XXI El poder de las palabras

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A los pocos días el castillo parece abandonado sin el rey Elrad y al menos la mitad de los soldados de Jaqum, sin Céolgise y su pequeña guardia.

En las puertas principales se reúne la familia real. Mientras su padre habla con el general Rael sobre la seguridad del castillo, Ríona habla entre murmullos con su madre que se encuentra de pie muy tiesa con un vestido color maíz que roza el suelo y una corona sobre su cabello recogido.

-Es ridículo. -masculla Ríona.

-Lo que es ridículo es tu comportamiento.

-Claro, lo dices pero en realidad te enoja tanto como a mí, ¿cierto? Has sido reina toda tu vida pero ahora el rey regente es Laurent y no tú. ¿Qué puede saber él?

-Sabes perfectamente que tú hermano ha estado entrenando para esto y tú padre a considerado que esta era la práctica ideal. Por supuesto que yo y los consejeros estaremos pendientes de él pero tú hermano tiene que entender sus deberes y te aseguro que lo hace, mejor que tú al menos.

Ríona bufa y observa a Laurent, parado junto a su padre con una sonrisa escondida bajo una actitud seria.

-Es solo un niño.

-Tú eres la niña. Debes aceptar tu lugar y el de tú hermano.

-Papá y él ocultan algo. -dice sin pensar.

-¿Cómo dices?

Ríona se queda callada. No sabe muy bien porque lo dijo, solo quería ganar la conversación pero ahora recuerda esa charla que escuchó hace tiempo, cuando Laurent volvió, y todo el misterio que rodea a los seis meses que su hermano estuvo de viaje, la complicidad de ambos con la extraña decisión de masacrar a los soldados de Cegal y ahora esto.

-Nada. No lo sé, hay algo raro.

La mano de Idara se alza para callarla con un gesto.

-Por favor. Detén tus alucinaciones, hay suficientes problemas reales como para que te inventes uno como parte de... no lo sé, tus ansias de protagonismo. No sé porqué lo haces.

Idara niega y Ríona sólo asiente y calla. Elrad se acerca a ellas y se detiene frente a su esposa a quien da un corto beso en los labios. Luego acaricia la mejilla de su hija. Las palabras sobran, ya se dijo todo lo importante y el rey no sé gastaría en murmurar frases de consuelo o cariño de modo que monta en el caballo que hay preparado para él y no vuelve a dirigir su mirada hacía su familia.

Céolgise saluda con un abrazo a su hijo, que se queda junto con Raquen y otros pocos soldados como sus referentes en el castillo por el momento. Hace cortas reverencias a la reina y a la princesa y monta en su caballo marrón. Los reyes avanzan con un ejército de caballos y hombres a pie que caminan al ritmo de tambores al frente con dos banderas que cortan el cielo, una azul y maíz y otra celeste y roja.

El ejército avanza por el pueblo y se interna en los caminos que cruzan Jaqum bajo la mirada de la gente del castillo y de los aldeanos y campesinos que observan la fila de hierro con caras pálidas.

Ríona se acerca a Priamos, de pie junto a las murallas.

-Sé que te gustan más las batallas que la burocracia. ¿Porque te quedaste?

-Cuando sea el momento iré pero por ahora mi padre quiere que me quedé aquí.

-¿Por qué? -insiste Ríona. Priamos la observa con una sonrisa.

-¿Acaso quieres que me vaya?

-No es eso pero me parece raro.

Priamos vuelve a sonreír y se inclina un poco como para contarle un secreto.

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