21. Vengo a ofrecer mi corazón

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"Le vi sonreír y comprendí que toda mi vida
Había sido un simulacro."

*

Traza líneas con sus dedos uniendo cada lunar de la espalda dorada que resalta con los rayos del sol. Recorre cada punto desde sus hombros hasta el elástico del piyama, se recrea en las manchas salpicadas en un cuerpo de miel. Escucha los pequeños suspiros provenientes de la boca contraria y sonríe al ver la cara relajada que reposa de lado en la almohada. La noche anterior, se había dejado llevar como nunca, había conocido la piel y besos en puntos concretos. Había experimentado ese punto máximo en donde su cuerpo sudaba y pedía más cercanía y locura. Se muerde el labio inferior recordando las mejillas rojas del rubio y los gemidos que se unían en esa misma habitación.

El sol sigue en la ventana, siendo testigo de esas caricias. Mira la mejilla de Raoul y ve un pequeño arcoíris formado debajo de sus ojos. Sonríe y acaricia ese sector ilustrado. El rubio abre los ojos y lo mira. Si había pensado que los colores estaban en la mejilla, se había equivocado bastante. Porque cuando conecta su mirada con la del contrario, ve el arcoíris en ese color miel. Su color miel favorito. El de los ojos de Raoul.

Se muerde el labio inferior mientras una sonrisa nace en sus labios. Se lamenta al pensar que Raoul no puede verse con sus ojos, no puede ver ese pequeño arcoíris acompañado de la miel y aunque pudiera, no sería lo mismo. Lo que hace especial ese momento es cómo lo mira él. Son las pequeñas líneas que juegan en la espalda mientras mira el brillo luciendo en su piel.

Le sacaría una foto, pero se perdería toda la magia creada en ese ambiente. Así que se esfuerza por mantener esa imagen en su mente, en sus recuerdos, para poder recrearla en sus sueños.

- Buenos días – escucha la voz grave del rubio.

No dice nada, solo asiente y sigue haciendo cosquillas en esa piel suave y delicada. Deja un beso en la frente contraria porque es la única manera que tiene de agradecerle el cariño y el cuidado con lo que lo trató esa noche. Un beso que no sabe si Raoul puede codificar, no sabe si puede decirle con ese simple roce, todos los miedos que se apoderaron por un segundo en esa misma cama y que solo una mirada de miel y caricias tranquilizadoras pudieron ahuyentarlas.

Pero Raoul sabe. Sabe codificar esos ojos cerrados y la delicadeza de ese beso, delicadeza propia de alguien que tiene miedo de romper lo que toca. Raoul sabe codificar perfectamente a Agoney, por eso, esa noche las preguntas que escaparon de la boca del rubio eran para estar seguro de las decisiones del moreno, para estar seguro de que los miedos no se habían apoderado de su cuerpo. Por eso, sus ojos nunca dejaron de trasmitir seguridad y confianza, que supo que Agoney se lo estaba agradeciendo y, de alguna manera, devolviéndoselo en ese simple beso.

- - - - -

Había llegado la hora. Las maletas en sus manos y las risas en sus caras. Siempre pensó que los aeropuertos eran tristes y llenos de lágrimas de despedidas, lagrimas que resbalaban silenciosamente por las mejillas sin saber si verían a la persona que se alejaba dándoles la espalda. Tal vez, esos pensamientos se instalaron porque de niño frecuentaba mucho aquellos lugares para despedir a su padre cuando se iba por largos meses a trabajar fuera del país. Raoul con solo 7 años ya le tenía miedo al futuro y las intrigas que se alojaban en él.

Pero ese día era diferente. No había despedidas tristes ni maletas cargadas de recuerdos, solo tenía ojos empañados de felicidad y las maletas esperando cargarse de vivencias de Buenos Aires y su gente. No estaba solo. Nunca estaba solo. Agoney a su lado con una sonrisa más grande que su cuerpo, le miraba haciéndole entender todo lo que le esperaba cruzando el charco.

Visibles | ragoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora