Desperté en el suelo del baño. Me dolía todo. Mi boca se sentía como la mierda y sabía peor. ¿Qué demonios pasó anoche? La última cosa que recordaba era la cuenta hasta cero para la medianoche y la emoción de tener veintiuno, ser legal finalmente. Había estado bailando con Valentina y hablando con algún chico. Luego: ¡Bum!
Tequila.
Una línea entera de copitas con limón y, además, sal.
Todo lo que había oído de Las Vegas era verdad. Cosas malas ocurrían aquí, cosas terribles. Sólo quería morir. Dulce bebé Jesús, ¿qué había estado pensando al beber tanto? Gemí e incluso eso hizo que mi cabeza palpitara. Este dolor no había sido parte del plan.
—¿Estás bien? —preguntó una masculina y linda voz. Realmente linda. Un escalofrío viajó a través de mí a pesar del dolor. Mi pobre y magullado cuerpo se removió en extraños lugares.
—¿Vas a vomitar de nuevo? —preguntó.
Oh, no.
Abrí mis ojos y me senté, empujando mi grasoso cabello castaño a un lado. Su borroso rostro se encontraba demasiado cerca. Golpeé una mano contra mi boca porque mi aliento tenía que ser horroroso.
—Hola —murmuré.
Lentamente, entro en mi campo de visión. Era hermoso y extrañamente conocido. Imposible. Nunca había conocido a alguien como él.
Parecía estar en sus veintitantos, un hombre, no un chico. Tenía un castaño y ruloso cabello. Sus ojos eran de un oscuro marron. Realmente me podría embelesar con ellos. Yo aún llevaba el lindo y subido de tono vestido blanco de Valentina que me había convencido a llevar. Había sido un desafío para mí debido a la forma en la que apenas cubría mis pechos. Pero este hermoso hombre me había ganado con el espectáculo de piel. Sólo llevaba un par de vaqueros, algún tipo de botas negras, un par de pequeños pendientes de plata, y un suelto vendaje en su antebrazo.
Esos vaqueros... le quedaban bien. Caían seductoramente en sus caderas y se ajustaban en todos los sitios correctos. Ni siquiera mi horrible resaca podía distraerme de la vista.
—¿Aspirina? —preguntó.
Y yo me lo comía con los ojos. Mi mirada se movió rápidamente hacia su rostro y me dio una astuta y hermosa sonrisa. Maravilloso.
—Sí. Por favor.
Recogió una maltratada chaqueta de cuero negro del suelo, la que aparentemente yo había estado usando como almohada. Gracias a Dios que no había vomitado en ella. Claramente, este hermoso y a medio vestir hombre me había visto en toda mi gloria, vomitando múltiples veces. Podría haberme ahogado en la vergüenza.
Uno por uno, vació el contenido de sus bolsillos en los fríos y blancos azulejos. Una tarjeta de crédito, púas de guitarra, un celular y una tira de condones. Los condones me detuvieron, pero pronto me distraje con las cosas que le siguieron. Un montón de pedazos de papeles cayeron en el suelo. Todos tenían nombres y números garabateados a lo largo de ellos. Este tipo era el señor Popularidad. Definitivamente entendía por qué. Pero, ¿qué carajos hacía aquí conmigo?
Finalmente, me dio una pequeña botella de analgésicos. Dulce alivio. Lo amaba, quien quiera que fuera y lo que sea que hubiera visto.
—Necesitas agua —dijo y se entretuvo llenando un vaso del lavabo detrás de él.
El baño era pequeño. Apenas y cabíamos. Dada la situación económica de Valentina y la mía, este hotel había sido lo mejor que podíamos permitirnos. Ella había estado determinada a celebrar mi cumpleaños con estilo. Mi meta había sido un poco diferente. A pesar de la presencia de mi nuevo y caliente amigo, estaba malditamente segura de que había fallado. Las partes pertinentes de mi anatomía se sentían bien. Había oído que las cosas dolían después de las primeras veces. De seguro habría dolido la primera vez. Pero mi vagina podría haber sido la única parte de mi cuerpo que no dolía.