Llegaste a mi departamento un día y me culpaste de todo. Dijiste que todo había sido mi culpa, que yo te provocaba para que lo hicieras. Y yo saque la valentía que llevaba almacenando todo este tiempo dentro de mi y te respondí, que tus inseguridades nunca serían mi culpa.
Y tú perdiste el control, otra vez. De todas las malditas veces que perdias el control está fue la peor.
No perdí el conocimiento. Sentía todo lo que hacías con mi cuerpo y no podía defenderme.
Todo paso tan rápido. La policía sacándote de encima de mi y deteniendote. Tu mejor amigo acercándose a mi a la vez que mi cuerpo caía al suelo y él entre lágrimas suplicando que ya todo estaba bien. Que no lo dejara. Que él me amaba. Que podíamos iniciar de nuevo. Y que seríamos felices. Pero mi cuerpo no respondía.
Y lo último que pasó por mi mente, fue el inicio. Cuando dijiste que me amabas y juraste ante Dios que sólo la muerte nos iba a separar.