Tercer lienzo

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Justificar sus visitas frecuentes dejó de tener sentido; al menos dejó de ser necesario explicar su presencia cuando Azira no hizo la más breve pregunta, o si quiera el intento, de sus razones de hacer parte de su rutina pasarse unas horas por la librería con notable frecuencia. A decir verdad, el hombre recibía a Crowley con una sonrisa adorable, y le traba con la más amable atención.

Azira, parecía agradecerle su compañía; y es que, a pesar de que muchos de los clientes se mostraban bastante entusiastas en integrarse a la nueva dinámica con el dueño de la librería, éste seguía sintiéndose un poco solo, pues comprendía que la paciencia de muchas de las personas con las que trataba era, muchas veces, la esperada cortesía, o gentileza mezclada con lastima.

Anthony J. Crowley era honesto, y no cambió su trato con él a pesar de saber su condición; su relación era de iguales, en ningún punto el diseñador le hizo sentir como si lo estuviera viendo como alguien que únicamente complicaba las cosas, alguien con una minusvalía.

(Muchas veces se sentía como un inválido, al ver el cuidado, casi pánico, con que algunos se comportan con él, a veces gesticulando innecesariamente como si no fuera capaz de comprender lo que le decían, a pesar de que con que se lo escribieran era suficiente).

Era tremendamente vergonzoso, podía notar Crowley, para Azira cuando lo veía tener dificultades con algún cliente. Después de lo del chico, el diseñador todavía pudo presenciar esa impaciencia notablemente descortés en otras ocasiones. Cabe decir, que los episodios más doloroso de observar no eran las personas groseras, sino los que mostraban una nada disimulada lastima.

—¿Estas bien? —preguntaba (escribía) Crowley en la diminuta libreta, ahora inseparable compañera de Azira.

Azira respondía que sí, «por supuesto que eso respondería», concluyó Crowley. Y es que el bibliotecario intentaba mantenerse digno, independiente, de ninguna forma en desventaja por su condición.

Azira muchas veces mantenía su sonrisa, pero sus ojos (expresivos como eran), le indican a Crowley que ansiaba con desespero que el cliente en cuestión le dejara solo, que guardara silencio y se retirara sin interminables letanías de compasión.

No le gustaba, en absoluto, ver la casi tierna sonrisa, esa tan común y única en el rostro de Azira, desaparecer por algo en lo que él no debería sentir vergüenza. Así que con decisión, optó por proponer algo para animarlo, y a lo mejor ayudarle a tomar con mejor ánimo sus dificultades.

—Es mi trabajo, ángel, diseñar jardines de todo tipo; con un poco de orden, puedo darle vida a tu tienda. Y solo para ti: sin costo —ofreció un día Crowley, mostrándole un catálogo de sus trabajos, haciendo énfasis en jardines verticales y árboles tipo bonsái.

Con más alegría de la que debería sentir, Azira aceptó con entusiasmo, extasiado al ver la infinidad de posibilidades que el diseñador era capaz de crear con plantas y su mejor herramienta: imaginación.

»Pero, querido mío, adoro la idea, sin embargo; ¿no estoy aprovechándome de tu amable ofrecimiento? Esto puede ser un proyecto complicado y largo, no podría permitir aprovecharme.

Le escribió preocupado, jugando un poco con sus manos de manera nerviosa, mientras esperaba la respuesta de Crowley. No le gustaba pensar que el hombre le daría un trabajo que sin duda valía cada centavo que el diseñador cobraba; además, que le inquietaba que eso fuera originado de lastima.

Y es que nadie había sido tan bueno, tan atento, o comprensivo con él (excepción de sus padres, que habían muerto ya hace unos años).

Crowley escribió con una sonrisa confiada: »Por supuesto que no, me encanta este lugar, y podría ser la sensación de Soho, ¿qué piensas? Apuesto a que puedo hacer que te sorprendas de lo mucho que puedo hacer aquí.

Las estaciones de vivaldi [Good Omens] [Ineffable Husbands]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora