IV

176 12 5
                                    

Nidhoggr, el destructor

Los vientos fríos ya eran una característica constante en la ciudad, decenas de personas comenzaron a movilizar las pertenencias de Cael a la cabaña en la que pensaba retirarse. Ella solo pensaba que era un plan de contingencia contra ella misma. Alejarse de todos era lo único que podía hacer que fuese filántropo, sabía que su espíritu era de cierta manera corrosivo para el árbol de la vida. Mala hierba, maleza o hiedra venenosa. Eso era lo que normalmente escuchaba decir a su padre de ella, nunca le importó que saliese de su boca sino que tenía razón su progenitor.

Muy dentro de ella tenía noción de que su instinto la iba a conducir a caminos inestables y llenos de obstáculos que simplemente ya no le atemorizaba experimentar, aunque el guiarse bajo sus instintos más profundos era una apuesta que aún no sabía si se atrevería a hacer.
–¿Cael, se encuentra despierta?– La señora O'Brien preguntó a la joven heredera que a pesar de haber dormido tres horas, lucía fresca y radiante. –Así es, pase O'Brien... Déjeme compartirle algo muy importante. Verá, ha pasado una semana desde que regresé y de lo que me había comentado sobre su jubilación, hablé con mis abogados y todo está hecho para que se retire a descansar a dónde usted quiera. Aquí le entrego la cantidad que creo que merece por todos sus años de leal servicio. – La antigua nana de Cael vió la cantidad en el trozo de papel y sintió que su piel se había convertido al mismo color. –Señorita Caum, ¡esto es demasiado! –No lo es señora O'Brien, usted ayudó a educarme y fueron bastantes años de servicio. Acepte el dinero y si gusta desde hoy puede retirarse. Yo sabré funcionar sola.– La joven heredera esbozó una cálida sonrisa que hubiese derretido hasta a Afrodita, aunque claro está que casi nunca brindaba esa sonrisa con el pequeño detalle del aprecio, por otra parte la anciana nana sujetó entre sus dedos el papel y sintiendo la necesidad del descanso, expresó un gracias profundo y honesto para después girarse sobre sus tobillos y emprender el viaje a la jubilación. Un toque de satisfacción fue lo que sintió Cael al proporcionar algo tan anhelado a alguien que apreciaba, Caum recordó que había pasado una semana exactamente a su llegada, era viernes... Y de inmediato llegó a su cabeza aquella morena de la cervecería de Kravitz, –dijo que todos los viernes ella acudía allí.– Habló para sí misma mientras se adentraba a la ducha refrescante y humeante por el abrasador calor del agua caliente. Mientras ocupaba su mente con su imperiosa higiene también viajaba a la fantasía de encontrarse de nuevo con la morena que la había deslumbrado, Alessa Remart. Recordó su nombre con ese sabor dulce en los labios como rezago a su nombramiento, pero aún era de mañana y las escasas 9 a.m. le parecían una exageración de la relatividad del tiempo.

¿Cómo ocuparía su mente durante todo el día si no necesitaba trabajar? De pronto un cuestionamiento la cobijó, –¿Podría comenzar a estudiar más la mitología china, nórdica y celta o podría analizar el arte del joven Kravitz y escribir ese artículo que mencioné una semana antes?– La joven heredera emitió el juicio de hacer lo segundo y después lo primero, al fin y al cabo tenía bastante tiempo de por medio.

Salió de la ducha enrollada en una bata de baño blanca, esparció por su cuerpo las lociones corporales y de embellecimiento facial como ese ritual adquirido por la increíble vanidad que en ella habitaba. Abrió las inmensas puertas de su armario, que parecía otra habitación enorme... Caminó entre los estantes buscando el atuendo ideal para su día, como siempre optaba por esa vestimenta discreta, aquella blusa de cuello de tortuga color negro, un pantalón ajustado igualmente negro y unos zapatos deportivos color blanco. Optó por maquillarse un poco, justo después de cepillarse y secarse el cabello, así se sintió cómoda para continuar su día. Desayunó en el despacho donde ya había indicado que pasaría todo el día, ordenó que se le sirviera el almuerzo allí y la comida y mientras tanto, Cael encendió el televisor para tener algún ruido debajo de todo su quehacer y así no sentir tan vacía la casa. Encendió también el computador y tomó todos los libros que pensó necesitaría para la escritura de su artículo.

SirrushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora