2. Elusión

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A partir de este capítulo, la línea temporal es:

Pasado - Futuro - Pasado

ELUSIÓN

Estaba segura de que toda aquella incomodidad podía haberse evitado, de no ser porque Albert estaba en una reunión, en lugar de mantenerse al pendiente de lo que ella pudiera necesitar.

Por eso estaba ahí, en completo silencio, dispuesta a no dirigirle una sola palabra, ni siquiera una mirada y sentada junto con su hija en el asiento trasero del auto de Terry, quien por primera vez en toda su vida, se atrevía a dar preferencia a su familia antes que a su adorado teatro.

Sin embargo, al menos de reojo se había percatado de la mirada triste y cansada que ese pobre hombre lucía.

¿La de ella sería semejante?

Con aire esquivo, él le pidió la lista de medicamentos, mientras ella reaccionaba cuando lo escucho decir que estaban frente a la farmacia, solo entonces salió de entre sus cavilaciones y buscó el documento, que le entregó aún sin pronunciar una sola palabra.

Inhaló profundo, tanto como su propia confusión, tanto como aquella mezcla de amor y otra sensación extraña, que no se atrevía a explorar, pero que sentía por su pequeña, desde el momento en que vio como Terry sostenía a su hija en brazos, luego de haberla ayudado a nacer.

—Tu padre te quiere —suspiró y acarició una de las mejillas de su hija—. Te quiere, como quizá nunca me querrá a mí.

De pronto, comenzó a sentir como le ardía la mirada, mientras trataba de lidiar con aquellas emociones.

Era su hija, la había llevado en el vientre por casi nueve meses, tenía su propia sangre y la había concebido junto al hombre que amaba; sin embargo, por más extraño que eso pareciera y sin importar cuánto amor sintiera por ella; en el fondo de su corazón deseaba que esa bebé no existiera.

•••

¿Dónde quedó todo?

¿Acaso tanto esperar no había servido de nada?

¿Acaso aquella charla y su desesperada súplica no habían sido precisamente para evitar una situación como aquella?

Con resignación y completamente solo, a pesar de las decenas de personas que estaban a su alrededor, seguía esperando a que algún médico saliera y le diera un poco de información; aunque a esas alturas ya no le importaba si era una buena o mala noticia, simplemente necesitaba saber algo sobre ella.

Habían pasado casi cuatro horas desde que había visto a su madre salir por el pasillo, aunque él había llegado a ese lugar casi dos horas antes y comenzaba a preguntarse si todo estaría bien con Teresa. Ella era la mayor causa de su angustia, ella solo era una bebé, de casi un año y que tan solo unos días antes había logrado tener el valor suficiente como para dar sus primeros pasos.

Estaba más que desesperado, tenía hambre y sueño, no había comido nada desde el día anterior y para colmo, no había llevado más que los diez dólares que con prisa tomó de la repisa y que le dió al único taxista que se atrevió a llevarlos.

Dispuesto a despejarse un poco, se levantó, avisó a la enfermera que no iría lejos y que tal vez solo se quedaría en el jardín o en las escaleras de la entrada, y salió con prisa. Ya no soportaba estar ahí, lidiando con la desesperación, la angustia y esas ganas de llorar e incluso de vomitar que no lo abandonaban. Una vez fuera se recargó en la pared, a un lado del letrero que señalaba la ubicación de la sala de urgencias, de dónde había salido.

—¿Gusta? —del otro lado de la entrada, un hombre le ofreció un cigarrillo.

—Gracias... —aceptó, tomó una pieza y la encendió en seguida.

—¿Fue un accidente? —por un instante pensó en mandarlo al diablo, pero algo le incitó a ser un poco amable.

—Algo así... —fue todo lo que balbuceó, sintiendo como el cigarrillo le mareaba, seguramente por la falta de alimentos y el estrés de lo ocurrido—. ¿Cómo lo?...

—Es obvio; por su ropa... —se adelantó, mientras que Terry prestaba atención a su vestimenta, por primera vez desde el momento en que había salido de su apartamento, quizá incluso antes—. Yo estoy aquí por mi esposa —dijo, mientras que el actor estaba más concentrado en el olor y el aspecto pardusco de la playera y el pantalón de pijama que no había tenido oportunidad de cambiarse—. Tendrá un niño.

—Que bien... —respondió solo para disimular; sin embargo, vió el momento exacto en que Eleonor bajaba de un taxi—. Disculpe... —sin esperar respuesta se acercó a la actriz—. ¿Dónde está Tessie?

—Terry, querido. La llevé a mi casa y la dejé bajo el cuidado de mi doncella; Mandy.

—Está bien —le tranquilizaba que al menos tuviera alguien que la cuidara—. Necesito que me prestes diez dólares y que te quedes aquí un rato.

—¿A dónde irás? —charlaban aún en el jardín del hospital—. Sabes qué. No importa. Ve a dónde tengas que ir; pero primero toma está maleta y cámbiate de ropa.

—Es justo lo que... —la abrió y revisó—. Gracias, te veo adentro... —fue directamente al baño donde trató de lavarse, en medida de lo posible, usando las pocas partes limpias del pijama y con la poca agua que salía del lavabo en el baño para caballeros.

—También te traje esto —una vez salió, la ubicó en una banca del jardín y se sentó a su lado, ella le dió otra bolsa, en la que no se había fijado.

—Gracias —sacó un recipiente del que comenzó a comer, no porque tuviera hambre, sino porque, ante la situación, debía mantenerse tan fuerte como pudiera.

La actriz deseaba dejarlo comer tranquilo, por eso permaneció a su lado y en silencio, hasta que terminó.

—¿Disculpen; ustedes son familiares de Candice Grandchester? —una enfermera los interrumpió, justo cuando estaba pensando en revelar lo sucedido—. El médico lo está esperando —musitó luego de que él respondiera con un leve gesto—. Solo puede pasar una persona.

•••

A partir de ese día Candy fue víctima de la apatía; su cuerpo aún padecía las consecuencias del parto y también de las complicaciones que sufrió con este. Sin embargo, todas las mañanas sonreía, escondida mientras observaba a su esposo jugando con la pequeña; excluida, por voluntad propia, de aquella convivencia que nunca duraba más de una hora.

Si así era su vida ahora; ¿Cómo sería después, cuando estuvieran en Chicago?

—Necesitamos hablar.

El primer día en que Terry se había quedado más de una hora, fue un lunes, durante su descanso. En esa ocasión, no tuvo oportunidad para dejarlos solos, pues de inmediato la detuvo con aquella simple frase, que alegró su corazón, mientras se cubría con una máscara de indiferencia y no fue, sino hasta que la pequeña se había quedado dormida, cuando al fin conversaron.

—Quiero pedirte que, antes de que se marchen, la llevemos a registrar —desilusionada, lo miraba insegura respecto a lo que debía responder—. Por favor... —musitó al no recibir una respuesta.

—Te avisaré cuando sea posible —contestó al fin—. El médico dijo que no debía exponerla, hasta que esté más estable.

—Entiendo.

Aturdida con aquel instante, prefirió pedirle que se marchara y que dejara de visitar tanto a la pequeña, alegando tener otras actividades, cuando en realidad, en ese momento solo quería llorar con tranquilidad, por la desilusión que sintió cuando él no le pidió que volviera a su lado.

Mintió y lo vio partir, mientras apretaba los puños con tanta rabia, que ni siquiera se percató del daño que estaba por ocasionarse con sus propias uñas.

En ese instante resultó claro para ella. Teresa era lo único que los unía y los mantendría en contacto, por el resto de sus vidas; pero ella no deseaba eso; ella lo quería todo o nada.

••• • •••

Por Siempre, Por AhoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora