14. ¡No ocupen la sala de menesteres!

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Harry estaba recargado contra una pared, con las manos metidas en los bolsillos de su traje. La sala común estaba vacía puesto que todos deberían estar cenando en esos momentos. El pelinegro esperaba a que Annie bajara para ir a la fiesta. Hermione había bajado hace ya unos minutos y se fue acompañada de Theo.

Suspiró y cerró los ojos, echando hacia atrás su cabeza. La verdad era que no tenía ganas de ir, pero lo había prometido.

Unos pasos lo sacaron de sus pensamientos y miró en la dirección de donde provenían. Cuando la chica apareció en su campo de visión, se le cortó la respiración. Era su Annie, en un hermoso vestido azul marino corto, con un delgado cinto blanco, tacones negros y su cabello en ligeras ondas. Utilizaba los collares que él le había regalado, la pulsera y como todos los días, el anillo.

La castaña se acercó y con una mano, cerró la boca de Harry lentamente, divertida.

-Parece que viste un fantasma -bromeó.

-Estás hermosa -dijo reaccionando. La tomó de la mano y le dio una vuelta, haciéndola reír. Harry no creería encontrar un mejor momento que ese, sin duda quedaría grabado en su mente para siempre- preciosa.

-Tú estás muy guapo -dijo agarrando su chaqueta y acomodándole el cuello. Harry amó ese gesto, pues nunca había tenido a nadie que le ayudara con su vestimenta, que arreglara esos pequeños desperfectos, hasta que Annie llegó y le puso el mundo de cabeza, dándole todo el cariño que con los Dursley no obtuvo. Se acercó más y presionó su frente con la de ella, cerrando los ojos.

-¿No podemos volver a mi habitación? -susurró ganándose una sonrisa del amor de su vida.

-Por ahora no, tal vez más tarde -respondió Annie separándose y tomándolo de la mano- tienes que ir.

Harry suspiró resignado y ambos salieron de la sala común. Caminaron por largos tramos mientras Annie balanceaba sus manos unidas.

-¿Quieres ir a la Sala de Menesteres después de la fiesta? -preguntó Harry mirando a otra parte. Annie alzó una ceja y volteó a mirarlo, divertida.

-Estuviste todo el camino pensando cómo decírmelo, ¿cierto? -inquirió divertida. Harry se encogió de hombros sonriendo tímidamente. Annie sabía lo que pasaría si iban.

-Ya veremos -dijo Annie.

Ya estaban llegando al despacho de Slughorn y el rumor de risas, música y conversaciones iba
creciendo. El despacho era mucho más amplio que los de los otros profesores, bien porque lo habían construido así, bien porque Slughorn lo había ampliado mediante algún truco mágico. Tanto el techo como las paredes estaban adornados con colgaduras verde esmeralda, carmesí y dorado, lo que daba la impresión de estar en una tienda.

La habitación, abarrotada y con un ambiente muy cargado, estaba bañada por la luz rojiza que proyectaba una barroca lámpara dorada, colgada del centro del techo, en la que aleteaban hadas de verdad que, vistas desde abajo, parecían relucientes motas de luz. Desde un rincón apartado llegaban cánticos acompañados por instrumentos que recordaban las mandolinas; una nube de humo de pipa flotaba suspendida sobre las cabezas de unos magos ancianos que conversaban animadamente, y, dando chillidos, varios elfos domésticos intentaban abrirse paso entre un bosque de rodillas, pero, como quedaban ocultos por las pesadas bandejas de plata llenas de comida que transportaban, tenían el aspecto de mesitas móviles.

-¡Harry, amigo mío! -exclamó Slughorn en cuanto el muchacho y Annie entraron-. ¡Pasa, pasa! ¡Hay un montón de gente que quiero presentarte!

Slughorn llevaba un sombrero de terciopelo adornado con borlas haciendo juego con su batín. Agarró con fuerza a Harry por el brazo, como si quisiera desaparecerse con él, y lo guió resueltamente hacia el centro de la fiesta; Harry tiró de la mano de Annie.

Annie y el Misterio del PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora