Un día más, una joven se encuentra mirando a la nada. Sentada en la repisa de una vidriera, en la cumbre del altar mayor. Muchos le han pedido que baje, pero lo cierto es que no quiere. Han pasado varias semanas desde el fin de la guerra y ahora, más que nunca, está llena de dudas.
En la iglesia, el coro canta una canción en latín que ni siquiera entiende, pero que lleva tarareando desde la misa conmemorativa al pirata. No hay nadie más por allí, y la verdad es que lo prefiere así. Está cansada de que la ronden los periodistas, como aves de rapiña que vienen a comerse el cadáver de un animal desvalido.
Con la mente embotada, enreda los dedos en su cabello, apoyando la cabeza sobre la mano. No hace más que repetirse una y otra vez las últimas palabras que intercambiaron. Aquellas que le hacían jurar que no interferiría, pasase lo que pasase. Había sido brusco y le había hablado de mala manera, pero en el fondo sabe que lo hizo por su bien. Frustrada, se muerde el labio. Se siente como una criminal caminando por las calles de su víctima. Calles en las que todos saben que tú eres la asesina.
Porque sí, volvió con Garp a la Isla de Dawn. El mayor la había invitado a pasar el duelo juntos. No es que le hubiera contado al anciano su historia con el difunto comandante, pero por todo lo que hizo la carcelera, parecía haber intuido algo. Bueno, "algo". Ni siquiera ella sabe con certeza qué es lo que sentía por aquel hombre. Simplemente se movió por instinto. Por lo que su cuerpo le pedía que hiciese. Pero... no fue suficiente.
Alza la vista y observa las imágenes religiosas plasmadas en los cristales de colores. Nunca fue creyente, pero de alguna manera estar ahí le hace sentir algo de paz. Como si en ese lugar el torbellino de cuestiones se alejase, devolviendo el mar a la calma antes de la tormenta. Debe tomar una decisión, lo sabe. Pero en este momento, ni con una aparición divina sería capaz de hacerlo.
Una sonrisa amarga se posa en sus labios. Dioses... Se pregunta si eso fue lo que pasó en su isla. Si la Dama de la lluvia simplemente murió y el Rey del fuego, desolado, decidió brillar con tanta intensidad para hacer arder las tierras en las que ambos vivieron. Intentando borrar todo rastro de su pasado juntos.
Se le escapa una pequeña exhalación seca, lo más parecido a una risa que ha tenido en días. Ojalá fuese tan sencillo. Ojalá todo se solucionase si enviara una inundación a Impel Down. O quizá a Marineford. Pero eso sólo sería una estupidez por su parte.
Finalmente, el coro termina su ensayo. Y mientras ella entona la melancólica melodía, se pregunta si tendrá el valor para hacer lo que realmente desea.
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Tras las rejas (Ace y tú)
FanfictionTerquedad, pasión y heridas. El prisionero número uno y su carcelera. Una historia de sueños y engaños.