Él

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Capítulo cuatro 

Estar contigo se sentía como una cascada de agua fresca directo al alma. Podíamos pasar horas conversando, riendo o simplemente en silencio que nunca parecían agotarse los minutos. Me estaba convirtiendo en una fiel admiradora de la manera en que arrugabas la nariz cuando algo te desagradaba, como se te achinaban los ojos cuando sonreías, y sobre todo de la confianza que me transmitías para ser mi verdadera versión a tu lado.

Eras mi mejor amiga, S, y por eso no podía permitir que ese cosquilleo en mi vientre cuando te veía a la distancia, o cuando por alguna razón mi mano rozaba la tuya persistiera. 

Por eso lo conocí a él. Por eso lo besé. Por eso se convirtió en mi novio. 

Él, tan irrelevante como para siquiera llamarlo por su inicial, porque me niego a recordar su nombre, y las iniciales es cosa nuestra, de Á y S, nada más. 

Él, tan distinto a ti en todos los sentidos. Sus ojos eran una mezcla de verdes y amarillos infinita, mientras que los tuyos se limitaban a solamente un color marrón. No me preguntaba por mis intereses, y yo no se los contaba porque no me hacía sentir cómoda con su sola presencia, mientras que contigo no era capaz de permanecer ni un segundo en silencio. 

Tenía miedo de que no sólo fueras mi mejor amiga ante mis ojos, tenía miedo de verte más allá, y creo que por eso no me importó que él ni siquiera supiera la existencia de la palabra bazofia, ni que ya no me dejara verte, ni que me alzara la voz aquella vez en un restaurante frente a sus amigos, ni que me dejara la mejilla ardiendo aquella vez que me rehusé a tomar un trago en una fiesta y él ya se había pasado con los suyos. 

—Extraño nuestra amistad, Á —me dijiste en un susurro aquella vez que coincidimos en la cafetería, después de meses sin vernos. 

—Temo que tu amistad acabe conmigo, S —respondí, pero nunca supiste a qué me refería porque apareció él, me tomó de la mano y me apartó de ti, de nuevo. 

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