2010: Final deseado (Manigoldo/Albafica, Deathmask/Afrodita)

556 46 27
                                    


El templo de Piscis, siglo XVIII.

―¡Albafica! ―gritó Manigoldo. Llevaba ya un buen rato parado en las escaleras del templo de Piscis. Sabía que Albafica estaba allí, escondido entre las sombras y escuchándolo. El guardián de la cuarta casa estaba cansado de finales inconclusos, y esta vez se había propuesto obtener una respuesta definitiva.

La paciencia se le acabó pronto, y decidió entrar sin haber sido invitado. Después de todo, había anunciado varias veces su presencia. Podía sentir el aroma de Albafica llegando a él, seductor e inconfundible, aunque no pudiera precisar su ubicación exacta.

Siguió el rastro sutil del perfume, que se movía alejándose de él entre las penumbras, hasta que por fin consiguió cazar a su presa, asiendo una de sus muñecas y obligándolo a mostrarse. Albafica supo que tendría que ceder al capricho de Manigoldo antes de lograr deshacerse de él.

―Ya te he dado tu respuesta ―dijo Albafica, mirándolo con severidad.

―¿Qué respuesta? ―replicó Manigoldo. Intentó atraer a Albafica contra sí, pero él hizo su mejor esfuerzo para mantener la distancia que los separaba.

―Que no importa lo que yo quiera, ni cuánto lo quiera. Deberías saber que como resultado de mi entrenamiento con venenos, mi cuerpo contiene fluidos que pueden resultar tóxicos...

Manigoldo, que estaba cansado de escuchar el mismo discurso de siempre, se sintió carcomido por la ira y la frustración.

―¿Crees que no entiendo eso? No me interesa. Quien no sea capaz de resistir estar contigo es porque es débil, y yo no lo soy ―dijo Manigoldo, sin soltar a Albafica, que lo miró con ojos llenos de desespero.

―No sabes de lo que hablas, no sería justo para ti que por mi culpa...

―Déjame tomar mis propias decisiones. Yo decido lo que es justo para mí.

Albafica redujo la resistencia y se dejó envolver en los brazos de Manigoldo, que buscó entonces en sus labios la caricia íntima que tanto ansiaba. Apenas llegó a rozarlos cuando percibió que Albafica se escurría de su abrazo, alejándose de él, dejando en sus manos apenas una triste rosa y un beso que no había terminado de ser entregado.

―Vete. No quiero lastimarte ―dijo Albafica, dándole la espalda.

Manigoldo observó la rosa que había recibido con incredulidad. ¿Acaso era aquello una especie de estúpido premio consuelo? Apretó su puño deshaciéndola, y se retiró del templo dejando tras de sí un reguero de pétalos muertos.

El templo de Piscis, siglo XX.

De pie e inmóvil ante el templo de Piscis, Deathmask intentó desentrañar el misterio detrás de lo que lo había llevado allí. No era la primera vez que se había sorprendido abandonando su puesto en el medio de la noche para luego comenzar a vagar por los terrenos hasta terminar frente a la última casa.

A Afrodita lo unía un secreto. Ambos conocían la verdadera identidad del nuevo patriarca, que había tomado el lugar del anterior hacía varios años. Deathmask lo creía correcto. Si el anterior había sucumbido a manos del nuevo, por algo debía ser. Era el destino que el antiguo líder merecía, por no haber logrado ser lo suficientemente fuerte. ¿Cómo podría alguien débil guiar a otros hacia la victoria?

Sabía que Afrodita estaba de acuerdo con él. Al contrario que el resto, él conocía la verdad que los otros posiblemente no estuvieran preparados para aceptar o entender. Y estaba bien así. Pero, ¿qué era lo que lo hacía volver allí de forma recurrente? Deathmask no necesitaba la compañía de nadie. Nunca la había tenido, y como consecuencia sabía valérselas solo. Y sin embargo, ese lugar y esa persona rondaban sus pensamientos más seguido de lo que le gustaba admitir. Molesto consigo mismo, se dio la vuelta para irse. Justo entonces Afrodita se materializó desde entre las sombras. Apoyado en una de las columnas, sostenía una rosa en sus manos.

Oneshots BL de Saint Seiya (Lost Canvas+G+clásico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora