Una Vez Más...

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Si algo había aprendido desde su niñez era que en los libros se vivía. Cada palabra escrita era un aliento de historia. Cada trazo sobre el papel representaba un atisbo de realidad bañada por una ínfima parte de fantasía. Cada letra formaba parte del sentimiento y pensamiento del escritor, permitiéndole así alzarse sobre el olvido al perdurar en la memoria... Los secretos más profundos enterrados en las páginas, a la espera paciente de que un ojo hábil escudriñara con genuino interés por encima de la estulticia de un público general... Carcomiendo al papel mientras se mantiene una quebradiza esperanza de que, lo que es ilegible a la vista, puede ser sentido en el tacto de las palabras al caminar por su historia. ¿Son quimeras...? Por supuesto. Pero no quiere decir que sean mentiras.

Así conoció el mundo de las letras.
Leyendo cuentos en la cama, a la espera del regreso de quien, un día, llamó padre a la persona que le hubo engendrado. Arrollada en aquellas noches por el abrazo cálido del seno de su más querida, su madre, mientras le susurraba graduando la voz para aportar más veracidad a las fábulas, la niña halló el amor en esos momentos... Hasta el instante en el que sus párpados velaban la realidad en la oscuridad para ir a conquistar un mundo onírico y caprichoso a su pronunciada imaginación de niña... Sin temor. El fascinante mundo de los sueños. Lugar donde los infantes se desplazan sin miedo por su facilidad de jugar con lo abstracto. El mismo por el que los adultos caminan con pies de plomo al ser conscientes de la sencillez con la que la belleza se resquebraja hasta las más pavorosas pesadillas, aún siendo obvio que donde dormitan los verdaderos horrores es la vida real.

Lástima de que a la realidad le falte la magnanimidad de los sueños en nuestro mundo, pudiendo y negando aportar algo más que la ilusión de vivir en armonía, aun cuando lo único real es la decadencia hasta el breve descaso que brinda la muerte, dejándonos ir en busca de la paz... Si tan solo eso fuese verdad...

La joven despertó en el presente, sobresaltándose a sí misma por un grito arrancado de sus propias cuerdas vocales; vestigio de la pesadilla que ahora la aterrorizaba al mostrar la dulzura de un pasado perdido... Un sueño que había perturbado su descanso. El color marrón conquistó su rango de visión... Aturdida, enfocó con más énfasis lo que estaba mirando. Un par de parpadeos le bastaron para darle forma a la planitud del suelo y el color, que se destilaba con una pátina parduzca, de la madera del entarimado. Tras lograr enfocar su visión y pasear nerviosamente su mirada por los alrededores se relajó. Ningún rastro de la anterior escena se ejecutaba en aquel momento; cerciorándole con veracidad que se había alejado por fin, y de nuevo, de todo aquello... Soltó un suspiro al llegar a la conclusión más obvia.

—Solo es una pesadilla —murmuró para convencerse de ello.

Condujo su mano hasta el cuello, masajeando un poco la nuca y acariciando la marca de los eslabones de la cadena, sintiendo como la dureza del collar se había adherido a su piel... Pensando en lo vívido de las imágenes que comenzaban a difuminarse poco a poco de su memoria al ser consciente que no podrían alcanzarla realmente; «solo había sido una pesadilla», y ese pensamiento se extendía como un eco por su cerebro, aplastando al temor con el peso de la más pura lógica. Pero se sentía tan real...

Cabeceó para despejarse; no tenía razón para pensar en algo como aquello tan temprano en la mañana. Alzó la mirada hacia la ventana, buscando ver el cielo, pero aún era temprano. Una paleta de colores anaranjados se fundían con la amabilidad del añil, dando expresividad al amanecer naciente. Agarrotada, estiró sus miembros buscando desentumecerlos un poco; dormir en el suelo no era nada cómodo, pero al menos tuvo un techo donde resguardarse del rocío.

Un sonido intermitente le llamó la atención por resonar en lo silente, uno que se asemejaba a la ociosa tarea de martillear rítmicamente una superficie dura con el golpeteo de una uña... Era un reloj, algo viejo y destartalado, que movía perezoso sus agujas. Una pieza de alfarería algo rudimentaria que había perdido su antaño lustre y ahora yacía olvidada en una habitación de aquel edificio. Sin embargo, no tenemos el tiempo suficiente aquí para detenernos a describir la incuria ajena... El riesgo era demasiado, por lo que la muchacha se calzó las botas y cargó su mochila.

Lo ilegible. (HxH y Reader) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora