No me gustas

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Te conocí un día de Abril.  Yo estaba nervioso, ya que era mi primer día en la empresa y no sabía qué iba a empezar a hacer ahí. Tú te acercaste, como si fuera natural para ti conocer a las demás personas. Me saludaste y cuando estreché tu mano, sentí el calor que un día iba a extrañar sin siquiera haberlo notado. Llevabas una falda roja y una camisa negra. Por alguna razón al sonreír, tus dientes soltaban destellos de luz. Pero luego descubrí que sólo eran parachoques que buscaban mantener una línea en la carretera blanca que cuidaba tu boca.

Empezó el camino de empezar a conocerte, empezar a creer que sabía quien eras. Conforme pasaba el tiempo, comprendí que estaba empezando algo que no había llegado a imaginar. Quedaba hipnotizado por tu risa, totalmente escandalosa y que podría romper los oídos de quien la escuchara, haciéndole preguntar si era real una persona que sintiera tanto júbilo dentro de su pecho que necesitara sacarlo, contagiando a las demás personas con... Joder, que no.

De a poco, nos empezamos a acercar. Y me empecé a quedar mirando tus ojos, que negros eran como el lodo creado después de una tormenta fuerte. Ese con el que es fácil tropezar y empezar a jugar, dejando que se quede pegado a la piel y luego pareciera que cualquier lugar tocado es renovado. Dando una nueva vida a lo que creía ya no podría sentir algo... Carajo, sigo perdiendo el hilo.

Empecé a descubrir que tu pelo, largo y despeinado, casi a propósito olía como a naturaleza muerta. Cuando lo toco, parece que estoy tocando una hilera de espaghetti negro, duro, con un aroma que me hace alucinar. Como si fuera de mentira, y adornara tu cabeza, atado con un moño grande en espera de que te haga ver menos tierna. Siento aversión cada vez que paso mi mano y se queda algún cabello prensado, como si quisiera quedarse en mi piel de camino a casa para recordame a ti cuando la levante y me de cuenta que está ahí, inerte, con la única intención de hacerme viajar al tiempo que hemos compartido juntos...

Joder, lo digo en serio. No me gustas. Nunca me gustaste.

Tu rostro, cuando en estado de ebriedad lo veía a media luz y medio borroso, me daba cuenta de lo mucho que aborrecía el que estuviera tan cerca de mi. Cual reflejo de luna que en mi ventana quiere entrar a iluminar mi habitación. Causándome un sentimiento de rechazo, ya que por más que quisiera estar en tranquilidad, estaba ahí, en medio de mis sueños. Un arrullo innecesario que me permitía dormir con más tranquilidad, sin importar si durante el día estuve estresado. Adornado con una sonrisa que pareciera sacada de una revista antigua, una que tuve oportunidad de encontrar hace años y quise olvidarla. Un poema olvidado entre tanta letra que al momento de formar parte de tu rostro, cobra sentido y ningún abecedario es suficiente para darle un sentido a esa prosa que se forma entre tus ojos y mejillas...

En verdad, no me gustas.

Odio tu forma de caminar tan torpe. Tropezándote con los pedazos que alguna vez dejé tirados en un bote y tomándolos para traérmelos, como si tuviera la oportunidad de volver a pegarlos. Obligandome a seguir tus pasos, perdido ante lo largo de cada una de esas piernas que tropiezan consigo mismas, y me coaccionan a seguir preguntandome porque no tengo la capacidad de apartar la vista de ellas, si lo único que tienen es que podrían otorgar la mejor almohada que ni el zar más poderoso podría llegar a imaginar...

En este momento empiezo a preguntarme...


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