XI

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Capitulo XI:

Hace algunos meses:

Las calles de los barrios de los pobres estaban sucias y descuidadas. Las chabolas, hechas de barro y ramas y las ventanas todas oscuras. Todas excepto las de una casucha del límite del poblado. La luz débil y parpadeante de una hoguera brillaba en el centro de la única habitación que había, iluminando las caras de le gente que se sentaba a su alrededor y entre ellas, estaba Liane. Parecía que discutían, aunque lo hacían en susurros. El que parecía el jefe habló:

–No podemos permitir que hagan eso. La gente habla, dicen que nos echaran a todos fuera de la ciudad. A los nobles se les ha oído comentar algo sobre un Plan de expulsión de la chusma.

–No pueden hacer eso. Necesitarían algún motivo.- contesto otro

– ¿Y qué propones? ¿Esperar a que todos estemos en la calle para darles una lección? Me niego a quedarme de brazos cruzados sin hacer nada.

– Si nos levantáramos en armas seria nuestro fin, y entonces si que tendrían un motivo. Parece mentira que no lo veas- contesto el otro ya alzando un poco más la voz.

La discusión comenzaba a calentarse, la tensión se sentía en el ambiente. Fue en ese momento cuando un hombre anciano, que ocultaba su cuerpo y su cara con una tela oscura y tupida, levanto la marchita mano para que guardaran silencio, cuando ya solo se oía el crepitar del fuego, hablo con voz débil.

–Discutir es inútil, lo que deberíamos descubrir es cuanta verdad hay en los rumores –  hizo una pausa. Todos los demás estaban inclinados hacia delante para intentar escucha mejor la voz enfermiza de aquel hombre– eso es lo más importante… quizás si alguien se hiciera pasar por un noble  o un rico burgués pudiésemos averiguar lo que traman. No podemos ni obrar a ciegas ni quedarnos paralizados.

Alrededor de la hoguera reino el silencio. La gente sopesaba lo que había dicho y la mayoría asentían conformes. Después de una breve votación decidieron seguir el consejo del viejo.

Ahora solo hacía falta elegir quien llevaría a cabo la misión. La mayoría de los hombres se ofrecieron voluntarios, pero ninguno era idóneo, o tenían caries, o les faltaba una pierna o eran demasiado brabucones o tontos.

–Deberíamos primero inventar la historia con la que engañar a los ricos– sugirió uno.

–Yo seré un noble venido de Inglaterra

–¿Pero sabes hablar inglés? –pregunto otro con ironía

–Pues un noble venido de la Mancha.

–Eso es inútil no conocemos sus costumbre y seguro que nos descubrirían.

–Podemos hacernos pasar por un burgués que acaba de hacerse rico.

–¿Con que negocio?

–¿Y si colamos a alguien como el mayor sastre nunca conocido? Podrías hacerlo tú, Alonso, que ya eres sastre y no lo haces nada mal.

Alonso sonrió con superioridad, orgulloso de que reconocieran su trabajo.

–No te ofendas Alonso, pero por muy bien que cosas, no eres tan bueno. Si vas al palacio proclamándote el mejor sastre te pondrán a prueba, y no sé si lo conseguirás –dijo uno dudoso.

– ¿Y si fuera a palacio para casar a su hija con un noble?

– ¿Quién se casaría con la hija de un sastre?

–Si el sastre es rico…

–Y si la hija es hermosa…

La gente no paraba de dar ideas, y se notaba que les emocionaba este último plan. Todos miraron a Liane, que era la única mujer presente, y de la que varios se habían quedado prendados. Ella aun no había hablado, y tenía la mirada perdida. Los hombres, extasiados, esperaban en silencio a que pronunciara cualquier palabra.

Por fin hablo:

–Lo haré, pero con una condición. Cuando todo acabe quiero que me deis un caballo y provisiones. Cuando todo acabe quiero irme de aquí.

Y así es como todo empezó.

Narra Liane:

Mario estaba ante mí, con una espada en las manos, con el ceño fruncido. Atacó y yo me defendí con mi propia arma. Después de intercambiar varias estocadas yo intente hacerle una finta, pero perdí el equilibrio, al igual que ayer, y el día anterior y el anterior a este. Así que no me sorprendió notar el filo de la hoja en la garganta.

Suspiré apesadumbrada. Era imposible, nunca se me dieron bien las espadas y por mucho que me esforzara nunca conseguiría desarmar a un espadachín como Mario.

Le mire a los ojos intentándole decir con la mirada que era inútil, una pérdida de tiempo. Pero sus ojos fríos me contemplaban impasibles. Durante media hora seguimos peleando, hasta que, como todos los días, el bajo la espada y dijo que era suficiente por hoy. Y como todos los días, aliviada, me di la vuelta para alejarme de allí.

–Espera.

Me gire para mirar a Mario con sorpresa. Estuvimos un rato mirándonos, sus ojos grises, que tanto parecían esconder, brillaron un segundo.

–Acompáñame un momento.

Dio la vuelta y ando hacia las caballerizas. Yo le seguí con extrañeza. Le vi inmóvil ante un box, mirando dentro de este.  Yo me pare a dos metros de él intrigada. Cuando me miro le volvieron a brillar los ojos. Se me hizo un nudo en el estomago y por un momento me asuste de mi misma y de el pensamiento que había cruzado por mi mente. Por suerte lo interrumpió enseguida cuando dijo:

–Espero que se te de mejor montar a caballo que utilizar una espada. –dicho esto abrió el pestillo del box y un enorme caballo negro saco la cabeza. –Ya esta domado, aunque tiene mucho genio y es algo cabezota –informo él mirándome. Pero yo solo tenía ojos para ese bellísimo animal.

– ¿Es…mío?

–Si lo quieres, sí.

Me aproximé lentamente y extendí la mano hasta que mis dedos tocaron el suave pelaje. Al ver que no se movía me acerqué ya más confiada.

– ¿Quieres montarlo ahora? La montura y la cabezada están en aquel cuarto– dijo señalando una puerta que había detrás de mí. – Yo te lo sujeto.

Lo siento, lo siento... se que he tardado mucho, pero ultimamente no me he sentido inspirado. Como siempre espero que os guste, y me encantaria que comentarais y votarais. ;)

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⏰ Última actualización: Nov 06, 2014 ⏰

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