El Suceso

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Pone el celular en modo avión y camina hacia el subte. Una pareja discute con las caras enfrentadas a escasos centímetros uno del otro, que manera de empezar el día. Se acomoda los auriculares, pone la Novena Sinfonía y se siente dentro de una película. La banda sonora perfecta. En la esquina un hombre tira el celular contra la pared, estalla a tiempo con los tambores. ¿De qué se habrá enterado?

Se sienta y saca de la mochila 1984 de Orwell. Lo angustia asociar esa emoción de opresión con la Novena Sinfonía, pero no puede hacer nada, funciona así: la misma música para el mismo libro, el celular en modo avión, en subte hacia el trabajo. Algunos fines de semana también lo hace así aunque no tenga que ir a trabajar.

Termina el capítulo, levanta la cabeza y todos en el vagón están sumergidos en sus pantallas, teclean furiosos —los violines acompañan la escena—. Le divierte.

Empieza el tercer movimiento. Es muy dulce. Pobre Beethoven, pensar que compuso esto en completo desamor, enfermo y prácticamente sordo, ¿qué hubiera sido de su música si hubiese sido correspondido y conocido la dicha? Quien sabe... Tercer movimiento, estamos llegando! Levanta la cabeza, mira los carteles y se abre paso entre la gente para bajar.

En la calle un policía separa a dos hombres que se pelean. No puede evitar sentir cierto regocijo. Llega a la oficina, sale del ascensor y la vé a Constanza, le hace señas para que entre.

—¿Dónde estabas, Juancrú?, ¿por qué tenés el celu apagado? ¡Te mande mil mensajes y te llamé quichicientas veces!

—Venía en el subte leyendo, lo pongo en modo avión. ¿Por? ¿Qué pasó?

—¿En serio no te enteraste de nada? —dice sonriente.

Niega con la cabeza.

—No, nada, ¿qué pasó?, me estás asustando.

—Y hacés bien. Primero te cuento que vos y yo estamos despedidos —dice divertida, esperando ver su reacción.

—¿Despedidos?, ¿y por qué?, ¿de qué te reís, boluda?

—Me río porque a Bigote también lo rajaron, aparentemente por corrupto, y lo nuestro quedaría sin efecto, fue de palabra nomás. Me lo dijo a mí cuando se iba de acá caliente.

—Pero, ¿por qué?, ¿qué pasó? Contá de una vez.

—Parece que un pendejo hackeó los servidores de El Mensajero, se enteró que su novia lo cagaba...

—¿Y eso que tiene que ver con nosotros? —Interrumpe Juan Cruz.

—Dejame terminar —dice Constanza. Da un saltito en el lugar—. Entonces el pibe, despechado, hackeó también los principales diarios del mundo, y a todos subió la base de datos de El Mensajero con un buscador para que puedas ver todas las conversaciones de un número de celular que vos quieras.

—Brillante —dice Juan Cruz—. Saca su celular de Modo Avión.

—Sí, los mentirosos, calumniadores, infieles y corruptos tienen los días contados. Se armó un revuelo bárbaro. También puso un link para el que quiera pueda bajarse la base. Supongo que habrá pensado que iba a durar poco, pero se las ingenió para todavía estar online.

Juan Cruz mira el celular: 125 mensajes sin leer, 28 llamadas perdidas:

Bigote: «¿Quién es un viejo choto, pibe? Andá a dormir la siesta, nene. Estás despedido con justa causa».

Sabrina: «Te juro que no es lo que vos crees, llamame y te explico, hermoso. ¡Te amo!».

Eri amiga de Sabri: «¿Así que soy una pendeja estirada que se cree mil? Matate, cornudo!».

¿Cornudo yo?, no me digas.

La MallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora