UN OCÉANO PARA AMARTE

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CAPÍTULO FINAL.

Nueva York, año 2020.

William Davis se subió con dedo tembloroso las gafas de ver mientras intentaba calmar su pulso, su respiración. Observó a su entrevistadora sentarse a su lado, con aquella sonrisa encantadora, juvenil. Una de las maquilladoras se acercó a él y volvió a pasarle una toallita húmeda por su rostro, intentando disimular los brillos que le producía el sudor, provocado por aquellos focos con los que le iluminaban. Observó sus manos arrugadas por el transcurso de los años. Contempló las manchas que iban surgiendo en su piel y miró a su entrevistadora con un atisbo de preocupación en su rostro.

—William, tranquilo —susurró percatándose de su mirada, cogiéndole de forma delicada la mano—. Todo va a salir bien, no te preocupes. —Luego miró a uno de sus ayudantes—. Por favor, trae un poco de agua. No sabía si lo que iba a hacer era correcto, pero llevaba demasiado tiempo ocultándolo, demasiado tiempo callándoselo. Era hora de que todos lo supiesen. Ahora ya no le importaba lo que pensasen de él, lo que dijesen después de escuchar su testimonio, de explicar todo lo que había guardado en secreto durante largos tiempo. Era hora de que el mundo supiese la verdad. A sus ochenta años se podía permitir el privilegio de hacer lo que iba a hacer.

—Sophia, entramos en directo en dos minutos —pronunció el cámara. Ella se sentó correctamente, aún con aquella tierna sonrisa cogiendo la mano de William, el cual no se atrevía a mirar directamente hacia las cámaras, hacia aquellas personas que habían acudido a aquel plató de televisión para escuchar lo que iba a decir, sentados en una pequeña grada justo delante de ellos.

—Tranquilo, William —volvió a insistirle—. Si en algún momento te quedas sin saber qué decir yo intervendré. Él volvió a aceptar mientras intentaba elevar la mirada hacia esos focos que lo iluminaban, casi cegándolo. Se llevó la mano a la corbata y en un gesto involuntario se deshizo un poco el nudo.

—¿Tienes calor?.

—Un poco —susurró.

—Por favor —comentó Sophia—, dadle más potencia al aire acondicionado. William la miró con una sonrisa tímida. Cogió la carpeta que había traído a plató y la abrió observando los documentos que llevaba en su interior. La mujer lo miró intrigada, como si quisiese ver qué había en su interior, pero William volvió a cerrarla y señaló con un movimiento de su rostro hacia la pequeña mesa de cristal que tenían ante el sofá de cuero blanco en el cual estaban sentados.

—¿Puedo dejarlo aquí?

—Sí, claro.

—Gracias. Otro de los ayudantes se acercó para la revisión de última hora de los pequeños micrófonos que habían colgado en su pecho y salió corriendo una vez comprobados.

—Entramos en directo en tres, dos, uno… —pronunció el cámara mientras la música comenzaba a inundar el plató. William miró de un lado a otro nervioso, tragando saliva y sujetándose las dos manos, notando cómo temblaban.

—Buenas tardes a todos. Bienvenidos a Las tardes de Sophia —comentó dirigiéndose hacia la cámara con una agradable sonrisa—. Como venimos anunciando toda la semana, hoy contamos con la compañía del distinguido profesor William Davis, Doctor en Historia y profesor de la Universidad de Nassau, en las Bahamas. William elevó su mano levemente interrumpiéndola.

—Bueno, yo… no ejerzo desde hace cinco años, cuando me jubilé —apuntó con una sonrisa haciendo que Sophia le correspondiese con otra.

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