15

278 6 2
                                    

Durante los días siguientes, Nolofinwë no vio al dragón. Encontraba los alimentos que le dejaba puntualmente y dos nuevos juegos de brazaletes y anillo se sumaron a su colección, así como una caja de música en cuya interior danzaban estrellas de zafiro. Sin embargo, la Bestia no se mostró.

Nolofinwë empezó a preocuparse. Tuvo tiempo de reflexionar acerca de las palabras del dragón.

¿Su alma gemela? ¿Tal cosa realmente existía? Nolofinwë había escuchado a sus primas maternas y otras muchachas adolescentes fantasear acerca de ese supuesto compañero ideal, la contraparte perfecta para cada una de ellas, el 'destinado'. Los Kemendili, por otra parte, aseguraban que cada ser venía al mundo atado a otro, que en la Llama Imperecedera cada alma había sido dividida antes de encarnar y que los hilos del destino unían esas dos mitades – que no siempre se encontraban, pero que estaban destinadas a ser un solo ser. El príncipe noldorin nunca prestó atención a esas leyendas románticas: si bien Lindorië había despertado su afecto y su pasión, el amor propiamente hablando no había entrado en su vida o sus planes.

¿Alma gemela? Si tal cosa realmente existía, ¿qué sabría una bestia de ello?

Más que eso de 'almas gemelas', lo que intrigaba a Nolofinwë eran las otras palabras del dragón.

Me ataste a la cordura, había dicho. Me trajiste de vuelta, había dicho.

¿De vuelta? ¿De vuelta de dónde? ¿A dónde? ¿Quería decir el dragón que en ese momento en que le vio en la cuna supo que estaban... destinados? ¿Qué significaba exactamente estar destinado? ¿A una bestia?

Nolofinwë maldijo entre dientes, sintiendo el dolor de cabeza regresar. Recordó que al estar furioso, el dragón se había comunicado con mucha más coherencia que en otros momentos. En esos instantes, la voz que rugía en su mente había sido sospechosamente familiar.

- Estúpido -, masculló, obligándose a intentar conciliar el sueño.

Después de dar vueltas por un buen rato, Nolofinwë se quedó dormido al fin. Su sueño fue inquieto: imágenes de un combate, sangre empapando una habitación que parecía estar en el palacio real, la ansiedad que cortaba la respiración del joven mientras corría por los pasillos del edificio, la necesidad de llegar a tiempo... a tiempo...

Nolofinwë despertó jadeando, sudoroso. Mirando en derredor, comprobó que seguía solo y volvió a acomodarse entre los cojines.

Otra vez su descanso se vio plagado por imágenes sangrientas; pero esta vez la sangre estaba en sus manos, en su cuerpo desnudo. El dolor irrumpió en su pecho, retorciendo cada hueso, desgarrando la piel... y Nolofinwë gritó, impotente y desesperado, hasta derrumbarse sin fuerzas. Entonces solo quedó oscuridad.

- Déjame dormir -, se quejó el joven; pero al hablar entre dientes, más bien sonó como: 'dame mir'.

Como fuera, quien recorría sus piernas con suaves toques no se retiró. Antes al contrario, le hizo cambiar de posición para deslizar el pantalón suelto por sus caderas. Un rastro húmedo acompañó el descenso de la prenda de ropa hasta sus tobillos y luego, de regreso arriba, deteniéndose en las rodillas para continuar hasta que un beso suave fue presionado en la unión entre el muslo izquierdo y el torso.

Nolofinwë emitió un murmullo mientras se acomodaba bocarriba y separaba las piernas para que la otra persona se ubicara mejor entre ellas. Los labios entreabiertos trazaron un sendero hasta la base del sexo del joven y una leve mordida fue la señal antes de que una lenta lamida recorriera la longitud dormida. Nolofinwë se arqueó ligeramente y las lamidas continuaron por un rato, provocando que la verga se endureciera e irguiera, contrayéndose en anticipación. Cuando la cálida humedad engulló su sexo, el príncipe abrió los ojos, jadeando.

Cuentos de Hadas de la Tierra Media 1 - El Príncipe y el Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora