Tan sólo amor

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Capítulo seis

Creo que nunca voy a poder asumir el privilegio que era poder besar tus labios, llamarte mía y llamarme tuya. 

Pues eras mía en el más puro e inocente de los sentidos. Eras mía para hacerte feliz, para amarte, para abrazarte el alma. Eras mía para hacerte sentir valiosa.

Pero tú no te sentía mía, dudo que en algún momento hubieras sido capaz de hacerlo, pues estabas tan concentrada viendo tu mundo en tonos grises, en melodías tristes y en desgarradoras palabras.

Y nada de lo que yo, o la doctora Romero dijéramos o hiciéramos podía hacerte cambiar por completo tu escala de colores, tu lista de reproducción, ni tu vocabulario. Era una decisión que estaba en ti, y solamente en ti tomar. 

Lamentablemente entendí eso muy tarde. 

Después de prometer que te repararía, que lucharía contra tus demonios y que me encargaría de ahuyentar uno por uno de tus miedos. 

Creo que te hice tantas promesas que acabamos por creerlas, por esperar impacientemente a que fueran cumplidas.

Y me esforcé, te juro que di lo mejor de mi en cada una de las batallas, que a pesar de que muchas veces tuve las ganas de arrojar la toalla, nunca me permití ni siquiera intentarlo. No pensaba descansar hasta que estuviera segura de que había ganado, de que habíamos ganado. 

Pero tanto pelear me agotó, haciéndome ver lo incapaz que era de vencer aquel malechor que te acechaba, pues estaba comenzando a dañarme a mí también. 

Y a pesar de eso, continué batallando, dispuesta a darlo todo. Sin embargo; no fue suficiente.

Viví tantos años culpándome, reclamándome, diciéndome que tal vez si hubiera dado más...

Pero ahora me doy cuenta de que no hay a quién culpar, ni a quién reclamar nada, porque lo nuestro tan sólo fue amor, e hicimos lo que pudimos con eso. 

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