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Penurias físicas había experimentado. Muchas.

Otras clases de torturas también.

Pero esto, esto, era de entre las agonías más insoportables con las que había tenido que lidiar.

El dolor era demasiado, demasiado, y no sólo dolía, ardía también. Sentía su espíritu en llamas, volviéndose trizas en sus cenizas, corroerse, cómo si a su alma le hubiesen clavado toda clase de objetos punzantes (una y otra y otra vez) y sumergido en ácido y dejado ahí para que no quedara ni rastro de él, lenta y tortuosamente.

(Sus garras ya habían dejado marcas notables en donde se estaba aferrando. Sus orejas estaban bajas, sus oídos pitaban, le aturdían más, mezclando ese molesto y agudo sonido con los desgarradores gritos del creador a su lado, ¿de sí mismo? ¿de ambos dos? Su garganta quemaba. Él también debía, tenía, que estar gritando. Su cola estaba aplastada bajo él, pero si no lo estuviera, no sabría hacia dónde dirigir sus latigazos en extremo estresados).

No podía ver nada, el dolor le cegaba (eso, y que sus ojos se habían cerrado involuntarios ante el fuerte brillo verde que le bañaba a él y al que se había querido resistir a ser tratado hasta que algo en él, rastros aún del Shin de verdad, surgió y paró de forcejear lo suficiente para suplicar con ese mismo pánico de antes en su mirada).

Era tan apabullante tal dolencia que todos sus sentidos estaban desorbitados, pero lo que si sentía con seguridad era su mano (tensa y a la vez temblando al contener su descomunal fuerza) tomando la más pequeña, y no la soltó, y no quiso soltarlo a él tampoco al sentir el infierno invertirse, no caliente sino completamente frío, tan congelado que quemaba igual, tan gélido como la soledad que le invadió entonces, sintiendo los otros dedos aflojarse (mucho, muy flojos, perdiendo fuerzas).

¡No! ¡Quédate aquí!

(¡No te atrevas a dejarme!)

Y la absoluta potencia en su voluntad jaló a su misma esencia a encenderse de nuevo (a no abandonarle, a no dejarle aún más solo).

No lo soltó, y siguió sin soltarlo, sin querer nunca soltar, no importaba el calvario en vida (¿vida? ¿muerte? No perecía todavía) que tuviera que afrontar.

Finalmente sintió los otros dedos tomarle (fragiles, débiles) de vuelta, y a pesar del alivio que casi no podía sentir al terminarse todo, su mano apretó (también débil, agotado) la otra, continuando sin quererle soltar.

(Con un Hakai de su mano libre, dio verdadero fin a la oscuridad que le había querido arrebatar todo).

Soy (incognita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora