UN OCÉANO PARA AMARTE

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CAPÍTULO 8.



Serían ya las nueve de la noche porque la subasta había comenzado hacía pocos minutos. Candy volvió a asomarse por la ventana. Observó directamente la figura de Terry, el cual la observaba desde abajo, cerca de la tarima, de brazos cruzados y con una mirada interrogante. Ella volvió a lanzarle una mirada llena de odio y cerró la ventana. Terry debió interpretarlo como una muestra de desaprobación porque justo antes de cerrar la ventana pudo intuir cómo suspiraba y echaba la mirada hacia la tarima. Bueno, obviamente también era de desprecio. Iba a vender los esclavos, iba a vender a Enam, aunque siendo realistas ella nada podía hacer. No, lo que necesitaba era que él no la viese.

Corrió hacia el baúl y lo abrió. Desde que él se había marchado hacía poco más de una hora había cogido la tela con la que cubría la cama y había hecho un saco. Había metido telas, vestidos, incluso algunas joyas que consistían en collares de piedras y algunas armas que creía que tendrían un gran valor. Había hecho un buen botín y dudaba que no fuese bien suculento para alguno de aquellos piratas. El problema ahora era escapar de allí. Por la última ojeada que había echado por la ventana había visto prácticamente a todos los hombres de la tripulación allí, junto a Terry, con botellas de ron en la mano, como si estuviesen de celebración por lo que iba a ocurrir. Con la venta de todo lo que habían saqueado del barco francés iban a conseguir una buena suma de dinero, aunque nadie le aseguraba que algún miembro de la tripulación aún siguiese por el hostal, o incluso que la estuviesen vigilando. Aquella mañana Jimmy había tenido esa misión, aunque ahora todos ellos estaban frente al hostal y la única puerta de salida era visible a todo el mundo. Cuando había llegado allí, mientras subía a la habitación se había fijado en todo intentando no levantar sospechas. Tal y como había imaginado solo había una puerta de entrada y salida, pero se había fijado en que en la primera planta, al final del pasillo donde había varias habitaciones, había una ventana que daba a la parte trasera. Podría saltar desde allí. La caída no era muy alta y se consideraba una chica ágil. Abrió la puerta con cuidado arrastrando el saco. La verdad es que pesaba más de lo que había imaginado. Lo echó a su espalda y volvió a observar. Perfecto, no había moros en la costa. Salió de la habitación cerrando la puerta con cuidado, aumentando su paso y dirigiéndose rápidamente hacia la escalera. Parecía que la subasta mantenía a todos los inquilinos del hostal entretenidos. Iba a echar a correr por la escalera cuando escuchó las voces de unos hombres que venían de la segunda planta. Echó el saco al suelo y se apoyó en la pared escuchando atentamente. Los hombres iban bastante pasados de copas y canturreaban alegres. Puso los ojos en blanco, menudas borracheras se cogían en ese siglo. Los latidos de su corazón se calmaron cuando escuchó que las puertas de lo que debían ser sus habitaciones se cerraban. Respiró hondo, se armó de valor y volvió a echarse el saco a la espalda. Sabía que aquello era una locura, pero era la única vía que tenía para intentar escapar, de lo contrario jamás podría regresar a su época. Corrió escaleras abajo hasta la primera planta e iba a girar hacia el pasillo donde había visto la ventana cuando se encontró de bruces con un hombre. El hombre olía a alcohol que apestaba y se le revolvió el estómago ante su proximidad.

—Hola bonita —dijo con la boca pastosa. El hombre no debía superar los cuarenta años de edad, tenía el cabello largo y grasiento, su barba debía ser de al menos una semana y era muy alto y corpulento. Candy depositó el saco con disimulo sobre el suelo colocándolo detrás de ella. El individuo estaba tan embriagado que le costaba mantenerse en pie y tuvo que apoyar una mano en la pared para seguir recto. Bien, de perdidos al río.

—Hola —pronunció con una gran sonrisa. Colocó las manos en su cintura—. ¿Buscas compañía? —preguntó en un susurro acaramelado. El hombre la miró, sonrió y dio un paso hacia ella extendiendo su mano, pero Candy se distanció con un gesto gracioso.

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