—Discúlpame —era claro que ninguno sabía cómo continuar aquella charla—. Yo vine para hablarte del registro de Teresa y porque...
—Está bien —estaba completamente desilusionado y no deseaba seguir escuchándola—. No te preocupes. Discúlpame tú a mí. Sin embargo, quizá ya es demasiado tarde para hacer algún trámite antes de que se marchen —estaba resignado.
—¿Terry?... —verlo tan desanimado le rompía aún más el corazón, pero el balbuceo de la pequeña los regresó a la realidad.
Con una media sonrisa, él se acercó a la bebé, la sostuvo en sus brazos y la arrullo, pensando que, al menos, por ella cualquier cosa valdría la pena.
—Cuídala siempre —pidió, entregándosela a su madre—. Es lo único que me queda de la ilusión y el cariño que alguna vez existió entre nosotros —ella la sostuvo solo por un instante y volvió a depositarla entre las sábanas.
—¿Terry?... —lo detuvo de la mano y lo miró, delatando todo el dolor que en aquel momento sentía y sabiéndose incapaz de decir una sola palabra.
—Dilo —sugirió—. Ya sé que para ti siempre ha sido difícil confiar tus sentimientos; pero Candy, dilo; dímelo. No importa si es bueno o es malo, confía en alguien de una vez por todas, no solo en Albert —esa fue una pena más en el corazón de la rubia, pues ya ni en él confiaba por completo—. Estoy seguro de que, si realmente así lo quieres, también podrías confiar en mí, no solo porque aún somos esposos, no solo porque aún te amo, ni tampoco porque soy el padre de tu hija; confía en mí, porque me gustaría que volvieras a verme como a un amigo y no solo como a tu marido, porque daría lo que fuera, para que volviéramos a ser jóvenes y tener una unión como la que teníamos antes de Susana...
—No puedo... —sollozó, abrazándose a él—. No puedo hacerlo. Ni siquiera sé cómo intentarlo...
•••
—Por el momento, supongo que lo más prudente es ir a la corte y solicitar una prórroga, al menos, hasta que estés en condiciones más estables —ella no pudo pronunciar una sola palabra—. ¿Estás de acuerdo?
—Sí...
Volviendo a evadir su mirada, se levantó y lo dejó solo en el comedor, para luego encerrarse en su alcoba, dispuesta a permanecer sola por el resto de la noche. Mientras que él no podía más que admitir lo fácil que le había resultado pronunciar aquellas palabras, a pesar de sentir como algo dentro de él se desgarraba con cada una de ellas.
Ya no podía engañarse más, sin importar nada, la realidad era que ya no podía más con todo aquello, ya ni siquiera podía seguir fingiendo que todo estaría bien. Necesitaba un respiro después de tanto pesar, necesitaba deshacerse de todo aquel peso que tenía sobre sus hombros, volver a sentirse libre y a gusto consigo mismo.
—Mi señorita pecas... —apretando los ojos, tratando de contener las lágrimas que se habían agolpado entre sus párpados y luego de percatarse de que ella deseaba quedarse sola, balbuceó contra la puerta, aún sabiendo que ella no lo escucharía—. Descansa. Te amo...
¿Qué más podía intentar cuando admitir la realidad parecía ser lo más humano que podía hacer por ella, por él e incluso por Teresa?
Aún se amaban, pero era claro que el peso de todo lo acontecido durante sus casi tres años de matrimonio, se había vuelto demasiado para ellos.
¿Serviría de algo seguir intoxicándose y desgastándose de aquella manera, solo por la ilusión de no dejarse vencer?
La mañana siguiente, sin pensarlo más, fue a agendar una cita con un psicoanalista diferente, pero que no estuviera tan lejos del de Candy, organizando sus horarios de acuerdo a los de ella. Deseaba estar preparado para lo que viniera y, sin importar que durante la siguiente noche ella actuará como si aquel episodio no hubiese ocurrido, él no deseaba pasar por algo similar a lo que había vivido luego de que Susana muriera.
Casi dos meses después, debido a que Terry también había retomado sus labores en el teatro; cada uno llegó al juzgado por sus propios medios.
Ella, con el apoyo de su abogado, pidió la acordada prórroga de un mes exactamente, luego de alegar conflictos médicos.
Él, sin embargo, después de escuchar la fecha elegida por su esposa, tomó a una decisión gracias a las conclusiones a las que había llegado durante las sesiones de psicoterapia; entonces aceptó con una condición: la custodia de Teresa sería suya.
A esas alturas; ¿Qué importaba si terminaba haciendo lo mismo que había hecho su padre?
Lo cierto es que no había comparación alguna. Él sí amaba a su hija, él la había atendido y se había mantenido al pendiente, desde el momento en que ella había nacido. Pero sobre todo, él no se la arrebataría a una madre amorosa; más bien, le estaba quitando un peso de encima a la mujer le había ayudado a engendrarla.
—¡Terry! —intentó detenerlo, incapaz de creer algo así, en cuanto terminaron aquella reunión en la que no estuvo del todo de acuerdo con el resultado—. Espera, por favor —prácticamente corría tras él, sin entender su reacción, ni su decisión.
—Hablaremos después... —solo se detuvo lo suficiente para responderle y luego, en lugar de regresar al teatro, fue directamente a Central Park, con el único objetivo de despejar la mente.
Tenían un mes para tratar de reparar algo que jamás volvería a ser igual y que, aquel quién sentía que más había luchado por solucionarlo, finalmente ya no lo deseaba reparar; lo único que quería y en que pensaba era en sobrevivir al naufragio junto con su hija.
•••
Aquello era complicado para ambos, de eso no tenía duda mientras seguía llorando entre sus brazos, siendo consciente de que, tan solo para soportarla, mientras mostraba su vulnerabilidad, debía sentir un profundo cariño por ella, lo cual, ya era una ventaja.
—Te pedí matrimonio porque tuve miedo —musitó recordando esa pregunta en la cual ella insistió tanto, durante aquella pelea, antes del nacimiento de Teresa—. Te he encontrado y luego te he perdido tantas veces; que simplemente no quería que eso volviera a suceder —aún abrazándola, le besó la coronilla, cuando se percató de que ella había dejado de sollozar—. Pero estaba tan emocionado con todo, que nunca presté atención a un simple detalle, que parecía tan insignificante que fue muy fácil ignorar y que ni tú, ni yo lo vimos...
—¿Cuál? —levantó la vista, encontrándose con la melancólica mirada acuosa de su marido.
—Que a pesar de ser las mismas personas, éramos diferentes a esos chicos que una vez conocimos —ella pareció comprender lo que le decía—. Nuestra esencia aún persiste, pero hemos cambiado lo suficiente como para habernos vuelto unos desconocidos, además; no puedes negar que la vida de casados ha sido más difícil de lo que pensamos —ella sonrió, era cierto, le había costado mucho el acostumbrarse, aunque todo seguía pareciéndole complicado—. Además; ninguno lo hemos puesto fácil. Tú siempre te quedas callada e incluso has tomado decisiones por tu cuenta.
—Pero tú no has sido un marido ejemplar...
—No —la interrumpió—. Sé muy bien que no, espero que me disculpes por eso, al igual que por los secretos que te he guardado —escucharlo le intrigó—. Y solo puedo asegurarte que, al menos, trataré de cambiar.
¿De que le servía aquella promesa, cuando ya todo se había terminado?
—Candy; estoy en tus manos —la alejó un poco, la tomó por los hombros y continuó—. Tú eres la única capaz de decidir si te quedas o te vas, si eres lo suficientemente piadosa como para darnos otra oportunidad o dejar las cosas como están —ella bajó la mirada—. Por mi parte, solo puedo prometer que trataré, que haré lo posible, pero también, que espero lo mismo de ti; que al menos me tengas un poco de confianza y que tomemos más decisiones juntos...
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Por Siempre, Por Ahora
FanfictionNominado en los Terryfics 2020 Segunda entrega de la trilogía "Por un Poco, Por Ahora, Por Siempre" Aunque las cicatrices permanezcan, el dolor se desvanece con el tiempo y gracias a este y el cariño al final es más sencillo volver a vivir con estas...