Arecibo, Puerto Rico

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Antonio se detiene en la escalera exterior que lleva a las oficinas, seca su transpiración con un pañuelo de tela, mira la antena que tiene frente a sus ojos rodeada de una espesa vegetación: 305 metros de diámetro, cuarenta mil paneles de aluminio, la mayor fuente de recepción de ondas electromagnéticas construida por el hombre.

¿Se siente bien, Antonio? —pregunta Germán, el joven que lo acompaña.

—Sí, sí, gracias. —Respira con esfuerzo—, no estoy acostumbrado a estas temperaturas y la vista del radiotelescopio se me antojó inspiradora para hacer un descanso.

—Tómese su tiempo, no hay apuro. Desde la oficina del doctor Reyes la vista es aún mejor, ya falta poco.

German golpea la puerta y se oye desde adentro una voz que dice que pasen. Del otro lado, la oficina es espaciosa, con un juego de sillones de cuero en un extremo, y un amplio escritorio de madera frente a un ventanal desde el que se ve el radiotelescopio en toda su magnitud.

—Por favor, pase, póngase cómodo, padre Antonio —dice Reyes, señala la silla con la mano—, gracias Germán, ya puede retirarse, hoy ya no lo voy a necesitar —agrega y sirve dos vasos de agua. Germán se retira con una inclinación de cabeza al cerrar la puerta.

—Muchas gracias, Doctor Reyes —dice Antonio y bebe agua—. En honor a la verdad debo decir que ya no estoy más vinculado con la iglesia desde hace un tiempo —se señala el cuello—. Diferencia de opiniones, usted comprenderá.

—Claro que sí. Me imagino que para alguien con sus inquietudes no debe ser fácil ser parte de una institución tan dogmática, y mucho menos con sus recientes descubrimientos. Como usted imaginará, su carta ha despertado mi curiosidad y le agradezco mucho que se haya acercado. Si bien no es el tipo de proyectos que llevamos adelante aquí en Arecibo, solemos hacer algunas excepciones, como el programa SETI de búsqueda extraterrestre donde usamos nuestra tecnología para buscar señales inteligentes que puedan provenir de más allá de nuestro planeta y sistema solar. También, para conmemorar la remodelación del radiotelescopio hemos enviado al espacio el célebre Mensaje de Arecibo, una señal de radio con información acerca del planeta tierra y del ser humano, por si algún ser inteligente algún día lo recibe y quiere saber quienes somos y dónde estamos. El mismísimo doctor Sagan participó de su creación. Este tipo de distracciones suelen ser muy costosas, pero el financiamiento nos ayuda a mantener nuestros proyectos de astrofísica, que es la razón de nuestro existir. En su caso, alejado de la iglesia, solo me imagino algunos inversionistas privados a los que les pueda llegar a interesar su proyecto, pero no nos preocupemos por eso ahora. ¿Decía usted en su carta que podía hacer una demostración?, ¿esto es así?

—Efectivamente, doctor Reyes —dice Antonio. Saca una notebook de su portafolio, la apoya en el escritorio, le conecta un gabinete con un par de antenas y las extiende—. ¿Tiene algún objeto de metal o de madera? —pregunta.

—A ver, déjeme ver. —Abre el cajón y saca un pequeño avión biplano de madera—, lo olvidó mi hijo la última vez que vino a visitarme.

—Bien, eso va a servir —dice Antonio e ingresa unos parámetros en su computadora—. ¿Podría hacerlo volar por sobre su escritorio? —Reyes entorna los ojos—, complázcame, por favor.

Reyes toma el avión, lo hace carretear desde la derecha de su escritorio hasta que despega y empieza a trazar una serie de ochos ascendentes y descendentes. Antonio esboza una sonrisa, lo sigue con la mirada y las manos cruzadas en su regazo.

—Esto es ridículo —dice Reyes—, me hace perder el tiempo jugando con avioncitos de madera. Si tiene algo para mostrar, muéstremelo de una vez.

Antonio levanta el índice de su mano derecha en señal de silencio. Mira su reloj, cuenta los segundos.

—Ahora sí —dice. Teclea un par de instrucciones, y rota la pantalla enfrentándola a Reyes.

Se ve la silueta de un avión pixelado yendo de un extremo al otro de la pantalla.

—¡Santo Dios! —exclama Reyes—. ¿Y acá no intervienen cámaras dice usted?

—Así es, nada de camaras, información directa traída del Éter, de los registros Akáshicos, la malla espacio-temporal, la matriz divina o como quiera usted llamarlo.

Reyes queda pensativo unos instantes hasta que vuelve en sí.

—Y usted, ¿qué interés tiene, cuál es su objetivo con todo esto?, tengo un par de de empresas privadas en mente, incluso agencias gubernamentales que podrían interesarle sobremanera el proyecto. Con la tecnología que disponemos en Arecibo las posibilidades son infinitas.

—Mis intenciones, doctor Reyes, como le decía en la carta, son totalmente altruistas, pretendo poner a disposición de la humanidad esta tecnología para instaurar de forma definitiva el bien en la conducta humana.

—Pero por qué hacerlo sin ningún beneficio económico, podríamos volvernos ricos y aun así conseguir su objetivo.

—Me parece que no me está entendiendo, doctor Reyes, el uso de esta tecnología tiene que ser de dominio público, de forma gratuita.

—El que no está entendiendo es usted —dice Reyes alzando la voz—, según entiendo usted es un fugitivo, no solo de la iglesia sino también de la ley, acusado de homicidio. Nadie va a extrañarlo si desaparece.

—Usted me necesita —dice Antonio, mientras guarda con urgencia la notebook y el gabinete en su portafolios.

—Nada que no se pueda resolver con ingeniería inversa teniendo el prototipo —dice Reyes mientras saca un arma del cajón, extiende el brazo y dispara sobre la frente de Antonio que cae de espaldas sobre su silla.

Guarda el arma en el cajón, gira hacia su computadora y crea una nueva carpeta: 'Akasha'.

La MallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora