Día Soleado

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Hoy al despertar di por hecho que todo el día iba a ser una mezcla de color grisáceo, olor a petricor y el dulce aroma de un café instantáneo recién hecho a razón de intentar recuperar el calor perdido a causa del frío. En la mañana disfruté de la sensación de saberme caminando entre el viento, cubriéndome el rostro para después no tenerlo congelado, aunando el hecho de pensar que el sol en su letargo no aparecería en un buen rato; peor al llegar la tarde, mientras leía un libro en el camión rumbo a mi universidad, algo me distrajo obligándome a alzar la vista, alegrándome en el acto por esa causalidad.

Pude ver que las nubes y el filtro melancólico del gris dieron paso a un sol que regalaba una caricia tímida de calor, de esas que buscas cuando no soportas más su ausencia y sales en su búsqueda hacia algún establecimiento con clima artificial. Pero en lugar enfadarme por ver que el día que llegué a considerar perfecto se había transformado en su contrario; digno de las postales que le enviarías a alguien querido, presumiendo de los paisajes que disfrutas, me hizo darme cuenta que en Querétaro hay una magia que no hay en ningún otro lugar.

Si me daba el permiso de sorprenderme en lugar de dar por hecho, en cada camino que recorría o exploraba por la ciudad, sería capaz de ver un color diferente, una sensación que no sólo por la naturaleza o infraestructura de las casas podía sentir, sino que la misma gente ayuda a crear un ambiente de tanta tranquilidad y con la intención de seducirte a adentrarte en las entrañas de la ciudad.

Querétaro es un lienzo de diversos colores, aromas y texturas. Donde la época colonial se encuentra con la moderna en una sintonía cuasi perfecta, que además, predomina algo importante, el calor, que no todas las personas podemos soportar, pero que aprendemos a apreciar. Y es que si en algún momento alzas la vista, quizá encuentras algo que habías perdido durante el camino sin siquiera saberlo:

La capacidad de admirar un simple día soleado.

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