6. Desesperanza

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Encerrada en el baño, sin otro lugar en donde poder esconderse, lloraba sin poderlo evitar.

¿Habría en el mundo alguien más patético que ella?

Saberlo sería al menos un consuelo.

Él estaba feliz de tenerla ahí, sin importar las razones por las que ella había hecho esa visita, sin importar nada más e inconsciente de las razones que en realidad la habían llevado. Y a su vez, ella estaba feliz por la forma tan fiel y entregada en que la recibió, a pesar de haber estado junto a la bebé. Pero, la duda la atormentaba.

¿Esa felicidad era por ella o por su hija?

Después de todo, él no había intentado tocarla, solo la había besado y, aunque aún no se sentía en condiciones como para algo más, deseó que al menos lo hubiera intentado.

Y al final, ella seguía ahí, sentada en el interior de la tina de baño, sin lograr dejar de sentir aquel deseo de no marcharse nunca más, sin lograr dejar de recriminarle por aquellos sentimientos que no podía evitar, sin lograr dejar de pensar que aquello era un error, sin lograr dejar de desear irse de una vez por todas.

De pronto, un desesperado llanto se escuchó a través de la puerta, no deseaba ir, no deseaba atender el llamado, era claro que ambas estaban igual de desesperadas.

¿Cómo podía, siquiera pensar, que lograría algo ella sola, cuando ni siquiera era capaz de apartar su propia desesperación para poder calmar la de su pequeña?, ¿cómo?

Sollozo con mayor impotencia, mientras aquel llanto comenzaba a calmarse, al tiempo en que se acercaba al lugar de su encierro.

Era simple imaginar lo que sucedía, era simple imaginar que él no tardaría en encontrarla, era fácil saber qué le reclamaría por no cuidar a su hija y entonces, tal vez así finalmente todo terminaría; tal vez le pediría que se marchara y se quedaría con la niña, solo porque ella acababa de demostrar que no era apta para ser madre.

•••

Sentado tras el escritorio en la oficina del director, Terry suspiró profundo, con una mezcla entre ansiedad, desolación y confusión; deseando no haber ido a traer aquellas cosas que había olvidado, y encontrándose con la suerte de que, antes de salir, un enviado de la corte necesitaba entregarle un citatorio.

Deseaba arrojarlo al basurero, luego hacer como que aquel documento no existía y, sin embargo, seguía sosteniéndolo entre sus manos.

Con frustración lo dejó caer sobre el escritorio y rió con amargura mientras se frotaba la frente.

No daba crédito a ello; no podía. Justo cuando comenzaba a creer que todo empezaba a mejorar y a tomar su lugar, llegaba ese citatorio al pasado.

¿En qué momento Candy inició todo aquello?

Había sucedido antes del "accidente" que la había llevado al hospital, eso era claro, pero ahora se daba cuenta de que, durante aquel tiempo en que claramente no lograron entenderse, ella había hecho mucho más que sólo mantener su distancia.

Tal vez, en esta ocasión era en serio. Tal vez aún deseaba llegar a eso. Tal vez, aquello era una clara muestra de que iba mejorando y de que, aunque existiera un poquito de amor entre ellos, no estaban hechos el uno para el otro. Tal vez debía admitirlo, aceptarlo, firmar el divorcio y pelear, en caso de ser necesario, por la custodia de Teresa, aunque era consciente de que la ley lo beneficiaría.

Y sin embargo, a pesar de todo, había jurado apoyarla sin importar nada más.

Con prisa salió del teatro para poder llegar a tiempo y recoger a su esposa. Deseaba llegar antes de que terminara la sesión, algo que definitivamente, luego de aquel imprevisto y tomando en cuenta que tenía el tiempo justo, no consiguió.

—¿Dónde estabas? —al llegar, ya lo esperaba en el recibidor fuera del pequeño consultorio, temiendo que él no volviera—. ¿Por qué tardaste tanto?

—Demasiado tráfico —fue todo lo que respondió, sin atreverse a mirarla—. Vámonos.

Aquella noche, durante la cena, inquieta por la actitud y la renuencia de su marido, estiró su mano izquierda hasta alcanzar los dedos de la mano derecha de él y cuando volteó a verla le sonrió un poco y con timidez, deseaba animarlo, tal como tantas veces había hecho con ella, pero la mirada turquesa delataba el profundo conflicto al que su dueño se enfrentaba.

—¿Qué sucede? —preguntó temerosa.

Él no respondió en seguida, inhaló profundo, tomó la mano de su esposa con ambas manos y la acarició con todo el amor que sentía por ella.

Suspiró al ser consciente de que, después del gran peso que la muerte de Susana había depositado sobre sus hombros, en lugar de ser liberación y tranquilidad, y aunque estaba seguro de que nunca había sido su intención, ella terminó por depositar una carga aún mayor en él.

Sonrió de lado, de forma casi invisible y fugaz, al recordar que tan solo, una semana antes, aún tenía la venda puesta. Con cuidado volteo aquella mano y acarició esa cicatriz que, mientras estuvieran juntos, una y otra vez les recordaría lo sucedido.

—Nunca se borrará —murmuró, mientras ella se sintió avergonzada, sin percatarse de que no solo hablaba de la marca que delataba la forma en que había intentado terminar con todo.

—No... —pronunció casi sin voz, mientras alejaba su mano de las de él e incapaz de enfrentarlo enfocó la vista en el florero a su derecha.

—Todo esto es mi culpa —todo aquello que llevaba guardado se agolpaba en su mirada, suplicante por ver las pupilas que su esposa le ocultaba o al menos, por volver a sentir el tacto de su piel.

—No... —deseaba gritarle que también ella había cometido muchos errores y que nunca había sido nada de lo que él pensaba que era; pero seguía sin lograr poder expresarse, a pesar de que, sin darse cuenta, de algún modo había logrado admitir sus errores, aunque solo fuera con ella misma.

—Candy... sí realmente es lo que deseas y sí aún lo necesitas; firmaré el divorcio...

•••

—¿Candy? —tocó a la puerta del baño, mientras ella luchaba por controlarse—. ¿Estás bien? ¿Estás ahí? —ella no respondía.

Preocupado, acomodó a Teresa en su cama y tratando de conservar la calma, al notar que estaba cerrado con seguro, busco la llave maestra que guardaba en uno de sus cajones y luego fue a abrir.

—¿Candy?... —ella seguía sentada en el mismo lugar del cual, prácticamente, no se había movido más que solo unos centímetros.

La observó con cautela, mientras ella trataba de secarse las lágrimas; era claro que físicamente estaba bien y eso solo podía tener un significado.

—Vamos —contrario a todo lo que pudo haber esperado, su esposo le ofreció la mano y la condujo de vuelta a su recámara, donde, igual de confundido que ella, solo pudo abrazarla provocando que su esposa llorara aún más.

—Terry... —musitó, deseando pedirle que la dejara marchar, pero cuando alzó la vista, lo vio llorar con ella—. ¿Terry?...

—Si pudiera lograr que estuviéramos tranquilos y evitar que siguieramos peleando, lo haría —la soltó y limpió sus propias lágrimas—. Pero eso es algo que no te puedo prometer —la rubia no supo qué pensar con sus palabras—. Necesitamos aclarar lo sucedido y luego, quizá, si tenemos suerte y ambos ponemos de nuestra parte, tal vez, al menos podamos lograr tener una vida mejor —estaba seguro de saber lo que le sucedía.

—Terry; yo... —inhaló con fuerza, era claro que necesitaba un pañuelo que él no tardó en ofrecerle.

—No viniste para quedarte —luchando por ocultar su dolor y decepción, finalmente pronunció aquello que tanto temía que fuera una realidad, pero que presentía y que, una vez salió a la luz, se volvió en algo obvio y agobiante.

—No... —musitó, sin poder evitar que las lágrimas volvieran a formarse entre sus párpados—. Pero no tengo otro lugar a donde ir —ni tampoco en donde quisiera estar, pero eso no era capaz de admitirlo.

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Por Siempre, Por AhoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora