La luz de la mañana me despertó. Me coloqué de costado y estiré, eliminando los calambres. Ruggero estaba de espaldas junto a mí, profundamente dormido. Tenía un brazo sobre la cara, cubriendo los ojos. Con él ahí, todo permanecía bien en mi mundo. Pero además, todo se encontraba a la vista. Debió haber pateado las sábanas en algún momento durante la noche. Así que la cosa de la erección mañanera era verdad. Ahí lo tienes. Valentina estuvo en lo cierto respecto a eso.
Despertar junto a él, con mi anillo de bodas de vuelta en mi dedo, me hizo sonreír como una loca. Por supuesto, despertar al lado de Ruggero completamente desnudo habría hecho a cualquiera sonreír. Entre mis piernas se sentía un poco de dolor por los esfuerzos de anoche, pero nada demasiado preocupante. Nada suficiente como para distraerme de la vista que era mí esposo. Me arrastré un poco por la cama, mirándolo a mi antojo por una vez. No tenía un gran ombligo. Era básicamente un pequeño guión seguido por un fino rastro de oscuro vello que bajaba por su estómago plano directamente a eso. Y eso era duro, grueso y largo.
Eso era su pene, por supuesto.
Bah. No, eso no sonaba bien.
Su polla. Sí, mucho mejor.
Anoche nos sentamos en la cálida bañera por un rato ante su insistencia, enjabonándonos. Solo hablamos. Fue adorable. No fue mencionada la mujer que obviamente lo engañó y/o dejó en algún momento del pasado. Pero sentí su presencia acechando. El tiempo la despacharía, lo sabía con seguridad.
Olía ligeramente a jabón y un poco de perfume, tal vez. Calido no era algo que alguna vez yo hubiera dicho que tenía un olor, pero eso era a lo que Ruggero olía. Calidez, como si fuera sol líquido o algo así. Calor, comodidad y hogar.
Rápidamente miré su rostro. Sus ojos todavía se encontraban cerrados bajo el brazo, gracias a Dios. El pecho se elevaba y descendía a un ritmo constante. No quería ser atrapada mirándole su entrepierna, sin importa cuán poéticos fueran mis pensamientos. Eso sería embarazoso a una escala que preferiría no experimentar.
La piel se veía muy suave a pesar de las venas, y la cabeza se destacaba claramente. Se encontraba completo. La curiosidad pudo más que yo, o tal vez ya lo había hecho. Con todo el semblante a mi disposición, miré donde permanecía levantado. Suavemente, puse la palma de mi mano sobre él. La piel era suave y cálida. Con cuidado, envolví mis dedos alrededor. Su polla tembló y me eché hacia atrás, sorprendida.
Ruggero se echó a reír, fuertemente.
Bastardo.
La vergüenza me embargó. El calor se esparció por mi cuello.
—Lo siento —dijo, alcanzándome con la mano— Pero deberías haber visto tu cara.
—No es gracioso.
—Nena, no creerías lo malditamente gracioso que fue. —Envolvió los dedos alrededor de mi muñeca, arrastrándome sobre él— Ven aquí. Ah, las puntas de tus orejas están rosas.
—No lo están —murmuré, acostándome sobre el pecho.
Acarició mi espalda, todavía riendo.
—Sin embargo, no dejes que esto te asuste de por vida, ¿eh? Me gusta que me toques.
Resoplé discretamente.
—Sabes, si juegas con mi polla siempre sucederán cosas. Te lo garantizo.
—Lo sé. —El hueco del cuello era muy útil para enterrar mi cara caliente, así que lo aproveché— Me tomó por sorpresa.
—Seguro que sí. —Me apretó firmemente, luego deslizó una mano para acunar mi trasero— ¿Cómo te sientes?