9. Hundimiento

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Con amargura se soltó de aquel abrazo, pero al verla de frente, por un instante no pudo hacer nada más que contemplarla.

—Preocúpate por ti misma —dijo al fin, entre dientes y luego regresó al interior—. Entre tú y yo, te aseguro que después de todo, estaré bien. Simplemente ya no puedo con esto, he tratado de poner todo de mi parte, pero... ni siquiera sé si ha valido la pena —musitó—. Me rindo, Candy; ganaste... o perdiste, no sé, ni siquiera tengo la mínima idea de que es lo que esperabas de mí —su frustración era palpable—. Deberías empezar buscando un empleo, tal vez eso te ayude a recuperar un poco de la chica que en su momento fuiste. Incluso, si es lo que quieres, me llevaré a Teresa conmigo, para que así no tengas más preocupaciones que ver por ti misma.

—Pero soy su madre...

—Pues parece justo lo contrario.

Sin querer decir más, solo por no herirla, dio media vuelta y desapareció por el pasillo.

Él tenía razón, ella sabía que tenía razón. Pero quería explicarle toda aquella avalancha de sentimientos que guardaba en su interior; quería explicarle que no comprendía la forma en que los odiaba y al mismo tiempo los amaba, pero no podía, algo muy dentro de ella, esa misma sensación que antes siempre le sugería sonreír frente a los demás, era la misma que ahora le impedía expresarse.

Sin meditarlo demasiado, fue directamente a la recámara de su marido, tocó a la puerta y al no obtener respuesta, comprendiendo que le estaba negando la entrada, abrió dispuesta a intentar algo, lo que fuera, pero una vez ahí no pudo pronunciar una sola palabra.

—Disculpame por lo que dije antes —le dió tiempo para hablar, pero finalmente él fue quien rompió el silencio—. No es que realmente quiera alejarla de ti.

—Terry yo...

—¿Es que acaso me odias tanto? —llevaba meses atormentándose con esa duda—. ¿Acaso tú odio hacia mi es tan fuerte, que no puedes evitar reflejarlo en Teresa?...

•••

Al fin estaba hecho, al fin todo había terminado, al fin podría centrarse en él, en su carrera, en los problemas que desde hace tiempo tenía la compañía y en el trabajar para que a Tessie nunca le faltará nada; al menos mientras la prensa se enteraba de su divorcio, y sin embargo, enseguida se dio cuenta de que después de tanto dolor, solo le quedaba aún más dolor y soledad.

Refugiado en su oficina, después de un ensayo que terminó con la poca paciencia que le restaba, era consciente de que ya no tenía un lugar a donde ir, ya no tenía a nadie que lo esperara, ya ni siquiera se sentía libre de abrazar a su hija, una vez más se encontraba con las manos vacías.

Después de meditarlo demasiado, luego de que al parecer ya todos o casi todos se habían marchado, tomó la botella de vodka que guardaba al fondo de uno de sus cajones y que estaba a la mitad, también saco un vaso, el cual observó con detenimiento antes de tomar directamente un trago de la botella; carraspeó y en seguida bebió otro trago, el cual terminó justo cuando escuchó que alguien llamaba a su puerta.

—Que bueno que sigues aquí —era Karen—. Aunque, pareciera que preferirías estar en cualquier otro lado —comentó—. Te importaría invitarme un trago.

—Adelante —sirvió un poco en el vaso y se lo ofreció—. ¿Para qué me necesitabas?

—Necesito un permiso para el próximo mes. Un primo se casará y...

—No hay problema; solo ponte de acuerdo con tu reemplazo.

—Gracias... —dudó de lo que observaba mientras se terminaba su bebida—. Sé que no debería preguntar, pero es claro que no estás bien.

Por Siempre, Por AhoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora