Epílogo

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12 años después.

Es difícil aprender a vivir nuevamente una vez que uno murió. Porque no se muere cuando deja de latir el corazón sino con cada despedida y con cada herida profunda que nos hace la vida. Y hay que aprender otra vez el arte de existir. Claro que uno no es el mismo al final del proceso. Nació, se transformó. La persona que uno era antes de esto solo es un vago recuerdo desconocido.
Una Griselda más fría miró el cielo del atardecer. Era su momento favorito. Una mezcla de celeste, rosa y dorado que parecían una obra de arte. Dos estrellas tempraneras. Un sol que se ocultaba. Su hijo reía de fondo mientras el papá lo perseguía por la terraza jugando. Todo lo que estaba bien condensado en un momento. Y a pesar de lo perfecto de la escena no pudo evitar sentir ese dolor conocido. Habían pasado años desde la última vez que tuvo noticias de ella. No había día que no la piense y no la extrañe. Pero como está en la naturaleza humana uno se adapta para subsistir. Se adapta al vacío, al sufrimiento, a la melancolía.
Esa noche después de cenar, bañó a su hijo que apenas tenía tres años y lo llevó a la cama como hacía siempre.
-Mamá- le dijo él mientras se acurrucada en la frazada.
-¿Si bebé?
-Luci te manda saludos.
Se quedó helada. Nunca había hablado de ella con él. Pensaba que todavía era demasiado pequeño para comprender.
-¿De verdad? ¿Cuándo te dijo?
-Anoche. Pasó a visitar. Dijo que después te va a ir a ver a vos. Tengo sueño- dijo refregándose los ojos dando por terminada la charla.
Gris salió de la habitación con el corazón acelerado. No podía ser una casualidad. Tenía que ser cierto. Empezó a caminar por el pasillo y esa sensación antes tan familiar de que alguien la miraba le bajó por la espalda. Se quedó quieta, expectante, sin emitir sonido y atrás suyo se escuchó:
-Griselda… Mamá, soy yo..

El cielo es tuyo  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora