8. Naufragio

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Era difícil, era muy difícil y; sin importar nada, cada día se arrepentía de haber tomado esa decisión.

Por un lado, era claro que Terry ponía de su parte, a pesar de dormir en recámaras separadas, a pesar de que ella procuraba tener el mínimo contacto con él, a pesar de que solo le permitía besos fugaces y de que, usualmente era él quien, por las noches y cada momento que pasaba en casa, se hacía cargo de Teresa; sobre todo después de que redujó el horario de la mucama. Por el otro, ella seguía sin poder controlar esa angustia que le consumía por dentro y que lo único que le generaba era desesperación y tristeza respecto a la niña. Esa era la única ventaja de estar ahí; que no tenía que fingir ante todos que era feliz con su maternidad, mientras que su marido se limitaba a tolerarla o ignorarla. La única ventaja de todo aquello, era que de vez en cuando la invitaba a cenar, a ver algún espectáculo o simplemente a caminar.

Cuando Teresa cumplió los siete meses, aprovechando que el actor había descansado ese día, estaba segura de que la llevaría a algún lado; sin embargo, se sorprendió al verlo dormido en el suelo del cuarto de la niña, mientras ella jugaba sobre él.

—Acércate —le dijo, justo cuando estaba por salir y volver a dejarlos—. ¿Candy? —volteó a verlo y distinguió el destello triste de su mirada, que era casi imposible de ver.

—Pensé que dormías...

—Candy... —de pronto se sintió avergonzada, sin saber exactamente cómo reaccionar, sintió como si la estuviera regañando—. Dime qué es lo que te sucede.

—No lo sé... —ella tardó en responder, tratando de encontrar una respuesta, pero solo terminó contestando aquello de lo que estaba segura—. Sé que la amó, es mi hija; ¿Cómo podría no quererla? Y sin embargo...

—Ven aquí... —la llamó en cuanto la vio limpiándose una lágrima.

Para su sorpresa, ella obedeció y se recostó junto a él, dejando a la pequeña en medio, para que continuara jugando. Le tocó la mejilla con ternura y la vió sonreír ante aquella caricia. Quería decirle tantas cosas, pero al final, no lograban decir nada, hasta que finalmente él sé animo.

—Te amo —trataba de ser cauteloso con las palabras que usaba—. Pero no podemos seguir así —la sonrisa de la rubia abandonó su rostro—. Necesitas a alguien en quien puedas confiar y a quien puedas amar como no lograste volver a amarme a mí. Teresa necesita una madre, incluso más que a un padre. Y yo... —aquellas palabras quedaron en el aire, intrigando a la rubia.

—¿Y tú?...

•••

¿Cuánto tiempo podría seguir así?

Aquella noche, una noche antes de tener que volver al juzgado, una fan había logrado colarse a las instalaciones de la compañía teatral, de alguna manera lo había encontrado en su oficina y sabiendo a lo que iba, él había logrado mantener la cordura.

Seguía casado, a pesar de cuánto necesitaba de un momento como el que se le proponía, pero aquella chica no era su esposa, ni siquiera se le parecía un poco; nunca lo sería.

Sin mediar palabras, se alejó de ella y salió, siendo consciente de lo que casi acababa de suceder. Luego pidió que se redoblará la seguridad y que buscarán aquella chica para sacarla del teatro; en cuanto se enteraran, los periódicos harían fiesta con ese suceso

Debía tener cuidado, sobre todo en un momento como aquel, no deseaba ningún tipo de escándalo sobre su nombre, y en caso de que permitiera un momento como el que le había propuesto, debía elegir correctamente.

Aquella noche no pudo dormir, a pesar de ser consciente de que el siguiente día sería complicado y luego, por la mañana, se marchó antes de que ella despertara.

Por Siempre, Por AhoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora