4. Esperanza

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Mi dulce pecosa:

Lamento no tener nada que decir al respecto de lo que ha sucedido entre nosotros. No quiero atormentarte ni tampoco molestarte; solo quiero que estés tranquila y disfrutes de tu maternidad, sin importar el lugar donde decidas hacerlo. Tampoco tengo nada que exigirte, aunque cada vez que te veo, muero por pedirte que reconsideres las cosas, que abras los ojos y te des cuenta de que no todo fue por causa o culpa mía. Hubo situaciones que se salieron de nuestras manos

Estaba equivocado y cometí errores, no lo niego. Sin embargo, me doy cuenta de que llevé a la práctica aquel dicho tan famoso, "Como tal palo, tal astilla". Tú, mejor que nadie, sabes que yo mismo nunca tuve un buen ejemplo de lo que debía ser un matrimonio feliz e incluso la paternidad; sin embargo y aunque no te hayas percatado de ello, siempre trate de ser diferente que mi padre.

Cualquier cosa que pudiera decir, solo bastaría para recalcar el gran peso que aún guardo en mi corazón y que al final se resume en que mi vida, después de conocernos, no ha sido tan compartida como la tuya.

Lamento haberte contagiado con mi propia amargura, lamento que hayas preferido guardar tu sonrisa esperando la mía, lamento todo aquello que no he podido controlar y que no pude evitar sentir por ti, aunque estos sentimientos no tuvieran nada de positivo.

Sin embargo, te amo. No solo amo el recuerdo de la chica que trepaba árboles en el San Pablo, sino que también amo la perseverancia y sinceridad de aquella chica que me escribió tantas cartas y que al final, admitió la razón por la que lo hacía. Amo la valentía de esa mujer que se atrevió a aceptar un matrimonio conmigo, a pesar de que no conocía a la persona en quien me había convertido. Amo la fuerza que demostraste, después de todo ese tiempo viviendo juntos; pero más amo a esta mujer en que te has convertido, que no teme al futuro, pero sobre todo, que se ha atrevido a convertirse en madre, a pesar de mis errores y los suyos.

Cómo pudiste ver en la documentación que agregó a tu nombre y tal como he dicho al inicio. Solo quiero que ambas sean felices, sin importar dónde o con quien estén y te juro que, aunque pueda atrasarme en alguna ocasión, mientras viva y tenga un trabajo estable, siempre podrán contar con mi apoyo; en caso contrario te prometo que al menos haré lo que esté en mis manos para asegurar el bienestar de ambas.

Terrence G. Grandchester.

•••

Para bien o para mal, Albert tardó cuatro días en llegar. No podía reclamarle nada, era consciente de la lejanía y los posibles negocios que tuvo que posponer.

Al menos ya no estaba solo, limitado a los breves momentos en que Eleonor lo relevaba para poder ir a darse un baño y abrazar a su hija. Sin embargo, lo complicado era tener que tocar las razones por las que Candy estaba hospitalizada; aunque al final, solo bastaba con ver el vendaje que tenía en la muñeca izquierda, para imaginarlo todo.

—¿Ya la vio un especialista? —el empresario aprovechó que la rubia se había dormido para salir e invitar un cigarrillo a su amigo, además de averiguar cómo iba el tratamiento.

—El maldito psiquiatra insiste en internarla. Albert; yo no firmaré esa orden y realmente espero que tampoco tú lo hagas.

—Tal vez es lo mejor.

—¡Por supuesto que no! Candy no está loca. Solo estamos pasando algunas dificultades. Pero eso no quiere decir que de buenas a primeras la encerraré en un manicomio. ¿Has visto cómo tratan a la gente en esos lugares? Hasta los usan como una maldita diversión, es casi como si estuvieran en la cárcel o un zoológico, pero peor, por los tratamientos que deben soportar. He escuchado que incluso les dan choques eléctricos o les dan baños con agua helada.

Por Siempre, Por AhoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora