Octavo Lienzo

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Crowley, a pesar de lo que las personas que lo conocían pudieran empecinarse en decir lo contrario, era un hombre precavido y de planes a largo plazo (no que, considerara las consecuencias inesperadas). Y por lo mismo, le gustaba repasar los acontecimientos previos en su vida, hasta el punto presente, para saber cuál sería su nuevo plan a seguir.

No fue difícil darse cuenta, cuando hizo la acostumbrada regresión de recuerdos, ver como estos se llenaban en júbilo de la imagen de cierto hombre. Nada dificultoso había sido el darse cuenta de la verdad irrefutable que sus sentimientos, y el objeto, la persona, en que se centraba sus pensamientos indicaba: amor...en palabras mundanas, que le agitaban con violencia al decirlas.

Estaba enamorado de Aziraphale. Del hombre que se había acercado a ayudar por impulso, por pura casualidad. Sin poder controlarlo, o dejar sentir siquiera voluntad de impedirlo, sus días giraron en torno al bibliotecario: le ama, así de simple y enervante.

Esto le llevó a plantearse la razón por la que había abocado casi todo su tiempo en la recuperación de Aziraphale: ¿lo había hecho por altruismo honesto? ¿Por sentimientos personales con los que iba entendiéndose apenas? El solo pensar en la segunda respuestas, le provocaba pensarse como una persona terrible.

Aziraphale no merecía que usara su condición, o lo que estaba haciendo por él, como una herramienta para ganar cercanía y afecto. Le provocaba genuina felicidad ver progresar al dueño de la librería, de verdad que se sentía tan contento como el hombre, y por eso mismo, es que se sentía terrible de saber que bajo sus sentimientos honestos, desde el principio, que el hombre creciera fuera de sus dificultades creciera.

Es por eso, cuando decidió presentar a Azira el jardín que diseñó en la fachada de la librería, su rostro se veía tan tenso, que ensombreció cualquier satisfacción que la sorpresa del bibliotecario ante su obsequio, le provocara. Por supuesto, esto no pasó inadvertido.

—Crowley, querido, ¿estás bien? —preguntó Azira, tocando suavemente el hombro del otro para mostrarle sus movimientos de manos (todavía torpes), inquieto por el absoluto silencio de Anthony.

—Sí, solo examinaba —contestó pensativo, con sus dedos formando las palabras de manera tentativa.

—Crowley —formó Aziraphale con sus manos, pausando sus siguientes palabras, y agregó con una sonrisa preocupada, por medio de su celular temiendo no poder expresar sus inquietudes con los errores que todavía sufría con sus señas—: ¿Entramos? Hay algo que quiero hablar contigo, y al ver tu maravilloso jardín, sé que debo.

Aquello preocupó a Anthony, que temiendo que Azira, tal vez, hubiera notado lo que le angustiaba. Suponía que tarde o temprano, el hombre se llegaría a cuestionar, porque hacían tanto por él. En esos tiempos, que un hombre adulto se desvive en atenciones por otro, o en general una persona en la adultez, presupone algo sospechoso.

Azira movió sus manos nervioso sobre su pecho, y tras suspirar, invitó a sentarse a Crowley en el sofá que el hombre usaba cada que lo visitaba con un movimiento de mano. Tras sentarse, el diseñador sintió enormes ganas de bajar sus ojos al suelo, pero con la forma en que se comunicaban, ambos necesitaban mirarse.

—Querido, tú sabes que nunca podré agradecerte todo lo que has hecho —comenzó con sus manos, y tras pensarlo bien, usó su celular para continuar con su diálogo—: «Pero, eso mismo me ha hecho sentir a mí de manera...diferente: quiero decir, me he sentido de forma quizás, impropia, hacia tu persona; ¿Por qué haces todo esto por mí? Las terapias, el jardín, estar aquí cada que no tenía ánimos, debo saberlo».

—Ángel, yo... —deletreo con sus manos, no confiando en que sus dedos no le temblaron intentando usar su celular.

Azira escribió otro mensaje, con los labios apretados forzando una sonrisa—: «Quiero saberlo porque, cada que pinto algo, tu estas en mis pensamientos. Quiero decir, cuando comencé a usar la pintura como una forma de escuchar el mundo, tú fuiste mi motivación. A lo mejor fueron razones diferentes a las que siento ahora las de aquel entonces».

Azira pensó conmovido, emocionado, el momento en que Crowley entró con una enorme sonrisa, mostrándole la partitura completa del primer cuadro que pintó, aquel que nombró «Pavane para el cielo» al usar esa sinfonía como base de la obra, y los colores de un cielo claro como escenario.

—«Hasta he llegado a la locura de pensar que tu podrías sentir algo igual a lo que yo siento» —escribió, y tras ese mensaje, bajó su celular a su regazo, alzando sus manos brazos para decirlo, en la forma más honesta e íntima, la más cercana que podía a como si pudiera usar su voz—: Parece que al final, puede que haya fallada a tu amistad: me he enamorado de ti, Anthony.

Crowley queda con sus manos al aire, formando palabras inconexas, mientras balbucea otras tantas con su voz. Pasa sus manos por su cabello varias veces, con tal fuerza, que irrita la piel su frente en el gesto.

—Si estoy equivocado, está bien que dejemos esto hasta aquí; estoy bien con que lo sepas, no podía ocultarlo más —explicó Azira con una lentitud nerviosa al pronunciar cada frase con señas torpes debido a sus manos que las sentía entumecidas por los nervios—. Entenderé si sientes desagrado.

Anthony se puso de pie con decisión al escuchar lo último, que sintió como una ofensa: ¿Cómo pretendía Azira pensar que recibir una confesión así de él podía ser desagradable? Por supuesto, el diseñador poco sabía que su furia contra el razonamiento de Azira de demeritar sus sentimientos por él, era tan simple porque él profesaba unos iguales.

Crowley, toma su celular, y escribe tan rápido como puede para que sea entendible—: ¡Entonces debí confesarme antes! También te amo, ¡y seguiré estando aquí a tu lado! Me hace feliz hacer todo esto para que tú lo estés, ¿entiendes Azira? ¡No vuelvas a insinuar que me vas a desagradar!

Azira tenía sus ojos muy abiertos con la fiereza vertida en el mensaje que recibió, y por el hecho de que Anthony estaba parado frente a él, inclinándose muy cerca, al punto de que estaba casi acorralando contra el respaldo del sofá, luciendo todavía tan irritado como dejaba ver su exaltada declaración, perfectamente retratada en el mensaje de texto.

En el fondo, las palabras le faltaban para expresar que, si bien no anticipaba esa respuesta, era todo lo que podía desear.

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N/A:  ¡Los niños han sido sinceros! :D

Actualización temprana, ¡¡Y seguida!! ¿¡Que esta pasandaa?! Pues nada, que llegamos al fin a este punto que hemos estado viendo desarrollarse con cuidado y lentitud. Como dije, no es una historia larga, y estamos a: ¡3 partes, con epilogo, de acabar las historia!

Las estaciones de vivaldi [Good Omens] [Ineffable Husbands]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora