Quinto lienzo

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Azira Fell no era de los que estuviera muy cómodo demostrando sus emociones, especialmente mostrando aquellas de índole negativa. Por lo mismo, a pesar de levantarse cada mañana con la ansiedad de pensar en cómo podría sortear las dificultades que su condición le acarrean en el día, era un secreto bien guardado con su sonrisa siempre cortés.

Tampoco dejaba ver su irritación o frustración que las personas a su alrededor le generaban con sus miradas de lastima, que más bien veían como una amabilidad condescendiente. No es como si no pudiera valerse por sí mismo, se decía, no es como si le molestara el silencio suscitado cuando alguien leía sus notas escritas.

...No es como si en las tardes se sintiera ahogar con la incertidumbre de saber si el día de mañana sería mejor. Así que en esas mañanas donde la luz clara del día le bañaba el rostro al abrir las cortinas de su habitación, pareciendo en su perspectiva, demasiado, por un momento consideraba no abrir la tienda. Le gustaba creer que esos días de desasosiego iban siendo menos frecuentes.

Sin embargo, en días recientes las cosas estaban siendo diferentes, muy diferentes.

En algunas mañanas donde se sentía más cabizbajo de lo que creía podía disimular, una sonrisa aparecía en su rostro al ver en la puerta de la tienda a cierto hombre.

Anthony J. Crowley había llegado, y no podía decir lo mucho que lo esperaba (en otros tiempos, cuando todo era normal, el habría exclamado algo, aunque ya no podía recordar bien).

El percibir, (el saber), que Crowley estaba para él, de una forma incondicional (que a veces le abrumaba), le alejaba considerablemente de sus pensamientos sombríos y de pesar. En su vida había tenido pocos amigos, fuera de sus padres que hacía años le dejaron, pocos mostraron una amabilidad tan genuina con él, esperando más bien esa actitud de él.

Los libros eran más agradables a veces que las personas.

Con una sonrisa que no podría disimular, aunque lo intentara, es que recibía al hombre, que le provocaba una emoción que no podía descifrar del todo en las últimas semanas en que conviven largas horas del día, sin parecerle suficiente, (o demasiado).

No sabía cómo compensar, aunque fuera un poco, todo lo que el hombre emprendía en su beneficio. Quería ser honesto, compartir al menos sus sentimientos de miedo y dudas cada que Crowley preguntaba preocupado al percibir en su silencio un poco de su agitación.

Una parte de él, comenzaba a saberse conocedor al reflexionar cuando Crowley se iba dejándolo solo, germinaba alguna emoción de afectos con los que iba recién entendiéndose, pero aún no tenía el valor de encararlos; ¿Qué pensaría el diseñador de esas pretensiones, cuando éste le había tendido su mano en favor de una amistad honesta?

Sin anhelo de torturarse con sus sentimientos nacientes, decidió enfocar su mente en la tarea que tenían en manos; no se quería decepcionar nuevamente cuando se le daba una oportunidad de obtener herramientas para traer normalidad a su vida; no podía soportar la idea de defraudar todos los esfuerzos de Crowley: así que, en sus ratos libres, comenzó a estudiar por sí mismo un poco del lenguaje de señas antes de la primera lección.

Crowley se ofreció inmediatamente a ayudarle, y practicar con él antes de que comenzaran las lecciones con el profesor que encontró.

—¿Ángel? —Murmuró Crowley preocupado, cuando Azira pareció desesperarse al confundirse un par de veces repitiendo el alfabeto con él—. «Está bien, hemos practicado dos día contando hoy» —escribió el diseñador en su mensaje, y miró paciente al otro por su respuesta.

Azira negó suavemente con su cabeza, logrando que sus ojos mostraran lo frustrado que eso le hacía sentir. Era como si el prospecto del fracaso le cerrara una puerta, le alejara de una oportunidad, y eso también conlleva decepcionar a Crowley.

Las estaciones de vivaldi [Good Omens] [Ineffable Husbands]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora