23. Sea valiente, profesor

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-¡Han venido! -exclamó Hagrid al ver a ambos en la puerta.

-Sí, aquí estamos. Ron y Hermione no han podido venir, pero lo sienten mucho.

-No importa, no importa… A Aragog le habría emocionado verlos aquí, Harry, Annie… -Y soltó un sonoro sollozo. Se había hecho un brazalete negro con lo que parecía un trapo untado con betún y tenía los ojos hinchados y enrojecidos. Para consolarlo, Harry le dio unas palmaditas en el codo, la parte más alta de Hagrid a la que llegaba.

-¿Dónde vamos a enterrarlo? -preguntó-. ¿En el Bosque Prohibido?

-¡No, de eso nada! -respondió Hagrid, secándose las lágrimas con los faldones de la camisa-. Las otras arañas no dejan que me acerque por allí desde que murió
Aragog. ¡Resulta que no me devoraban porque él se lo había prohibido! ¿Se lo pueden creer?

Ni Annie ni Harry respondieron.

-¡Antes podía pasearme a mis anchas por el Bosque Prohibido! -se lamentó Hagrid meneando la cabeza-. Les aseguro que no fue fácil sacar el cadáver de Aragog de allí porque normalmente las acromántulas se comen a sus muertos… Pero yo quería que él tuviera un entierro bonito, una despedida apropiada.

El guardabosques rompió a sollozar de nuevo y Harry volvió a darle palmaditas en el codo, y mientras lo consolaba (puesto que la poción parecía indicar lo que correspondía hacer en cada momento) le dijo:

-Cuando venía hacia aquí nos hemos encontrado con el profesor Slughorn.

-¡Anda! ¿Los ha regañado? -preguntó Hagrid con súbita alarma-. Ya sé que no los dejan salir del castillo por la noche, ha sido culpa mía…

-No, no. Cuando le expliqué lo que ocurría, dijo que le gustaría venir y presentarle sus respetos a Aragog. Creo que ha ido a ponerse ropa más adecuada para la ocasión… Y añadió que traería un par de botellas para brindar por la pobre araña…

-¿Ah, sí? -repuso Hagrid, entre asombrado y conmovido-. Qué detalle por su parte… Muy amable, y además no se va a chivar… Horace Slughorn nunca me ha caído muy bien, pero si quiere venir a despedir a Aragog… Seguro que a él le habría gustado.

Annie pensó que lo que más le habría gustado a Aragog de Slughorn habrían sido sus abundantes michelines, pero no hizo ningún comentario y se acercó a la ventana de atrás, desde donde vio la espeluznante imagen que ofrecía la enorme araña muerta, tumbada boca arriba, con las patas encogidas y enredadas unas con otras.

-¿Vamos a enterrarlo aquí, en tu jardín, Hagrid? -preguntó Annie

-Sí, detrás del huerto de las calabazas -contestó con voz entrecortada-. Ya he cavado la… la tumba. He pensado que podríamos decir algo agradable antes de enterrarlo. Mencionar algún recuerdo feliz, o algo así… -La voz le temblaba tanto
que no pudo terminar. En ese momento llamaron a la puerta y el guardabosques fue a abrir al tiempo que se sonaba con su enorme pañuelo de lunares. Slughorn, que se había puesto un lúgubre fular negro, entró rápidamente con dos botellas bajo el brazo.

-Te acompaño en el sentimiento, Hagrid -dijo con solemnidad.

-Muchas gracias. Eres muy amable. Y gracias por no castigar a Harry y Annie…

-Ni se me habría ocurrido. Qué noche tan triste, qué noche tan triste… ¿Dónde está la pobre criatura?

-Ahí fuera -respondió Hagrid con voz quebrada-, ¿Qué? ¿Quieren que empecemos ya?

Salieron al jardín trasero. La luna refulgía detrás de los árboles y, mezclada con la luz que salía de la ventana de Hagrid, iluminaba el cadáver de Aragog, que yacía al borde de una enorme fosa, junto a un montón de tierra de tres metros de alto.

Annie y el Misterio del PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora