(5)

429 51 2
                                    

Bills podía ser muchas cosas (buenas o malas dependía, más que todo de su mismo juicio), pero lo que si no era, era un idiota.

Shin no quería tocarle, o mejor dicho, no quería que él le tocara. Le rehuía. Se le escondía. Su mirada le evitaba. Tampoco lo quería cerca.

Cierta parte de él lo encontraba, por supuesto, molesto, casi ofensivo. Pero también podía comprender el porqué sería (y a la vez no. Shin no era rencoroso; jamás le había dicho ni recriminado nada por haberle casi dejado morir dos veces ante ese insolente gordo rosado que se pavoneaba inocentemente con ese humano sin importancia. Y su último desliz había sido más que inaceptable, por supuesto, pero algo mucho menos grave que aquellas dos ocasiones).

Shin estaba enojado con él, debía estar aún enojado con él, y era así cómo había racionalizado todas las veces que apartaba la cara cada vez que se acercaba a unirlas, o el cómo su cuerpo nunca dejaba de tensarse cuando sentía su cola enroscada en alguna parte de su pequeña figura, sus manos posadas en el dios más bajo, sus labios y colmillos rozando lo mínimo que podía en el espacio entre su traje y la piel de su cuello, y la tensión no se iba, incluso al obtener ese estremecimiento y ese suspiro por más que jamás se había atrevido a dar voz el creador.

No tenía razones para sospechar, no hasta que, más que rechazo a sus avances, empezó a ver disgusto en el resplandor de ese mirar, y él, con todos sus años, sabía qué clase de disgusto era ese.

No era disgusto, era asco.

Estaba perplejo. Él tenía sentimientos por Shin. Suponía que sí. Era estúpido ya negarlo. Y sabía que Shin tenía que sentir algo igual (¿Más que él? No era exactamente una competición). ¿Entonces por qué rayos-? ¿Qué diablos-? ¿Cómo demonios había llegado al punto de tener que ver esa clase de expresión venir de Shin dirigida hacia él, compasivo Shin, que hasta más de una vez le había escuchado apreciar hasta a una fea e insignificante telaraña?

Shin no era rencoroso. Shin encontraba algo para apreciar incluso entre lo más insípido. Shin no podía estar sintiendo repulsión hacía él.

No necesitó recibir luego una llamada del otro viejo Supremo fastidioso, obviamente preocupado (le dijo algo acerca de cómo la actitud de su sucesor era extraña, se volvía cada vez más inusual, francamente no quería prestarle demasiada atención, no hasta que cierta insinuación hacia Zamasu le llegó a los oídos), para conjeturar que algo debía estar mal en el otro dios.

Tenía que saber que era. Algo más que obvio. (Y si su motivación no cargaba también con cierto ¿despecho? ¿insulto? ¿dolor? (¿dolor? ¿él?) al verse visto por Shin cómo si él fuera lo más repugnante del universo, quizás estaría mintiendo).

Soy (incognita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora