UN OCÉANO PARA AMARTE

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CAPÍTULO 6.

Vas a pasar toda la noche aquí —le informó—. Quizá así aprendas a comportarte algo mejor. Ella volvió a removerse inquieta.

—Idio...taaa…. Ca...bronn… cuando me… me desateeezz… pienssshho…

—Sí, sí —afirmó él—. Me lo imagino —bromeó—. Que descanses —acabó diciendo mientras daba un salto para bajar a cubierta. Todos los marineros lo miraban sorprendidos. Alguno estuvo a punto de aplaudir, pero se refrenó por miedo a represalias. Suspiró mientras se pasaba la mano por el cabello y se dirigía hacia el pasillo, aún escuchando los bramidos y rugidos de ella. Jimmy le interceptó antes de que entrase.

—Capitán, bravo por usted.

—¿Qué? —gritó de los nervios, extendiendo los brazos hacia él. —La… la muchacha, ¿va a pasar toda la noche en…? Terry puso los ojos en blanco y se giró introduciéndose en el pasillo, intentando armarse de paciencia.

—No, solo hasta que yo acabe lo que tengo que hacer y se calme. Hazme un favor, vigílala. Me está poniendo de los nervios —gritó mientras entraba en su camarote y daba un portazo.

Terry había escuchado sus gruñidos y gritos desde el camarote. La primera hora se había vuelto casi loco, luego el sonido de su voz se iba alternando de vez en cuando con el sonido de las olas, como si se hubiese ido gastando y desde hacía dos horas no escuchaba nada.

Era impresionante que incluso con Candy amordazada pudiese llegar a comprender, si se esforzaba un poco, los insultos que esta le gritaba desde cubierta. Al menos en las dos últimas horas de silencio había podido trazar una buena ruta y descansar un poco. Era como si aquella mujer hubiese absorbido toda su vitalidad, pero se sorprendió sonriendo cuando la recordó delante de él, gritando sin cesar, de los nervios. Le parecía bastante graciosa y al menos le serviría de distracción hasta que llegasen a las colonias. Allí ya se plantearía qué hacer con ella. Seguramente algún inglés la querría para él y podría sacar una buena suma de dinero, aunque aquella idea le disgustó. Cuando hacía rato que era noche cerrada y las estrellas plagaban el cielo decidió subir a cubierta. Solo esperaba que aquello hubiese calmado un poco sus ánimos de seguir discutiendo.

Salió a cubierta y ascendió las escaleras hacia la popa. El timonel lo saludó con un ligero movimiento de cabeza y después señaló hacia el mástil donde Candy permanecía atada. Tenía la cabeza hacia abajo, parecía dormida. Unos mechones de cabello que habían saltado de la mordaza se movían con la suave brisa. Suspiró y fue hacia ella agachándose justo en frente.

Ella no reaccionó, ni siquiera elevó su mirada, así que Terry le quitó la mordaza directamente con extremo cuidado de no tirarle del cabello. En ese momento ella alzó la mirada encontrándose con unos ojos azules como la noche que la observaban cautelosos. No dijo nada, simplemente giró su rostro apartándolo de su campo de visión.

—¿Vas a calmarte? —preguntó lentamente. Esperó durante unos segundos pero ella no respondió—. ¿Eso es un sí? —Volvió a esperar, pero ella seguía sin responder. Finalmente se encogió de hombros—. De acuerdo, lo tomaré como un sí —pronunció rodeando el mástil y deshaciendo el nudo. Candy permaneció totalmente quieta mientras la desataba, aun cuando volvió a colocarse ante ella para quitarle la cuerda que unía sus muñecas no lo miró. Terry se puso en pie enrollando la cuerda y mirándola. Ella permanecía tirada en el suelo, sin levantarse.

—Has aprendido la lección, ¿verdad? De nuevo aquel silencio, lo que hizo que él enarcase una ceja. Vaya, parecía realmente enfadada.

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