2019: ¿Es cierto que puedes ver fantasmas? (Manigoldo/Albafica)

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Lugonis de Piscis había muerto.

Se lo había informado su maestro, el patriarca Sage, usando un tono lúgubre y solemne que le había puesto los pelos de punta. Como era previsible, Albafica tomaría su lugar, y según Sage eso significaba que Manigoldo debía esperar que ciertas cosas cambiaran en el santuario. Manigoldo, que había creído haber sido más discreto con el tema de Albafica, le había dado la espalda y refunfuñado algo sobre cómo todo eso no tenía nada que ver con él. Sabía que él no era el favorito de Lugonis: los favoritos de Lugonis eran los que se mantenían lejos de Albafica, y él no había puesto demasiada voluntad en eso.

Aunque nunca se lo admitiría a Albafica, tenía esperanzas de que quizás ahora pudiera tener que dejar de estar andando a escondidas para poder rasguñar momentos donde encontrarse con él, por más que esos pensamientos eran seguidos por la imagen de Lugonis volviendo del más allá para clavarle una rosa en el corazón por siquiera estar considerándolo como posibilidad.

Pensándolo bien, sin embargo, entendía que lo que su maestro había dicho parecía implicar algo oscuro. El cambio no sería para bien. Desde la noticia, Manigoldo no había sabido nada de Albafica, y la expectativa lo estaba enloqueciendo. Se preguntaba si tendría que ir él mismo a buscarlo adonde fuera que se estaba ocultando, aunque no supiera qué decirle, y quizás terminara diciendo lo equivocado. "¡Tu maestro está muerto! ¡Felicidades por convertirte en Santo de Oro!"

En los más optimistas de sus escenarios hipotéticos, Albafica buscaba consuelo en sus brazos y Manigoldo decía por obra de algún milagro exactamente lo que él quería escuchar, y a eso le seguía un beso íntimo e intenso. En la realidad, los labios de Albafica le dejaban un gusto amargo y la lengua dormida, pero en su fantasía nada de eso ocurría.

En otras versiones, Albafica lo llevaba a una habitación secreta que había descubierto en su nuevo hogar en el templo de Piscis, y le decía que esta vez no habría reglas de ningún tipo. Y lo que seguía, ¡ah! Era demasiado bueno para ser cierto, pero eso no lo detenía a la hora de imaginar cada detalle. Después estaban los escenarios desastrosos, en que Sage lo mandaba al infierno por andar deshonrando el santuario de Atenea con sus andanzas, o peor aún, en que Albafica le decía que al fin se había dado cuenta de que el olor a muerte de Manigoldo no iba con la fragancia de las rosas de Piscis.

La espera por novedades, alargada por la ansiedad, se acabó esa noche, cuando Albafica apareció en la puerta de su templo, cabeza baja y cabello cayendo como las ramas de un sauce sobre su rostro. Vestía ropas sencillas y arrugadas. Ni rastro aún de la armadura dorada que acababa de heredar.

—¡Alba! —dijo Manigoldo, yendo hacia él.

Sin alzar la cabeza, Albafica levantó la mano, indicándole que se detuviera.

—No te me acerques —susurró, con voz temblorosa.

Manigoldo no supo qué hacer con los brazos que iban directo por un abrazo, así que apoyó una mano sobre la cintura y con la otra se rascó la cabeza.

—Escuché de tu maestro —dijo, resoplando—. Una mierda.

Dar vueltas no serviría de nada, y tampoco era su estilo. Que fuera lo que fuera. Bastante estaba esforzándose en no hablar mal de Lugonis, ya con eso se merecía un aplauso. Albafica no mostró reacción alguna a sus palabras. Todavía sin mirarlo, murmuró:

—Lo maté.

—¿Eh?

—Soy veneno.

Su cara podía estar oculta por la melena, pero su voz dejaba en claro que estaba llorando. Clavado donde estaba para respetar la distancia que Albafica había puesto entre los dos, Manigoldo se sintió inservible.

Oneshots BL de Saint Seiya (Lost Canvas+G+clásico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora