17. Las clases de aparición

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Al llegar febrero la nieve se fundió en los alrededores del colegio, pero la sustituyó un tiempo frío y lluvioso muy desalentador. Había unas nubes bajas de color entre gris y morado suspendidas sobre el castillo, y una constante y gélida lluvia
convertía los jardines en un lugar fangoso y resbaladizo. A consecuencia de las condiciones climáticas, la primera clase de Aparición de los alumnos de sexto, programada para un sábado por la mañana a fin de que nadie se perdiera ninguna
clase ordinaria, no se celebraría en los jardines sino en el Gran Comedor.

La castaña estaba sumamente aliviada por que había llegado su periodo y la constante ola de preocupación con la que cargaban Harry y ella encima, se había desvanecido, haciéndolos sentir más ligeros, por lo que un poco más optimista, esperó con ansias la clase de aparición.

Annie bajó junto con los demás para tomar las clases de aparición. Todos los alumnos de sexto estaban congregados en el gran comedor, de donde habían quitado las mesas.

La lluvia repicaba en las altas ventanas y las nubes formaban amenazadores remolinos en el techo encantado mientras los alumnos se congregaban alrededor de los profesores McGonagall, Snape, Flitwick y Sprout, los jefes de cada una de las casas, y de un mago de escasa estatura que Annie supuso era el instructor de Aparición enviado por el ministerio. Tenía un rostro
extrañamente desprovisto de color, pestañas transparentes, cabello ralo y un aire incorpóreo, como si una simple ráfaga de viento pudiese tumbarlo. Annie se preguntó si sus continuas apariciones y desapariciones habrían mermado de algún modo su esencia, o si esa fragilidad era ideal para alguien que se propusiera esfumarse.

-Buenos días -saludó el mago ministerial cuando hubieron llegado todos los estudiantes y después de que los jefes de las casas impusieran silencio-. Me llamo Wilkie Twycross y seré vuestro instructor de Aparición durante las doce próximas semanas. Espero que sea tiempo suficiente para que adquieran las nociones de Aparición necesarias...

-¡Malfoy, cállate y presta atención! -gruñó la profesora McGonagall.
Todos volvieron la cabeza. Malfoy, levemente ruborizado, se apartó a
regañadientes de Crabbe, con quien al parecer estaba discutiendo en voz baja.

-...y para que muchos de ustedes puedan, después de este cursillo, presentaros al examen -continuó Twycross, como si no hubiera habido ninguna interrupción-. Como quizá sepan, en circunstancias normales no es posible aparecerse o desaparecerse en Hogwarts. Pero el director ha levantado ese sortilegio durante una hora, exclusivamente dentro del Gran Comedor, para que practiquéis. Permitian que insista en que no tienen permiso para apareceros fuera de esta sala y que no es
conveniente que lo intenten. Bien, ahora me gustaría que se colocaran dejando un espacio libre de un metro y medio entre cada uno de ustedes y la persona que tengan delante.

A continuación se produjo un considerable alboroto cuando los alumnos, entrechocándose, se separaron e intentaron apartar a los demás de su espacio. Los jefes de las casas se pasearon entre ellos, indicándoles cómo situarse y solucionando discusiones.

-¿A dónde vas, Harry? -preguntó Hermione. Annie volteó hacia atrás y observó como Harry iba en dirección a Malfoy "disimuladamente". Annie negó y se dispuso a prestar atención.

-Gracias -dijo Twycross-. Y ahora... -Agitó la varita y delante de cada alumno apareció un anticuado aro de madera-. ¡Cuando uno se aparece, lo que tiene que recordar son las tres D! ¡Destino, decisión y desenvoltura!

»Primer paso: fijen la mente con firmeza en el destino deseado. En este caso, el interior del aro. Muy bien, hagan el favor de concentrarse en su destino.

Los muchachos echaron disimulados vistazos para comprobar si alguien obedecía
a Twycross, y luego se apresuraron a hacer lo que acababa de indicarles. Harry se quedó observando el círculo de suelo polvoriento delimitado por su aro y se esforzó en no pensar en nada más. Pero le resultó imposible porque no podía dejar de cavilar sobre qué tramaba Malfoy, para lo cual, además, necesitaba centinelas.

Annie y el Misterio del PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora