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Nolofinwë se movía como en un sueño.

Su madre había acudido esa tarde para comunicarle que un mensaje fuera recibido en el estudio del Rey. Solo un paquete había sido encontrado; pero Nolofinwë no precisó explicaciones cuando Indis desenvolvió el estuche delante de él: una hopalanda roja, adornada por estrellas doradas se descubrió ante sus ojos.

- Vendrá a buscarme -, declaró el joven, con resignación.

- Hijo mío...

- No sé si espera que lo acompañe o... No debes preocuparte, madre. No temo al dragón -, la tranquilizó, besándola en la frente.

- Pero...

- Creo que llegaremos a entendernos. De algún modo -, sonrió, fingiendo desenfado.

Y no mentía. No era el dragón quien le preocupaba. Lo que le hería era la actitud de Finwë. Por otro lado, estaba furioso con su hermano mayor: a pesar de deberle la libertad, Fëanáro no se había mostrado interesado en Nolofinwë o su destino. Desde su llegada al palacio, el Príncipe Heredero - ¡oh sí!, Finwë no perdió tiempo en devolver los privilegios a su primogénito – había ocupado su tiempo en visitar a Mahtan, reactivar su forja y enfrascarse en su trabajo.

Ahora, de pie ante el espejo de cuerpo entero que había en su alcoba, Nolofinwë observaba su imagen. A pedido suyo, Indis en persona lo había ayudado a bañarse y peinarse, para luego vestir solamente la prenda de seda roja.

Una incómoda sensación se asentó en el vientre del príncipe. Algo no estaba bien en todo aquello.

La brisa que traía el perfume de las flores plateadas de Telperion agitó las cortinas que daban paso al balcón y Nolofinwë volteó a mirar. Nada más que el cielo tenuemente iluminado se veía afuera.

Nolofinwë volvió a contemplarse en el espejo, para enseguida fijarse en el cuarto a su espalda.

Había ocupado esta alcoba después de su mayoría de edad, apropiándose de la Torre Norte del palacio. Desde su ventana podían verse las cimas del Calacirya y los muros tras los cuales se ocultaba la antigua fortaleza de Formenos. El joven se preguntó si Fëanáro planeaba recuperar su hogar al norte, si solo estaba recuperando fuerzas antes de atacar al dragón en venganza por los años de prisión.

Un escalofrío recorrió a Nolofinwë: ¿realmente quería que su hermano matara a la Bestia? A pesar de todo, la Bestia había sido un amigo, una compañía en los años en que apenas tuvo compañeros... y Nolofinwë estaba aliviado de haber comprobado que no hubiese asesinado a Fëanáro.

Su mirada se desvió al balcón una vez más y sobre la baranda de piedra distinguió la oscura silueta erguida.

Despacio, la bestia descendió de su sitio con la gracia satinada de una pantera. Atravesó las cortinas de seda bordada y entró en la estancia.

Nolofinwë se preguntó si pretendía llevárselo volando a la cueva. ¿No habría sido más sencillo exigir que fuera conducido hasta los túneles y luego...?

El hilo de sus ideas se cortó cuando el dragón se acercó a él y lo rodeó, restregándose a sus caderas como un gato enorme. Nolofinwë frunció el ceño.

El dragón retrocedió un poco e inclinando el cuerpo, metió la cabeza bajo el borde de la bata roja.

- ¿Qué carajos...? – estalló Nolofinwë al sentir el aliento caliente de la criatura ascender por sus muslos hasta rozar sus partes íntimas.

Un jadeo estrangulado dejó su garganta cuando una lenta lamida recorrió su sexo laxo. De repente, el dragón retrocedió y dándose la vuelta, usó la cola revestida de púas para enredar la prenda de seda y desgarrarla.

Cuentos de Hadas de la Tierra Media 1 - El Príncipe y el Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora