XX

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2019,

—Enséñame a ser yo de nuevo, por favor. Enséñame a confiar, enséñame a olvidar, te lo pido. Por tanto tiempo viví sin miedo, sin una sola chispa de temor. Viví con el vacío creciendo a pasos agigantados en mi interior casi al punto de verme como un monstruo atrapado en el espejo de mis ojos. Viví con la certeza de lo incierto y en la abrumadora oscuridad que embriagaba mis sentidos, viví aceptando lo inhumano y valorando lo efímero. Por el terror de vivir sin miedo, te pido que me enseñes a amar como se debe. Soy un lienzo en blanco esperando tus trazos...— aquella confesión era más que suficiente para la psicóloga, su querida Cael le amaba con tanta fuerza que atravesó el umbral de la muerte y el delirio para intentar atarse bien a la vida que querían juntas. Un cometa en el cielo, pensó. Un eclipse perfecto, una negativa a lo establecido, quizá —lo que haremos ahora es recuperar la energía y esperar, amor mío— ¿esperar qué? Se preguntará el mundo entero, ¿esperar que los tiempos o la gente cambie? ¿esperar la señal victoriosa del cielo? ¿esperar qué? El silencio las empapó de nuevo, con esa corriente eléctrica de angustia. Angustia por el ahora, por el mañana y el para siempre. Alessa reafirmaba con cada mirada su admiración por la heredera, por esa testaruda y orgullosa mujer que al mismo tiempo podía ser tan dulce y tierna como nadie, la nobleza encarnada en ella con la mezcla de perfección que hasta los mismos Dioses buscan. Sus humeantes ojos oscuros parpadean lento casi rítmicamente, con compás y métrica, un poema a destiempo que retaba las leyes cuánticas y gravitacionales. Un cosmos etéreo lleno de gamas de colores imperceptibles pero rotundamente bellos. Remart no concebía el profundo amor que le nacía al verla tan vulnerable en esa cama donde ella misma dormía atemorizada por el supuesto secuestrador despiadado que la privaba de su libertad. Ella no comprendía cómo después de todo seguía amándola inclusive con más fuerza que antes. ¿Una sombra solo por ser oscura es mala? ¿Una mentira hace a la verdad otra falacia? Ese diálogo interior que comenzaba a asustarla estaba tomando tintes de violencia, la introspección extraña del amor enfermizo cuyo bautizo salió de la falta de opciones de nombres. No había otro nombre disponible para esto. Pero por Dios mismo, Alessa adoraba a Cael. Adoraba su temperamento, su fuerza... Sí esa misma fuerza que la hizo sobreponerse a la maldad que tantas veces le disparó tiros mortales y que sencillamente no pudieron arrancarle la vida. La psicóloga sonrió, contra todo pronóstico su querida heredera vivía, contra los maltratos de todo ser cercano, la manipulación de su mente y el abuso repetitivo, ella estaba allí con todas esas cicatrices que por motivos ajenos a ella la hicieron pensar en que su cuerpo en este preciso momento lucía como su alma. Por fin se reflejaba el mundo paralelo de su éter con el abstracto mundo del presente. —Pocas veces sentí miedo en mi vida, no sentí temor al ver morir gente pero lo sentí en lo más profundo de mi alma cuando pensé en que podía perderte. El mundo en el que crecí es cruel y violento, es bárbaro y brutal, todo el cariño se borra y solo hay cabida para el repudio y esos sentimientos similares que todos los días arrebatan almas. Sentí auténtico temor al pensar en que podían arrancarte de mis brazos, en que podían hacerte daño para destruirme. Antes, no había absolutamente nada en mi que pudiese romperse porque yo ya estaba rota, Alessa... Hasta que llegaste tú y todo cambió, mi sonrisa se volvió eterna por más horrible que haya sido mi día, la paz fue alumbrando mi precipicio de pesadilla y la calma que me brida tu aliento fue quitando cada telaraña de adentro. Fui conociendo el planeta, sin la necesidad de viajar... Hice el viaje astral a mil dimensiones y enfrenté la tempestad de cada demonio con tal de cuidarte. Sé que lo que hice es imperdonable, pero solo era de esta manera en la que podía derrotar de una vez por todas a ese maldito pasado que ha condenado mi existencia. Te pido perdón, amor. Te pido perdón por cada momento amargo que te hice experimentar, por cada instante en que sentiste desesperación y por cada minuto en que lloraste. Te pido perdón por el abandono que sentiste y te imploro que me perdones por someterte a este daño por mi egoísmo.— Alessa trató de recordar las veces en las que había visto a Cael llorar con tanto sentimiento. Una de ellas fue en aquella ocasión dónde la periodista habló sobre la relación con su padre y la otra cuando recién había llegado encapuchada y ensangrentada, cuando deliraba por haber perdido tanta sangre. Ahora añadía este momento a su corta lista. Aunque tenía que señalar la palabra egoísta, ¿había sido verdaderamente egoísta? —no sé qué decirte, Cael... ¿Quién en el mundo puede creer que esto existe? Yo te amo, te adoro pero no puedo imaginar que exista en la sociedad un grupo de gente que haga tanto daño. No puedo creer que en tu desesperación hayas acudido a diseñar un plan tan descabellado para protegerme del mundo al que perteneces. No entiendo cómo no pudiste decírmelo antes, decirme la verdad...—  dijo Remart con el corazón en la mano, con la ansiedad de conocer su universo, ese tan complejo que parecía un diamante rodeado de espejos. —Fui egoísta en quererte, fui egoísta en amarte que pensé en hacer lo que hice antes de ahuyentarte de mi vida. Preferí secuestrarme a dejarte ir con advertencias, preferí protegerte de la mierda de mi mundo que comenzaba a salpicarte sin darte cuenta. Pero te suplico que me entiendas, necesitaba cuidarte por todo este amor que te tengo. Aún sin estar juntas hubieran ido a por ti y te hubiesen hecho tanta atrocidad para herirme que ahora mismo las dos estaríamos muertas, tú por inocente y yo por entregarme para seguir tu camino a la muerte. Suena lúgubre y raro, pero no tuve más remedio que hacerlo. Me advirtieron que irían a por ti, me lo dijeron y tenía que cuidarte de todo mal. Era demasiado tarde como para decirte la verdad, era demasiado tarde como para escaparse. Era demasiado tarde como para darme el lujo de brindarles la oportunidad de herirte. No tuve otra opción, Alessa... De verdad no tuve otra—

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