Akasha

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—Vení Bruno, pasá.

Bruno entra al despacho del padre Antonio, cierra la puerta. Está sentado frente a un aparato con varias antenas, una pantalla dividida en cuadrantes, algunos botones, perillas y un parlante.

—¿Y eso, Antonio?, ¿qué estás construyendo ahora? Parece una radio, la pantalla me desconcierta un poco.

—Vení, Bruno, sentate —dice Antonio y le acerca un banco—, esto te va a encantar. ¿Te sabés la oración de Santa Teresa de Ávila?

—Sí, claro.

—Recitala por favor —dice Antonio entusiasmado.

Bruno lo mira incrédulo pero accede:

Nada te turbe,

Nada te espante,

Todo se pasa,

Dios no se muda.

La paciencia

Todo lo alcanza;

Quien a Dios tiene

Nada le falta:

Sólo Dios basta.

—Mi mamá me la recitaba de chico —dice Antonio—. Siempre me gustó la parte de 'Dios no se muda', en momentos difíciles encontré refugio en ella.

—Que bien, Antonio —dice Bruno—, me alegro. —Lo mira en silencio.

Antonio sonríe, mueve unas perillas, aprieta un botón y del parlante sale ruido a fritura por unos segundos, hasta que se escucha una voz fantasmagórica pero lo suficientemente distinguible para saber qué se trata de la voz de Bruno recitando la oración de Santa Teresa.

—Bárbaro —dice Bruno—, pero te cuento que un tal Edison te ganó de mano hace tiempo con el fonógrafo, que por cierto se escucha mucho mejor.

—No estás entendiendo, Bruno, no grabé nada. Las ondas sonoras son energía, y la energía no se crea ni se destruye, se transforma. Este aparato es una especie de radio, que sintoniza esas ondas sonoras del pasado que quedan grabadas en lo que los antiguos místicos llamaron Registros Akáshicos. "Akasha" en sánscrito significa "Éter", la malla que interconecta toda la creación. Así como quedan grabadas las ondas sonoras, también quedan grabadas las ondas lumínicas. Con antenas lo suficientemente grandes y el procesamiento adecuado se podrían recomponer también imágenes del pasado. Como si fuese un telescopio que mira una estrella que ya no existe hace miles de años solo por el rastro que dejó su luz.

—Válgame Dios, Antonio —dice Bruno mientras se persigna—, inventaste la máquina del tiempo.

La MallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora