Sin comparación

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Capítulo cinco

—¡Me das asco! ¡No sé cómo pude estar con una lesbiana como tú! —me gritó él, exactamente cinco días después de que tuve el valor suficiente como para terminar con él, y con todo el daño que me hacía, y nos encontró juntas cenando en un restaurante —. Eres una maldita degenerada —espetó, antes de marcharse tan rápido como llegó.

Aunque debí empujar sus gritos a lo más hondo de mi cerebro, y reducir todo a que él era un imbécil, y que tan sólo se comportaba como tal, no lo hice. Sus palabras rondaron en mi mente por tanto tiempo que se me hace imposible hacer un cálculo preciso. 

Lesbiana.

Degenerada.

Me das asco. 

Revivía ese momento una y otra vez, y las dudas me consumían cada vez más. Porque una mujer no podía gustarme, ¿o sí?. Porque eso no estaba bien, ni era normal, ¿o sí?. Pero de todas formas, ¿por qué me preocupaba tanto si jamás me gustaría una mujer?, ¿o sí? 

Durante meses mis pensamientos no se callaron. Hasta que tú los obligaste a hacer silencio. 

Hasta que tú me besaste. 

Y no me importó si estaba bien o no, si era normal o no, si disfrutar del tacto de tus labios me hacía lesbiana o no. 

Aquel delicioso tacto. Hasta el día de hoy puedo decir con certeza que nunca me había sentido de esa manera; tan amada, comprendida y llena de sentimientos. Quería parar y gritarte a la cara lo mucho que me estabas haciendo sentir, pero temía que si me separaba jamás me volviera a sentir así en mi vida. 

Y en cierto punto tenía razón. Porque hubieron más besos después de ese, contigo, y con muchas personas más, pero ninguno se sintió tan real, tan sediento, tan lleno de confesiones y emociones que no hizo falta poner en palabras. Nada, jamás se acercará a la forma en que las rodillas me fallaron, en que nuestras lenguas danzaron y el airé se me escapó de los pulmones. 

Nada, nadie, nunca, se va a comparar a ti y a la manera en que me hacías sentir. 

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