—Seguir así no te beneficiara en nada...
Un día de esos y luego de una larga jornada de trabajo, mientras el patriarca pretendía visitar a la recién nacida; se encontró con una escena tan conmovedora como inquietante. Con la mirada perdida en algún punto detrás de la ventana y sentada en su silla mecedora, Candy sostenía en brazos a su pequeña hija, quien notoriamente llevaba algunos minutos disfrutando de un plácido sueño, entre el cobijo del arrullo de su madre. Orgulloso de aquella chica a la cual había protegido desde que era solo una niña pequeña, prefirió la discreción, antes que interrumpir ese instante; al menos así había sido, hasta que distinguió una traviesa lágrima escapando de aquellas esmeraldas.
—Albert... —musitó el nombre de su gran amigo y apoyo, como una afirmación más que en signo de sorpresa, recordando el lugar en que estaba.
—Tal vez deberías tratar de comunicarte con él —le decepcionó verla tan confundida, siempre perdida en sus pensamientos.
—No tiene caso —desde su perspectiva, aún creía haber tomado la mejor decisión—. Solo perdería mi tiempo.
—¿Estás segura? —su eterna perspicacia le sugería algo muy distinto a lo que los labios de la rubia pronunciaban.
—Me alegra que hayas regresado —incómoda con tal insinuación, intentó cambiar la conversación—. Te estaba esperando para comer; y ya tengo mucha hambre.
Lo último que deseaba escuchar era que alguien recalcara su confusión y su pesar, sin importar si se trataba de Albert tratando de apoyarla.
•••
Su esposa aún estaba en riesgo y él no podía ayudarla en ello. Necesitaba una transfusión de sangre urgente, el problema era que su tipo de sangre era O negativo, uno de los más complicados de reemplazar y, a veces, de encontrar. Aún así nada podía asegurar que ella continuaría con vida; el por qué era tan simple como su cruda realidad y la razón de que estuvieran ahí; ella no deseaba vivir, eso era más que obvio.
Desesperanzado, pensó en las únicas personas con las que tenía un contacto cordial y estaban en la ciudad. Llamó a la compañía, les comentó su versión del porque no se había presentado y lo que en ese instante necesitaba. Luego, apoyándolo, Eleonor hizo lo mismo en su respectiva empresa.
Terry no podía hacer más que agradecer a todos aquellos compañeros que acudieron ante su llamado, incluso habían ido actores a los que no conocía, ya que al enterarse de la situación, Robert se había encargado de llamar a otras compañías, todo por ayudar a un buen compañero; excelente director, a pesar de que hasta el momento solo se había encargado de cinco puestas en escena y, sobre todo un estupendo actor.
Luego, a todos les recalcó lo mismo.
"Un accidente"
"Un accidente"
"¡Un maldito accidente!"
¿Acaso algún día admitiría la verdad?
Pero, peor aún, la prensa haría fiesta si se enteraban de lo que realmente había sucedido; y lo más doloroso sería tener que volver a pasar por lo mismo que pasó, luego de que Susana muriera, aunque, por supuesto, todo sería mucho más difícil.
Tal como todos llegaron, así se marcharon, pero al menos habían dejado un poco de esperanza. Algún día, de algún modo, esperaba compensar su solidaridad.
Sin embargo, volvió a quedarse solo mientras Eleonor regresaba a su hogar para revisar a Teresa y llevarle más comida, pero al menos le había prestado los diez dólares, con los que pudo comprarse unos necesarios cigarrillos.
Por la noche, por fin pudo entrar y estar al lado de su pecosa. Aunque no estaba seguro de cómo reaccionaría al verlo.
—Hola... —ella no dijo nada, solo lo observo aún con los ojos vidriosos—. Me alegra saber que estás fuera de peligro —le besó la mano con demasiado cuidado y cariño.
La tristeza en la rubia era palpable y muy frustrante para su marido. No decía nada, ni siquiera hacía algún sonido tratando de responder, más que los suspiros que de vez en cuando no lograba evitar. Mientras que él ya no sabía qué hacer o qué decir, para terminar quedándose en silencio cuando ella se volteó dándole la espalda.
En el fondo la comprendía, tiempo atrás, él no tuvo el coraje necesario para hacer algo parecido, con la única ventaja de que en aquella época vivía completamente solo y seguramente lo hubieran encontrado días después.
Ojalá lo hubiera hecho; ¿qué importaba él, siempre y cuando ella no hubiera pasado por todo lo que había pasado a su lado?
Los días le comenzaron a parecer largos mientras deseaba irse de una vez por todas y ser él, quien, esta vez y de verdad, tomara las riendas de su vida. Deseaba tomar a Teresa y permitir que Candy rehiciera su vida desde cero, sin verse forzada a estar con ellos o con cualquiera que no quisiera en su vida. Pero ella lo necesitaba y él había jurado ayudarla con aquel problema, tal vez sería después, cuando al fin todo cambiará y ella estuviera mejor; sí, quizá entonces podría volver a pensar u olvidarse de aquello, por ahora solo esperaba a que Albert o los Andrew, o quién fuera que viniera de Chicago, ya no tardará en llegar.
•••
Lo odiaba. De eso no había duda alguna. Odiaba a Terry por ponerla en la posición en que estaba.
Detestaba todas aquellas miradas llenas de lástima y condescendencia que su propia familia y amigos le dirigían, detestaba todas esas frases de ánimo, detestaba aún más que todos se le acercarán solo por Teresa; pero quizá, lo que más detestaba, era ser consciente de que todo eso se lo había ganado a pulso y de que en realidad, su inocente hija no tenía la culpa de nada. Por eso, por eso y mucho más odiaba al hombre con el que se había casado; pero muy en fondo de su propia condescendencia, era consciente de que no todo era culpa de su esposo. Sin embargo, siempre era más fácil culparlo a él, que aceptar sus propios errores.
Uno de esos días en que Terry había descansado de sus labores en el teatro, para pasarlo al lado de su hija, que en realidad, lo único que hacía era comer, balbucear un poco, llorar y dormir; él volvió a dirigirse a ella, mientras alimentaba a Teresa.
Con sorpresa, la rubia aceptó un presente, algo que él había comprado, era algo para ella y no para la bebé. Molesta por el momento en que se le ocurrió dárselo, solo sugirió que lo dejara en la mesita frente a ellas y luego, él se marchó.
Cuando Teresa se quedó dormida, con curiosidad, revisó la bolsa de papel que dentro tenía una caja; la abrió para encontrarse con un bonito abrigo nuevo, del cual cayó un sobre, al momento en que lo sacó.
Entonces suspiró con nostalgia. A pesar de todo, él siempre había estado al pendiente de sus necesidades, tal como en ese instante e incluso antes que ella; pues el clima comenzaba a enfriarse y ella solo había llevado unos cuantos suéteres.
Suspirando, finalmente revisó el contenido del sobre, para encontrar todos los documentos de una cuenta bancaria a su nombre, con suficiente dinero como para estar tranquila durante todo un mes y al final de todo aquello, una carta de Terry.
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Por Siempre, Por Ahora
FanfictionNominado en los Terryfics 2020 Segunda entrega de la trilogía "Por un Poco, Por Ahora, Por Siempre" Aunque las cicatrices permanezcan, el dolor se desvanece con el tiempo y gracias a este y el cariño al final es más sencillo volver a vivir con estas...