Capítulo 8

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-Decime-insistió Gris nerviosa.
-Calmate que tu mamá me dijo que si te alterás mucho me tengo que ir-le contestó Bea mirándola preocupada.
-Pero estoy tranquila nena. Dale, decime, ¿Adrián tiene algún apodo? ¿De cuando era chico o algo?
-Bueno, la mamá le dice Nai. Es que cuando estaba aprendiendo a hablar no le salía decir Adrián y decía que se llamaba A-Nai. Y le quedó-respondió su amiga encogiéndose de hombros.
-Mirá -saltó Gris emocionada de la cama y fue a buscar el cuaderno que le había dado su mamá tiempo atrás.
-¿Y esto?-quiso saber Bea hojeándolo sin entender.
-Cuando era chica tenía un amigo que se llamaba Nai. Que entraba por la ventana de mi cuarto a la noche y nos quedábamos jugando. Decía que venía de las estrellas. Mis papás pensaban que era mi amigo imaginario.  ¿Pero y si era real?
-Gris tu cuarto siempre estuvo acá en el primer piso y la ventana con rejas no es nueva. ¿Cómo puede ser que alguien se meta por ahí?
-A menos que ese alguien tenga algún poder especial. Pero escuchá la segunda parte. ¿Te acordás del supuesto ángel que visitó a la abuela? ¿Sabés lo que le dijo antes de desaparecer? Nai. Y se fue.
Gris se quedó con los ojos bien abiertos esperando a que Bea haga sus conclusiones, pero como éstas parecían no llegar, se impacientó y siguió hablando:
-¿No entendés? Son demasiadas casualidades y ese no es un apodo tan común como para que se ande escuchando por todos lados. Adrián anda en algo raro. Me parece que no es de acá.
-¿Qué no es de acá dónde, del barrio?
-De acá de la Tierra.
Bea se empezó a reír histéricamente pero en un momento miró a Gris que seguía seria y frenó de golpe.
-¿Vos estás hablando en serio?- dijo mientras por dentro rogaba que sea solo una broma.
-Pensalo, tiene sentido. Siempre fue raro. Le cuesta adaptarse, es bastante solitario sacándonos a nosotras, tiene un montón de problemas de salud, es super inteligente, cuando lo internan no sabemos ni a dónde lo llevan, cada tanto desaparece unos días…
-¿Y eso lo hace un extraterrestre?
-Extraterrestre, hibrido, algo de eso. Fue cuando escuché Nai que me hizo click. Alguien quería que yo lo descubriera.
-¿Ya le dijiste a él lo que pensás?
Gris dudó un poco pero luego dijo:
-No. Desde el otro día que estuvimos juntos no me contestó más el teléfono.
-¿Estuvieron juntos… juntos? ¿Es lo que yo pienso?- Bea no parecía dar crédito a sus oídos.
-Si, eso. Y después no me llamó más ni me atendió el teléfono. Desde que estuve con él todo se puso peor. Las sombras y las luces y las voces… Algo pasa.
-O sea que no te llama por unos días y ya sacaste la conclusión que es de otro mundo. Gris, yo sé que no estás acostumbrada a que te rechacen los hombres pero esto ya se está yendo de tema- Bea parecía esforzarse por mantenerse calma mientras hablaba.
-No tiene que ver con eso. Por algo me obsesioné con el tema. Estaba destinado que yo descubra la verdad.
-¿Qué verdad Gris? ¿Qué verdad? ¿No te escuchas lo que decís? ¿Dónde quedó mi amiga racional, centrada, realista? Maldigo el día en que empezaste con todo este tema de los Ovnis. Quiero que vuelvas a ser la de antes- sollozó Bea sin poder aguantarse más las lágrimas que venía conteniendo hacía tiempo.
Gris rara vez había visto llorar a su amiga. Solo en muy contadas y específicas situaciones.  El verla así fue un llamado de atención grande que la dejó muda y pensativa. ¿Tan mal estaba acaso?
-No llores tonta-le dijo y le tiró un paquete de pañuelos de papel a las manos.- Mi mamá ya me sacó turno con el psiquiatra para este jueves. Quizá de verdad esté loca como ustedes piensan. O quizá me terminen dando la razón. Ya veremos. Si querés apostamos algo.
Bea se sonó la nariz y trató de serenarse respirando hondo. No podía negar que a Gris le pasaba algo y bastante grave aunque ella tratara de minimizarlo. Las cosas habían llegado demasiado lejos.
-¿Querés que baje a hacer mate? ¿Gris?- insistió Bea pero su amiga de repente se había quedado con la vista clavada en un rincón del cuarto y tenía los ojos que desbordaban de terror.
-¿Qué hay?- volvió a preguntar Bea.
-Nada-dijo apática Gris pero no alejaba los ojos de ese lugar y se notaba que estaba tensa.
-Decime.
-¿Qué querés que te diga? ¿Qué hay una sombra en el rincón que nos está mirando? ¿Que mientras hablábamos vi luces que pasaban flotando por el pasillo? ¿O que escuché que me llamaban más de diez veces? Es obvio que vos no notaste nada. Así que no sé para que contarte si lo único que me vas a decir es que estoy mal de la cabeza. Esto me pasa hace meses, ¿sabés? Y seguí jugando a que estaba todo bien para no preocupar a nadie, pero ya no puedo Bea, estoy cansada. Ya no sé qué es real y qué no. No sé por qué me llaman. No sé que quieren de mí. No sé nada…
Un escalofrío le recorrió la espalda a Bea. Se dio vuelta para mirar hacia el rincón y lo observó fijamente. Durante un segundo le pareció ver algo pero al enfocar mejor puro pudo cerciorarse que no había nada. Gris la estaba asustando. El miedo que tenía en su cara la hacía estremecerse. Era miedo real y crudo.
-Bueno nena, ya me estás asustando. Vamos a hacer algo para distraernos- trató  de levantar el ánimo Bea.
-Haga lo que haga están conmigo. Andá a tu casa. No te quiero arrastrar conmigo en esto.
-Escuchame una cosa. Nosotras siempre estuvimos juntas desde los cinco años, no te voy a dejar sola justo ahora que me necesitás. Ni lo digas, ¿ok?
-Ok- afirmó Gris sonriendo por la vehemencia de su amiga.- Voy a hacer mate. Vos buscá una película buena o algo para ver, ¿si?
-Dale, treame bizcochos- le contestó Bea, se sentó en el sillón y prendió la televisión.
Gris bajó hasta la cocina y puso la pava sobre la hornalla. Mientras esperaba que se caliente el agua, fue hasta la alacena y se puso a buscar la yerba.
-Griselda.
Ya había aprendido a ignorar esa voz que la llamaba.
-Griselda.
Sentía la presencia parada detrás suyo. No iba a voltear porque ya sabía como iba a terminar la historia. Volteaba y detrás suyo no había nadie, otra vez la confusión y el miedo. Quizá si simulaba que no pasaba nada eventualmente la iban a dejar en paz.
Una mano se posó sobre su hombro. Esa sensación sí que era nueva, giró asustada.
-Griselda, escuchame.
Tardó unos segundos en reconocerla. Yeny estaba parada a centímetros de ella. Se quedó paralizada sin saber cómo reaccionar.
-Escuchame una sola cosa. Y te dejo tranquila. Adrián está destinado a estar conmigo. Siempre fue así. No te vengas a meter y a alterar el orden de las cosas porque vamos a salir perdiendo todos. Pero sobre todo vos porque yo me voy a encargar de eso.
-¿Qué te pasa nena? ¿Cómo entraste?- dijo Gris alterada.
-Decime si entendiste o no. No la hagas más difícil.
-Adrián va a estar con quien él quiera…
-Decime si entendiste o no- le repitió agarrándola de los hombros.
-NO. Salí de mi casa loca-le gritó Gris y la corrió de un empujón.
-Como vos quieras-le contestó ella mirándola con furia y se fue hacia la puerta de entrada. Antes de salir dando un portazo, se dio vuelta y le dijo:- Yo te lo advertí.
Gris la siguió y salió a la calle pero no logró verla por ningún lado. No podía creer lo que acababa de suceder. Aparte de todas las amenazas que estaba sufriendo que parecían ser intangibles, ahora tenía una concreta que se sumaba. El Universo entero parecía conspirar en su contra. Iba a volver a entrar cuando la vio en la vereda de enfrente, sentada en el tapial de los vecinos, acechando.
-Te dije que te fueras- le gritó Gris lo más fuerte que pudo.
Yeny se río y le hizo un gesto con la mano.
No lo pensó. El enojo que tenía le subía hasta la garganta. Si la tenía que echar a empujones lo iba a hacer. Cruzó la calle enceguecida y…
Vio la luz y luego sintió el golpe. Después todo se oscureció.
Bea bajó porque había escuchado a Gris gritando en la cocina. Vio que la puerta de entrada estaba abierta y estaba por asomarse cuando escuchó un frenazo y un impacto. Corrió desesperada hacia la calle y sus piernas se aflojaron cuando vio a su amiga tirada en el piso cubierta de sangre.
-Alguien que llame una ambulancia por favor-gritó llorando mientras se agachaba al lado de Gris que en ese momento abrió los ojos.
-Estoy bien-murmuró Gris con un hilo de voz y sus ojos se le empezaron a cerrar otra vez. Entre la gente que se iba a acercando vio a Yeny que se asomaba. Intentó señalarla pero no pudo levantar el brazo y se desmayó.
Una luz. Alguien que la movía. El frío del metal. El sabor a la sangre. Voces hablando. Alguien lloraba. Agua corriendo. El ruido de la sirena. Olor a remedio.
Intentaba despertarse pero no podía. Percibía esas sensaciones aisladas pero nada más. Estaba atrapada en un sueño demasiado profundo que le nublaba todos los sentidos y la habilidad para moverse. Quería abrir los ojos, quería gritar, quería correr pero no podía.  Se estaba sofocando en la nada total. Una oscuridad infinita que lo rodeaba todo.
Alguien le tocaba la cara y decía su nombre. Intentaba contestar con todas sus fuerzas pero no podía emitir sonido ni mover un centímetro de su cuerpo. “¡Acá estoy!” gritaba sin decir una palabra, hundiéndose en la desesperación. Cansada de luchar, dejó que la oscuridad se la tragase.
-¡Gris!- dijo su mamá al borde de las lágrimas cuando la vio abrir los ojos.
Quiso hablar pero la voz no le salió. Miró a su alrededor y vio las paredes blancas y los monitores al costado de su cama.
-Tranquila, vas a estar bien. Tuviste mucha suerte. Podría haber sido peor, te podríamos haber perdido…
Su madre se inclinó sobre ella y la abrazó con delicadeza.  Le avisó que iba a llamar a su padre y a la enfermera. Gris miró hacia sus pies pero estaba tapada y no veía nada. De sus brazos salían varios tubos que parecían estar conectados al suero. Quizá por eso no sentía dolor. Parecía como si hubiera dormido muchas horas, estaba atontada y un poco desorientada. Recordaba la cara de Bea llorando y la gente mirándola de arriba. Tenía que avisarle que estaba bien.
La enfermera entró al cuarto con una sonrisa y la revisó de pies a cabeza. Le cambió el sachet de suero, le inyectó un líquido amarillento y le dijo que volvería en dos horas.
Su mamá le explicó que estuvo dos días en coma. El conductor del auto dijo que había salido de la nada y no había podido esquivarla. No iba a alta velocidad y el ángulo en que la golpeó ayudaron a que las lesiones no sean fatales. Unas costillas fracturadas, golpes en la cadera, piernas y cabeza pero nada que no se pudiera solucionar. Y lo más importante de todo y que consideraban un milagro era que:
-El bebé está bien…Ay, hija por qué no dijiste nada- murmuró su madre tapándose la boca con la mano.
Gris pensó que se iba a desmayar de nuevo. Había escuchado las palabras y comprendido su significado pero no podía procesar de qué estaba hablando.
-¿El qué?- preguntó con la voz oxidada.
-El bebé. Estás embarazada de cuatro semanas. Nadie puede creer como resistió semejante golpe.
Gris se quedó muda. No sabía si seguía tonta por los golpes o si esta sería una reacción normal a la noticia que le estaban dando.
-No sabías…-afirmó su mamá al verle la expresión.- Hija, sabés que nosotros te vamos a apoyar decidas lo que decidas.
Gris no dijo nada y se recostó en la camilla otra vez. Así se quedó todo el día sin emitir palabra. Quizá era la medicación pero se sentía ajena a la realidad y las sombras y voces brillaban por su ausencia.
Un bebé. Su bebé. El bebé de Adrián. Cómo podía estar embarazada y no sentir nada. Le explicaron que aún era muy pequeño y no era poco común no tener síntomas. La noticia la tomo por total sorpresa. Claro que no se había cuidado al hacer el amor con él pero ni siquiera pensó en la posibilidad de embarazarse por esa vez.
-¿De Adrián?- dijo su madre sorprendida mientras su padre guardaba silencio desde que se había enterado.- Ni siquiera pensé que estaban juntos. ¿No eran amigos?
-No estamos juntos… Pasó una vez-aclaró Gris pensando como la había ignorado desde ese día y sintió una punzada de dolor en el pecho.
-Que se haga cargo-rompió enojado el silencio su padre.
-Pablo dejala tranquila. Ya habrá momento para hablar de esos temas. Ahora hay que priorizar que se recupere de todos los golpes. En paz-remarcó Ana mirándolo desafiante.
La horas pasaban entre chequeos y descanso. Su mamá le avisó que a Bea la iba a poder ver mañana recién porque hoy ya no permitían más visitas. Necesitaba estar con ella.
Cuando la última enfermera salió del cuarto dejó la puerta abierta. Gris miró con desdén a la gente que pasaba por el pasillo. Seguía aturdida y no podía dejar de pensar en Adrián y su indiferencia. De pronto, una de las personas que cruzaba el pasillo frenó y se paró a mirarla. Cuando le pudo ver la cara la reconoció al instante: era Yeny.
Se incorporó con brusquedad y se quiso parar de la cama, olvidando por completo los tubos que le salían de los brazos. El suero cayó al piso y su mamá que estaba entre dormida en el sillón al costado de la cama se levantó asustada.
-¡Gris! ¿Qué pasa?- preguntó Ana agitada y se agachó a levantar el suero.
-Mirá esa chica que está ahí mamá, me quiere lastimar. Todo esto es por su culpa- dijo Gris enojada mientras se arrancaba uno de los tubos.
-Tranquila hija, no hay nadie ahí. Acá no te va a pasar nada.
- Se debe estar escondiendo. Te digo que estaba ahí- siguió Gris mientras luchaba para alejarse de la camilla.
Su mamá la quiso agarrar pero ella la corrió y se sacó otro tubo más.
-Dejame que voy a mirar. Estoy segura que anda por acá.
Ana fue a buscar a la enfermera pero no podían conseguir que Gris vuelva a la cama. Le sangraban los brazos por la manera brusca en que se sacó el suero y rengueaba por los golpes en las piernas. Pero no sentía dolor ni nada, solo odio hacia Yeny y bronca de que la siga acosando aún en el hospital.
Cuando se dio cuenta dos enfermeras y su mamá estaban forcejeando con ella intentando que se vuelva a acostar. Gris trató de zafarse sin entender por qué nadie la escuchaba. El peligro estaba ahí afuera, no dentro del cuarto. Hasta que una de las mujeres le pinchó el brazo sin avisar y de golpe sintió un cansancio extremo y cayó rendida.
Cuando se despertó otra vez, notó que estaba en un cuarto distinto. Las paredes eran grises y tenía una pequeña ventana que parecía dar a una pared de ladrillo. Miró a su alrededor y vio a su madre sentada en una silla dormida con una revista en las manos. Unos minutos después, abrió los ojos y Gris aprovechó para preguntarle dónde estaban.
-Te trasladaron al área de psiquiatría. Le conté al médico los problemas que estuviste teniendo últimamente y después del incidente de hoy… decidieron que era lo mejor. Mañana te van a hacer unos estudios. Es por tu bien Gris.
- Yo sé que te pedí ayuda por lo de las voces y las sombras, pero esto es distinto. Esta chica es real. Es una amiga de Adrián que no se si está obsesionada con él o qué pero me amenazó. Estaba hoy. Y Bea la debe haber escuchado la otra noche en casa.
-Hoy no había nadie ahí Gris y Bea dijo que esa noche te escuchó hablando sola en la cocina.
Gris iba a replicar pero luego pensó para qué iba a seguir gastado energías si igual no la iba a convencer. Se sentía más cansada que antes y solo quería dormir y al levantarse darse cuenta que todo había sido un mal sueño.
Claro que no durmió nada. Cuando llegó la mañana y empezaron a venir los médicos y las enfermeras estaba exhausta y sintiéndose cada vez peor.
Le hicieron una tomografía computada, le sacaron sangre, recolectaron su orina. Un doctor le hizo contestar a un formulario y luego otro le hizo una breve entrevista. A pesar del cansancio Gris trató de contar detallado todo lo que había estado sintiendo los últimos días. Tenía que ser honesta si de verdad quería saber qué estaba ocurriendo con ella. Al escucharse hablar de cómo se sentía perseguida, las veces que escuchaba a alguien pronunciar su nombre, las pesadillas con los ojos abiertos, le dio vergüenza. Realmente al ponerlo en palabras delante de un médico se sintió tonta y supo que algo andaba mal con ella, no con el mundo. Aunque se sentían tan reales las cosas que vivía no podían serlo. ¿Quién era ella para recibir mensajes de seres de otros mundos o ser perseguida por lo que sabía? Sino era nadie y tampoco había hecho grandes avances en ese tema. De Adrián y sus sospechas no dijo nada, para qué meterlo en esta locura. Aunque dentro de su corazón sentía que había algo extraño en él, no podía probarlo. Nai…
-Esquizofrenia paranoide- llegó el diagnóstico como una cachetada.
-Entonces estoy loca- contestó Gris sin pensarlo.
-No usamos ese término- le contestó el doctor.
Su mamá lloraba. Su papá miraba el piso.
-¿Y qué se puede hacer?- quiso saber su madre tratando de hablar entre las lágrimas.
- Con el correcto tratamiento, va a poder llevar una vida productiva y mientras más se apegue al mismo, menos posibilidades de recaída va a tener. Cuanto antes comencemos mejor. Ahora la voy a dejar descansar. Si me acompañan por favor- le pidió a los papás de Gris que lo siguieron fuera de la habitación.
Los escuchaba hablar en el pasillo pero no comprendía lo que decían. Tampoco es que le importara demasiado. Al final le daba la razón al mundo, no es que había logrado desentrañar misterios del universo como tanto había soñado, sino que su cabeza se había vuelto en su contra y estaba viviendo una pesadilla despierta. Nada de eso era real. Tenía que comprenderlo. Tenía que ver más allá de sus alucinaciones. Quizá si la empestillaban iba a ser más fácil el proceso. Pensó si estando embarazada le iban a poder dar medicación y se angustió. Pobre bebito a dónde había ido a parar. Él no tenía la culpa. Iba a esforzarse por ser una buena madre. Se terminó eso de andar obsesionada con otros mundos y los secretos del cielo. Era hora de poner los pies sobre la tierra y empezar a vivir acá de una vez por todas. Esta vez de verdad.






El cielo es tuyo  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora