Noveno lienzo

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Crowley siempre se preguntó cómo es que Azira lograba mantener esa cándida y gentil actitud con todos los desplantes de impaciencia, desaires, e intolerancia que a veces la gente mostraba a su condición. Sin embargo, más bien era el miedo e inseguridad que su autoestima le generó al principio, al verse en una situación desconocida en la cual nadie parecía tenderle una mano.

Sin embargo, conoció otra arista de la personalidad de Azira en cuanto este comenzó a usar el lenguaje de señas como segunda naturaleza, o cuando comenzó a comprender que las palabras no eran el lenguaje absoluto, ni único, para comunicarse.

(No fue extraño ver a Azira hacerles pasar vergüenza a aquellos clientes groseros que mandaba a aprender señas al impacientarse con él. Por su parte Crowley, disfrutaba bastante esa naturaleza impetuosa, ese bastardo que lograba mostrarse, manteniendo su dulzura, cuando el bibliotecario perdía toda paciencia).

Aunque, seguía sin comprender cómo es que un hombre a su edad, se mantenía tan sereno y encantador. Probablemente, era más bien la devoción de Anthony al hombre, pero, el diseñador estaba seguro que no había hombre más amable que Azira con el que se hubiera topado.

—«Bueno, es un poco de tener estándares, querido» —justificó Azira el asunto sobre sus cuidados modales, incluso con los clientes más cínicos en su comportamiento por su condición; por supuesto, Crowley debía darle el crédito de saber vengarse con cuidada cortesía.

También su otra forma de comunicarse, la música y el arte, continuó creciendo en profundidad en cuanto al lazo que eso construyó entre ellos. Crowley a veces apresuraba algún trabajo que tuviera para ponerse a componer algo sencillo, e irlo a interpretar a Azira, admirando como las manos de este comenzaban a recrear el escenario de sonidos que no podría escuchar, pero veía ante sus ojos como cientos de colores desplegarse.

No fue raro que Crowley pasara casi todos sus días en el apartamento de Azira, esperando que este cerrara la tienda para compartir una copa, sonriéndo en silencio, a veces dejando que las expresiones de sus rostros comunicaran el contento que compartir tiempo les provocaba. A veces, ambos simplemente se sientan uno al lado del otro, con sus manos entrelazadas, observando el trabajo más reciente de Azira, o como los dedos de Crowley intentaban describir la última pieza que le había mostrado en un pulcro pentagrama.

La primera vez que Azira visitó el apartamento del diseñador, terminó reclamando de la vergüenza que sintió al ver cada una de sus obras dispersas por la morada del hombre. Este solo sonrió ladino, explicando que no habría forma de que se deshiciera de ninguna, especialmente porque fueron el puente, el idioma, que los conectó.

No fue extraño que Azira leyera en las noches, con Crowley a su lado garabateando algún diseño, terminando con éste último dormido. El bibliotecario sonreía, besando a veces los labios ajenos con suavidad, y obligando al otro a ponerse más cómodo para que descansaran juntos, situación que terminó por volverse rutina.

—«Lees demasiado, ángel» —reclamaba Crowley cuando se sentía ignorado por Azira, que dedicaba toda su atención, abstrayéndose del mundo cuando sostenía un libro en sus manos. En esas ocasiones, decía su queja tocándole el hombro al otro para obligarlo a mirar, o le mandaba mensajes de texto hasta este se dignara a leerlos, o lo obligará irse cuando se molestaba.

—«Te quiero querido, pero debes dejarme leer en paz» —le diría disculpándose de casi echarlo. Crowley se iría resignado, que aunque disfrutaba ver el temple concentrado y calmo de Azira al leer, también se sentía un poco desplazado.

Azira no es que quisiera ignorar a Crowley, quien le provocaba sonreír apenas lo veía en la puerta, o se despertaba con la tibieza de su cuerpo a su lado; a veces, en las mañanas que compartían en la cama tras quedarse dormidos, normalmente, en la cama del bibliotecario, éste se sorprendía siendo observado por un sonriente pelirrojo cuando este logra despertar antes que él.

Crowley no admitiría que los momentos que más calma le traían, era verlo leer, como esa tranquilidad que el hombre mostraba en sus facciones, le contagiara tan profundamente que, al menos por un instante, creía que ambos podían estar lejos de todo problema, y que las dificultades pasados, o las venideras, eran temas para otras personas, pero no para ellos.

No es que Crowley quisiera un vida sin altibajos, pero recordaba lo mucho que Azira sufrió aprendiendo a vivir en un mundo que era cruel aunque fueras gentil, que era rápido e impaciente, aunque hubieras perdido algo que te integraba a él. Anthony no podía evitar pensar, en aquellas personas que existían en situaciones similares a las del bibliotecario, negados de la oportunidad de aprender a comunicarse nuevamente.

—«Ángel, ¿y si pongo algún promocional en la tienda para que personas puedan conocer el curso?» —le preguntó un día, mientras ayudaba a Azira a acomodar un nuevo cargamento de libros.

—«De hecho querido, he pensado que si pudiéramos convencer al instructor, y juntar gente. Me encantaría prestar mi tienda algún día de la semana, para ofrecer un curso donde cubra parte de los gastos, con el fin de hacerlo accesible a quien quiera aprender» —explicó Azira entusiasmado.

Crowley no estaba seguro si el instructor con que toman lecciones quiera acceder, pero el mismo insistiría hasta convencerlo, incluso si terminaba por irritar al profesor. Tenía un buen presentimiento, probablemente terminarían por lograr su objetivo.

—«¡Me parece una fantástica idea!» —dijo Crowley moviendo sus dedos con rapidez, apenas dándole oportunidad al otro de interpretar, y se lanzó a abrazar al bibliotecario—. «Déjame a mí lo de hablar con el profesor, y juntar un grupo».

Por supuesto, el diseñador también insistió en poner dinero para su proyecto. De paso, como iniciativa propia, ofreció si ambos podrían dar talleres de pintura y música a todos aquellos que presentaran alguna condición que los hiciera tener dificultades en sus vidas.

—«Será como enseñarles nuestros idiomas, tendríamos que pedir un poco de cooperación para los materiales, pero es algo que me gustaría intentar» —explicó Crowley, Azira tomo sus manos con las suyas cuando se lo pidió, y asintió.

Quizás fuera egoísta para Crowley pensar que su impulso de ayudar a otros, es porque le recordaban las dificultades de Azira, pero, suponía que estaba bien ser un poco egoísta si eso hacía feliz a alguien.

Y ser egoísta por Azira era lo que más dichoso le hizo.

Las estaciones de vivaldi [Good Omens] [Ineffable Husbands]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora