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El tintineo de las llaves provoca que el prisionero levante la cabeza. Todo le da vueltas, está muy cansado y dolorido. Sin embargo aún le quedan energías para poner una mueca de desagrado al ver a la chica entrar en su celda. Ella lo mira fijamente mientras se acerca y arrodilla frente a él. Sujeta un plato que desprende un agradable olor y vaho, pero el chico no duda ni dos segundos en girar la cara.

La joven se queda con la cuchara en el aire, insistiendo con la mirada. No obstante, Ace tampoco cede. Ambos tercos como ellos solos, no piensan bajar del burro. Sin embargo, el joven Puño de Fuego no está en su mejor momento. La mira de reojo, observando distorsionadamente su figura. Firme, con la espalda más recta que el mástil de un velero y las piernas perfectamente dobladas bajo su peso. Una marine divinamente instruida. Pero hay algo que desconcierta a Portgas.

Se queda clavado en sus ojos, que resaltan aún a contraluz. Tan profundos e ingenuos. Demostrando preocupación incluso con el gesto impasible que porta en el rostro. De alguna forma, le enferma. Hasta el punto de tener que bajar la vista al suelo. Todo gira a su alrededor y no tarda en vaciar su ya vacío estómago. El desagradable sonido retumba entre las altas paredes de la habitación y, finalmente, el preso cierra los ojos. Inconsciente una vez más.

Tras las rejas (Ace y tú)Where stories live. Discover now