Capítulo tres
Ya no me permitías mirarte desde la lejanía, analizando tus expresiones como si solamente viéndote fuera capaz de saber lo que estabas escribiendo. Cambiaste tu mesa en el fondo del establecimiento por una de las sillas en el mostrador, cambiaste tus horas escribiendo en tu libreta por horas conversándome mientras yo limpiaba vasos y preparaba cafés.
Dijiste que solías ser muy solitaria, y no te creí. Pues si con tanta comodidad y carisma te acercaste a una simple mesera en una cafetería, no te podía imaginar sin ganas de conversar con alguien en una fiesta, o en cualquier otro lugar.
Me contaste que amabas escribir, pero yo ya lo había notado. Te pregunté si me dejarías leer lo que escribías, en un arrebato de confianza que hasta ese momento desconocía que fuera capaz de poseer. Te reíste y negaste, dijiste que tus escritos eran bazofia.
Te miré con adoración, pues jamás había escuchado a alguien utilizar esa palabra en una conversación de lo más trivial, y porque jamás nadie me había logrado hacer sentir tan cómoda en una, y porque todo lo que hacías y decías, para mí era tan sólo otro motivo más de los mil que habían para adorarte.
Los miércoles se convirtieron en mi día favorito, pues escucharte hablar era cada vez más gratificante. Conocer de a poco tus miedos, sueños y aficiones me hacías cada vez sentir más cerca de ti, y por alguna razón me estaba encantando sentirme así. Me estabas encantando.
Nos volvimos cercanas, tanto, que esperabas a que fuera mi hora de salida para que nos sentáramos en algún otro sitio a seguir conversando. Tanto, que comencé a quedarme a dormir en tu casa para conversar aún más. Tanto, que ya no era sólo los miércoles.
De a poco te instalaste en mi vida, en mis días de la semana, en mi mente, en mi corazón, y tú no tenías la intención de irte, y yo no tenía la intención de sacarte.
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Sanación
Short StorySecaré tus lágrimas, besaré una por una de tus cicatrices y seré tu cura.