generosa. Trazó con la punta de dos dedos la curva llena del labio inferior, su mirada fija en ese punto exacto. Antes de que Fëanáro reaccionara, se echó adelante y posó su boca sobre la de él.

Fue solo la presión de labios contra labios, sin que Fëanáro separara los suyos o diera muestras de querer responder o rechazar la caricia. Un sonido de disgusto y decepción emergió de la garganta de Nolofinwë, transformándose en un gemido cuando se alejó, avergonzado. Contempló el rostro impasible de su medio hermano un segundo y volteando la cara, quiso marcharse.

Fëanáro no liberó su brazo; por el contrario, apretó el agarre y tiró de él. Nolofinwë se negó a mirarlo incluso cuando el otro brazo del Príncipe Heredero le rodeó la cintura, pegándole a su cuerpo. Fëanáro dejó ir su mano para agarrarlo del mentón y obligarle a mirarlo.

Cuentos de Hadas de la Tierra Media 1 - El Príncipe y el Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora