Prólogo: Sangre azul

1.2K 98 25
                                    

Ríona aprieta tanto las manos sobre la baranda del pasillo al aire libre que se las raspa. El sol esta por caer, forma una línea roja en el horizonte, más allá del pueblo, y él todavía no llega. La carta decía lo contrario, decía que llegaría al mediodía y Ríona espera desde entonces mientras observa los jardines del castillo sin que suceda nada. Una brisa fría hace volar su falda y sus ondas rubias y Ríona se abraza a sí misma con la piel de gallina. Un recordatorio de que es el último día del verano y las noches frías de otoño están por comenzar.

Entonces ve un punto a lo lejos, más allá de las murallas del castillo y de las casas del pueblo. Con el último rayo de sol, el punto se acerca, se hace más grande y luego se interna entre calles de adoquines y tejados rojos hasta volver a aparecer en la visión de Ríona que logra distinguir a un jinete encapuchado que monta un caballo al galope. Llega con rapidez a las puertas de la muralla y los guardias las abren sin dudarlo, lo dejan pasar y entra a los jardines delanteros del castillo.

Mientras él se acerca, Ríona levanta su falda de seda para apresurarse en bajar por las escaleras. Cruza las puertas del castillo y se encuentra con el jinete, que baja de su caballo con destreza, se nota que tiene práctica.
El encapuchado la mira. Una barba morocha de varios días le cubre el rostro y una línea roja le cruza la mejilla. Con un movimiento, libera su rostro de la tela de la capa. Ríona corre hacía él hasta quedar a centímetros de distancia.

—Te extrañe. Estos días han sido largos, insoportables sin ti. Espero que no vuelvas a irte por tanto tiempo.

Ríona se pone en puntas de pie para alcanzarlo y lo besa. Luego de un momento de duda, él le responde. Sus labios se mueven en un beso suave y a la vez desesperado, con pasión pero también con distancia. Ríona siente el calor del jinete en medio del frío otoñal, como le cubre el cuerpo con el suyo. Entonces suelta un gemido de sorpresa contra los labios de él.

—Lo siento. —murmura el encapuchado, aún en los labios de ella.

—¿Qué...?

—Lo siento, no tengo otra opción. —repite.

Saca la daga plateada de la espalda de Ríona y la suelta como si quemara, el metal choca tintineante contra los adoquines del jardín. Un río de sangre corre vestido abajo, mancha la tela blanca, la daga, las manos de él y los adoquines de rojo. Después de todo, la sangre de la realeza no es azul.

Ella lo mira con sorpresa, sus labios abiertos en palabras que no puede decir. Él se tenciona y le devuelve la mirada dolorida pero no llora. Ríona pierde su fuerza y se habría caído de no ser por los brazos del jinete, que la sostiene contra su pecho como si la abrazara.

El grito de un guardia corta la noche.

Nota
Hola! Espero que les guste y le den una oportunidad a la historia ❤️

Dónde mueren los cuentos de hadas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora