Nadie

42 2 0
                                    

El sonido de un celular siempre rompe el hilo de una conversación. Como si fuera un par de tijeras que rompen el hilo que te llevaba a las profundidades que una persona puede tener. Se hunde la mirada en la pantalla con la única intención de ver la notificación recibida. Como si fuera una noticia de vida o muerte, algo inaplazable de tu propia vida. Ahí fue cuando descubriste la imposibilidad de conocer a una persona más allá de una pantalla siempre encendida y una especia de máscara de perfección

Descubriste que la tristeza era una enfermedad aún peor que el cáncer más fuerte y las personas prefieren una sonrisa de mentira a una lágrima honesta. Incluso, pudiste darte cuenta que en caso de atreverte a llorar, estarías alejando a los que están a tu lado. Se te empieza a exigir el estirar tus labios en una mentira. Te tachan de "llorón" y empiezan las frases de "No estés triste", "no es bueno que estés siempre así". Quitando así la poca honestidad que te queda. La válvula que puede implicar una lágrima se ve coaccionada para satisfacer la necesidad de crear una realidad virtual en la que todos somos felices y no chocamos con el hecho de que hay algo más de un sólo sentir. Por esa razón, por todo lo que descubriste tatuaste tu sonrisa. Así, de menos te sería más sencillo socializar.

Empezaste a vivir una vida de mentira. Empezaste a basarte en fotos, vídeos y publicaciones a cada hora. De forma casi religiosa anunciabas tu felicidad en historias que, como tú,  se pierden en unas horas. Sonríes frente a la cámara y olvidas por un momento que atrás de ti, existe otra versión, una que no es capaz de afrontar más la situación en que vive. Esos símbolos de ojos que significan las personas que han visto tu porción falsa de día, te ayudan a sentirte menos solo. Menos abandonado. Les diste el nombre de "amigos", aún cuando sólo sabes de ellos lo que suben de sus vidas.

Dejaste de vivir tu vida para empezar a vivir la de los demás. Claro, fingiendo que cada acción era producto de tu propia mente (y no un esfuerzo sobrehumano por encajar). Comparaste desde entonces todo: cuerpo, figura, peso, casa, hasta tu mascota. Abandonaste el peligro de vivir a flor de piel para acomodarte en un cascarón marchito. Desertaste de tu individualidad para formar parte del todo.

Aprendiste a obsesionarte por cosas como el amor fácil y efímero, el alcohol y que un mensaje sea respondido al momento; aún cuando nunca creíste fuese correcto. A fin de cuentas, empezaste a olvidar tu nombre para adoptar el título de "persona de ningún lugar"

IncompletoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora