Capítulo 10

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Griselda iba mirando el paisaje y repensando la lista de malas decisiones que había tomado a lo largo de su vida y se preguntó si ésta era una de esas. Era un precio pequeño a pagar a cambio de descubrir la verdad que Adrián le había prometido. A pesar del tratamiento el deseo de saber la verdad aun seguía intacto.  Aunque pensó qué era la verdad que tanto buscaba y no encontró respuesta. Verdad sobre el Universo, sobre la vida, sobre su hijo, sobre el abandono. Verdades que probablemente ni siquiera  existían, porque al fin y al cabo ¿qué es la verdad?  Algo relativo y que se modifica con el tiempo y con las circunstancias. Lo que hoy es quizá mañana no. Y lo que hoy observamos con incredulidad y que escapa a nuestro entendimiento quizá mañana cobre sentido y reconozcamos que eso que tanto anhelábamos descubrir estuvo siempre frente a nuestros ojos.
Se iban alejando de la ciudad y la ruta se volvía cada vez más oscura y menos demarcada.
-Mirá que no puedo tardar demasiado porque mis papás piensan que estoy acostada durmiendo-avisó Gris pensando que ya bastante angustias les había causado este último tiempo.
-No te hagas problema, creo que va a ser rápido- le contestó él sin apartar la visa del camino, parecía ansioso y tamborileaba los dedos contra el volante.
Gris miró el perfil de Adrián recortado por la oscuridad de afuera y se sintió un poco abrumada por la mezcla de sentimientos que se le vino encima. Quería golpearlo en la cara pero también abrazarlo. Estaba más que enojada con él, pero a la vez había sido su amigo, su consejero, su guardián por años y eso no lo podía olvidar. Había sido todo, inclusive su amor.  Aunque también había permitido que la tilden de loca sin defenderla. La balanza se inclinaba errática de un lado para el otro sin escoger un lugar fijo.
-Gris…-murmuró Adrián como si no hubiese decidido del todo empezar a hablar.
-¿Qué?-le contestó ella con sequedad, no iba a dejar que sus emociones afloren.
-Perdoname-pronunció como si le doliera ese sonido saliendo de su boca.
No le contestó. No tenía la respuesta justa para eso. Nunca le había gustado guardar rencores y siempre fue de la idea de que las personas se pueden equivocar y merecen otra oportunidad. Pero Adrián había cruzado la línea y entrado a un territorio desconocido donde no resultaba tan fácil decir que sí y seguir adelante. La herida era demasiada profunda y llena de mentiras irresueltas que la hacían supurar.
-Llegamos-anunció él y salió del asfalto metiéndose sobre el pasto.
Estaban en el medio del campo, cerca del cruce de rutas. La iluminación escaseaba y no había casas a su alrededor. Gris dudó un poco antes de bajar del auto. Otra vez se le vinieron a la cabeza las decenas de libros de crímenes que había leído y éste parecía el escenario perfecto para salirse con la suya. Adrián pareció leer sus pensamientos porque la tomó de la mano para ayudarla y cuando se paró frente a ella le dijo:
-No soy bueno con las palabras, eso ya lo sabés. Pero quiero que sepas que nunca te lastimaría, no apropósito. Me equivoqué.  Me enamoré,  pero no te voy a negar que fue el error más lindo de mi vida. Nunca me había sentido tan vivo, ya no me importó nada más. Fui egoísta. Si pudiera remediarlo lo haría y me alejaría de vos antes de hacerte sufrir así.
Y estiró los brazos y la abrazó. La apretó con fuerzas y el bebé quedó en medio de ellos. Gris primero se quedó quieta intentando no dejarse sobrepasar por lo que estaba sintiendo pero casi sin darse cuenta empezó a aflojar su cuerpo. Se dejó abrazar, subió sus brazos y rodeó la espalda de él. Ahí fue recién cuando se permitió notar cuánto lo había extrañado este tiempo. No había lugar como ese, contra su pecho, ni abrazo que la completara más que el suyo.  Se quedaron así los tres.
Cuando se separaron Gris notó que una lágrima resbalaba por la cara a Adrián. Él la secó con un gesto rápido y trató de reponerse, sacó el celular del bolsillo.
-Bueno, acá está tu verdad. Tranquila- le dijo y marcó un número larguísimo en el celular y apretó el botón de llamar.
Durante unos instantes nada sucedió, pero luego una brisa empezó a soplar agitando los pastos y de la nada un relámpago iluminó el cielo oscuro y quedó inmovilizado a medio caer. La brecha de luz azulada se abrió y una especie de nave metálica salió de ella flotando sin hacer ningún tipo de sonido.
-Dame la mano-le pidió Adrián a la estupefacta de Gris que obedeció como un autómata.
Sintió una vibración en la planta de los pies y cuando volvió a parpadear ya estaban en el interior del objeto.
Gris no daba crédito a sus ojos y no podía dejar de mirar a su alrededor. Parecía una habitación común y corriente, vacía y de una pulcritud irreal.
-Me siento rara, como si estuviera soñando-le dijo a Adrián entre dientes.
-Ese es tu cerebro tratando de procesar lo que estás viviendo, no te preocupes que ya va a pasar. Siempre es así la primera vez- le contestó él curiosamente relajado.
De la nada, apareció una separación en la pared que tenían frente a ellos y un ser alto y delgado se acercó caminando con extremada lentitud. Tenía la piel blanca y rasgos humanos, excepto que no tenía nariz ni orejas y el cuello era llamativamente largo. Si no hubiera sido porque Gris sentía estar viviendo una fantasía seguro se hubiera desmayado del susto. Tantos meses soñando con el momento de estar cara a cara con un ser de otro planeta para morir al instante de un infarto. Quizá era cierto que la humanidad no estaba preparada para este tipo de encuentros.
-Adrián-saludó el ser inclinando la cabeza, tenía voz femenina.- Griselda.
-Profesora-contestó Adrián y también inclinó la cabeza, Gris no reaccionó.
La Profesora los observó profundamente antes de comenzar a hablar.
-En qué lío te has metido Nai. Nunca hubiera esperado de vos tanta falta de criterio. Pensé que te habíamos educado bien- el tono de voz sonaba a regaño pero era suave y de alguna manera tranquilizante.
Adrián solo agachó la cabeza y se mantuvo en silencio. Nai, sabía que era él pensó Gris para sus adentros, su “amigo imaginario" tan real como el aire mismo.
-Debemos solucionarlo ya. No queda mucho tiempo antes que nazca la criatura- continuó la Profesara mirando a Gris, que se sintió como un libro abierto frente a esos ojos.
-¿Qué pasa con mi hijo? Yo lo voy a criar, no necesito de nadie, ya tengo quien me ayude- empezó a hablar Gris rápido y nerviosa.
-Como sabrás ese bebé que llevas en el vientre tiene nuestro ADN también. El inconveniente es que al no ser compatibles con Adrián no sabemos a ciencia cierta cuál va a ser el resultado de ese embarazo. Nunca había ocurrido algo así.
-¿Cómo que nunca…?- tartamudeó Gris.
-Cuando una pareja de nuestros pupilos procrea con un humano no compatible, que eso sí lamentablemente es algo que sucede con regularidad a pesar de nuestra guía, la gestación no llega a superar la etapa de cigoto porque es inviable. No podemos llegar a comprender aún qué ha sucedido en el caso de ustedes y por ende no podemos anticipar un desenlace.
-¿O sea que mi bebé está en peligro?
-Es una posibilidad. Si no es en peligro físico es en peligro de las autoridades gubernamentales que durante siglos han perseguido los programas de reeducación racial  que hemos desarrollado en la Tierra. Deciden ignorar a la autodestrucción que se dirigen y rechazan nuestros intentos por elevar la raza asegurándoles un lugar en el futuro. Por lo que me han informado hace tiempo que están siguiéndote controlando tus actividades- le dijo a Gris que no se sorprendió con esa afirmación.
-¿Qué podemos hacer?-preguntó Adrián.
-Con un estudio seremos capaces de ver el estado del feto y anticiparnos a los hechos. Si Griselda lo permite. Es indoloro.
Gris dudó pero pensó qué posibilidades tenía y todo resultó confuso. Asintió con la cabeza, se sentía como si estuviera flotando. Una sensación de irrealidad la envolvía y no la dejaba acomodar sus ideas con claridad.
Dos seres más entraron, uno de ellos llevaba un objeto en las manos. Se pararon frente a Gris y pasaron el objeto por su panza sin tocarla. Pasados unos segundos el objeto emitió un pitido y los seres se alejaron entregándoselo a la Profesora que observaba todo con atención.
-Para que un pupilo pueda habitar en la Tierra se tiene que dar la mezcla exacta de un 72,8% de ADN humano y un 27,2% de ADN proveniente de nuestra raza. Una décima más o menos hace inviable la vida. El cuerpo no llegaría a adaptarse a las condiciones presentes en el planeta. El feto que estás gestando presenta un 56,4% de ADN humano y 43,6% nuestro. No puedo llegar ni siquiera a calcular el impacto que podría tener en su cuerpo el nacer en esas condiciones.
Gris se abrazó la panza y dio un paso para atrás. Adrián se puso a su lado y le pasó el brazo sobre los hombros.
-¿Hay algo que se pueda hacer?-preguntó él.
-Como bien sabrás nosotros respetamos y valoramos todo tipo de vida. La opción que les brindamos es hacernos cargo de su tutela y criarlo en nuestra comunidad. Tendrá mayores posibilidades de sobrevivir en un ambiente controlado como el nuestro con la tecnología disponible.
Adrián y Gris se miraron.
-¿Quieren que les dé a mi hijo?-dijo Gris pensando que había entendido mal.
-Si. Para que pueda tener una oportunidad de subsistir.
-No- contestó y de pronto la sensación de que estaba soñando terminó de manera brusca, cayó en la realidad.
-En la Tierra las posibilidades de vivir más de un día son menores al 0,2%.
-Es mi hijo, se va a quedar conmigo. No me lo van a sacar. El mejor lugar para él van a ser mis brazos-gritó Griselda y empezó a caminar intentando buscar una salida.
-Gris, Gris- la llamó Adrián y la agarró del brazo.
-SOLTAME. DÉJENME SALIR. ¡YA! ME QUIERO IR. ¡YA, YA, YA! – y pateó la inmaculada pared lo más fuerte que pudo.
Adrián la agarró de la mano y otra vez el cosquilleo. El pasto húmedo del campo le rozó las piernas. Adrián intentó agarrarla pero ella le dio un empujón y empezó a caminar casi a ciegas hacia donde pensaba que estaba la ruta.
-¡Griselda pará!-gritaba Adrián mientras la perseguía.
-Todo esto es culpa tuya. No te quiero ver más. Dejame tranquila- decía agitada Gris intentando apurar el paso pero le costaba respirar.
Un dolor empezó a subirle por la espalda primero como una punzada pasajera pero a cada paso se hacía más intenso. Quiso dar unos pasos más pero cada vez era más fuerte y cayó de rodillas. No pudo evitar que un grito se le escapara y retumbara en la noche vacía.
Adrián la tomó en brazos y la llevó hasta el auto donde la ayudó a subir. Arrancó lo más rápido que pudo y se dirigió al hospital más cercano.
Gris escuchaba que algo le decía pero el dolor le nublaba los sentidos y no podía concentrase en las palabras. Quería que parase. No podía ni siquiera pensar en otra cosa. El viaje aunque fueron minutos se hizo interminable. Las lágrimas se le caían de los ojos y sin darse cuenta se había arañado todos los antebrazos.
Cuando llegaron Adrián bajó a pedir ayuda y volvió con dos enfermeros que la subieron en una silla de ruedas destartalada. La metieron a toda velocidad. El dolor se había vuelto insoportable. Se agarró la panza que tenía dura como una piedra y sintió como las fuerzas la abandonaban. Intentó con todas sus fuerzas no perder el conocimiento pero los ojos se le empezaron a cerrar y finalmente la venció.
-Griselda.
Su madre la observaba preocupada a centímetros de su cara. Miró a su alrededor y vio a Adrián durmiendo en un sillón a su lado. Quiso hablar pero la voz no le salió. De pronto los recuerdos llegaron como un torrente, levantó la mano y la puso dónde antes había estado su panza. No encontró nada.
-¿Bebé?-susurró.
-Gris, ahora tenés que descansar…-arrancó su mamá tratando de sonar calma.
-¿Bebé?-insistió Gris intentando incorporarse pero no sentía de la cintura para abajo y estaba llena de cables y sondas. Adrián se despertó.
-Tuviste una cesárea de emergencia. El bebé está en neonatología- informó Ana y la voz le tembló de manera casi imperceptible pero lo suficiente para que Gris lo notara.
-¿Está bien?-quiso saber aunque ya la angustia le subía por la garganta, sabía que algo andaba mal.
-Es una nena. Está luchando Gris, es una guerrerita.
-Una… ¿nena? Pero pensé que… Sacame esto lo quiero ir a ver- dijo Gris mientras intentaba arrancarse los cables desesperada.
-Tranquila, la enfermera dijo que a la medianoche si te podés parar te van a dejar ir a verla.
Gris se tiró en la camilla y miró hacia la pared blanca e insulsa para poder llorar tranquila. Se sentía vacía completamente. Literalmente le habían arrancado a su hija de sus entrañas y no habían dejado nada. Adrián se paró a su lado y empezó a acariciarle el pelo con suavidad. Era lo único que podía hacer.
Vinieron a revisarla a cada hora. Le pusieron más calmantes, le ofrecieron comida pero ella no quería nada. De a poco iba recuperando la sensibilidad pero la tristeza que tenía atravesando el pecho se volvía peor. Y eso no había remedio que se lo saque.
Cuando dieron las doce una de las enfermeras se acercó y le preguntó si quería intentar pararse. Gris se incorporó sin dudarlo agarrándose del borde de la camilla y los puntos le tiraron pero no hizo ni un solo gesto. Se paró y dijo decidida:
-Quiero ver a mi hija.
Tuvo que subir por el ascensor y caminar un pasillo interminable a pasos cortos apoyada en el brazo de Adrián. Le hicieron desinfectarse las manos, atarse el pelo y recién ahí pudo entrar.
En ese momento descubrió que en la vida uno nunca sufrió de verdad hasta no ver sufrir a un hijo. Su pequeño cuerpito invadido de cables parecía estar pasando un mal momento. Tubos salían de su boca y estaba conectado a distintos monitores. Su pecho subía y bajaba agitado. Jamás había visto algo tan frágil y dolorosamente hermoso a la vez. Su bebé. Su hija. La miró a través del cristal de la incubadora y observó cada detalle. Sus dedos diminutos, su piel rosada y arrugada, el pelo rubio casi invisible que le cubría la cabeza. La cara no la podía ver bien por el oxígeno. Preguntó a una de las enfermeras si podía tocarla pero le contestaron que tenían que consultar con la doctora a cargo. Así que solo se sentó a su lado tragándose las ganas de llorar y la recorrió con los ojos una y mil veces. Adrián solo la agarraba de los hombros y la acariciaba. Hacía un calor insoportable.
-Es parecida a vos-le susurró él en el oído y la hizo sonreír.
-Tiene tu peinado-retrucó ella y rieron, parecía una experiencia inventada estar ahí juntos frente a su hija.
Habían pasado unos treinta minutos cuando la doctora de guardia se acercó a ellos y les pidió hablar en su oficina.
-No voy a mentirles. Pero la situación no es favorable. Es muy probable que no pase la noche. Tiene los pulmones con un grado de inmadurez que no corresponde a la edad gestacional y están fallando. Tuvo dos paros cardiorrespiratorios desde el nacimiento. Estamos haciendo todo lo posible. Les recomiendo que pasen todo el tiempo que puedan con ella. Veremos como evoluciona-dijo sin dar vueltas y los dejó en shock.
Adrián ayudó a Gris a pararse y volvieran junto a la incubadora. Gris no reaccionaba. No lloró, no se enojó, nada. Sentía las emociones anestesiadas. Adrián temblaba nervioso.
-No podemos dejar que muera-dijo Gris pegada al vidrio.- Tenía razón la Profesora, no está preparada para este mundo mi amorcito. Mirá cómo lucha por respirar.
-Es tan pequeña… -contestó Adrián y no pudo seguir hablando.
-Llamala, decile que me arrepentí. Que quiero que se la lleve, que la salve. Por favor Adrián no quiero que sufra más. Quiero que viva, por favor, por favor- rogó Gris desesperada.
-¿Estás segura?- indagó él mirándola a los ojos.
-Quiero que viva. Sino va a ser mi culpa. Mirala pobrecita mi beba, no está bien. Aparte vos vas a poder ir con ella, ¿no? ¿Vos la cuidarías? ¿Cómo si fueras yo?
-Sabés que sí.
-Llamala ya.
Adrián salió de la sala de neonatología apurado y Gris aprovechó para seguir observando cada pequeño detalle de su beba y guardándoselo en la memoria, pensando cuándo la volvería a ver, si es que alguna vez eso sucedía. Pero no iba a dejar que por el egoísmo de querer tenerla a su lado y no soltarla nunca vaya a perder la vida sin siquiera haberla comenzado. Aunque se la llevasen lejos ese iba a ser mejor consuelo que saber que estaba bajo tierra. Mejor en el cielo, entre las estrellas.
-El cielo es tuyo. Mamá te ama y siempre lo va a hacer. Mi pequeña Luci-le susurró y la beba movió su manita reaccionando a su voz.
La dejaron estar una hora más. Le cantó, le contó de su vida, de sus abuelos, de Adrián. Aprovechó cada minuto que pudo estar cerca de ella e intentó hacerlos interminables, pero el tiempo pasó igual y finalmente la mandaron a su habitación. Con cada paso que se alejaba sentía como un pedazo del alma se le desprendía y quedaba atrás. Sabía que era un adiós, pero uno necesario, un adiós lleno de amor, el amor más difícil y más puro que era el dejar ir. Ya nunca nada iba a ser igual. Ni ella ni lo que le quedara de vida.
Fue un escándalo nacional. Primera vez en la historia del país que desapareció un bebé de una sala de neonatología. Nadie daba ninguna explicación y las cámaras no habían captado nada. Se había esfumado. Un misterio increíble del que salieron cientos de notas periodísticas, artículos, segmentos en la televisión. Ni una sola pista. Nada.
Los papás de Gris demandaron al hospital, médicos, enfermeros, guardias, hasta al personal de limpieza y salieron en todos los medios reclamando justicia. Se armó semejante circo mediático que Gris dejó de ser el foco de la atención, para alivio suyo. Paul Tepes la contactó ofreciéndole plata a cambio de los derechos para escribir su próximo libro. Cansada pidió que le respetasen el momento que estaba atravesando y se recluyó como siempre había hecho frente a los problemas. Tenía el corazón roto pero a la vez sabía que ahora su hija tenía posibilidad de tener una vida, aunque esto no se lo podía decir a nadie. Intentó hablar con sus papás pero estaban tan enfrascados en la batalla legal que la ignoraron por completo. Quizá era su manera de procesar el hecho.
Bea no se despegó de su lado y escuchó la historia sin emitir sonido, le creyese o no se limitó a escuchar y a consolar a su amiga. Tenía la esperanza de que algún día Gris volviese a sonreír e iba a estar ahí para presenciarlo.
Adrián aparecía de tanto en tanto y le traía algunas noticias pero escazas. Solo sabía que la bebé estaba fuerte y recuperándose. Más adelante le iban a permitir a  él estar en contacto cuando su sistema inmune haya madurado. Con solo saber que estaba bien Gris sentía que el dolor que llevaba dentro se apagaba un poco, solo un poco.
Una de las últimas veces que la visitó notó que estaba agitado y más pálido que de costumbre. Le dijo que no sabía cuándo la iba a volver a ver porque le habían asignado otra misión y no podía negarse. Ya que demasiado habían hecho por él al salvar a su hija. Se miraron sin decir nada un largo rato. Ambos tenían los ojos llenos de tristeza y resignación. Como dos soldados que van juntos a la guerra y ven los mismos horrores.
-Quizá algún día esto pueda cambiar y podamos ser una familia- le dijo él mientras se dirigía a la puerta.
-Quizá- respondió Gris y fue tras él.
- Te la voy a devolver del cielo, te lo prometo. No sé cuando, pero lo voy a hacer.
-Acá esperaré.
-Nos vemos- y le dio un beso suave en la mejilla y se alejó caminado hasta perderse al doblar la esquina.




El cielo es tuyo  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora