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Mi cuello se contrajo. El dolor me atravesó mientras lentamente me enderezaba y parpadeé alejando el sueño de mis ojos. Me froté los brazos, tratando de quitar el entumecimiento.

—Auch.

Ruggero retiró una mano del volante y la extendió para frotar mi nuca con dedos fuertes.

—¿Estás bien?

—Sí. Debí haber dormido muy mal. —Me enderecé en el asiento, echando un vistazo a nuestro alrededor, tratando de no disfrutar demasiado el masaje de cuello. Porque por supuesto él era muy bueno con sus manos. El Señor Dedos Mágicos masajeó mis músculos de la espalda en un cierto orden y con aparente poco esfuerzo. No se podía esperar que lo resistiera. Imposible. Así que en su lugar gemí audiblemente y dejé que continuara haciéndolo.

Hallarme apenas despierta era mi única excusa.

El sol apenas se ponía. Los árboles altos y sombríos se apresuraban en el exterior. Tratando de salir de Los Ángeles, quedamos atrapados en un atasco de tráfico del tipo que esta chica de Portland nunca había visto. A pesar de mis buenas intenciones, no hablamos. Nos detuvimos y conseguimos comida y gasolina. El resto del tiempo, Johnny Cash se reprodujo en el estéreo y practiqué pláticas en mi cabeza. Ninguna palabra salió de mi boca. Por alguna razón, estaba negada a poner fin a nuestra aventura e ir por mi cuenta. No tenía nada que ver con comportarse como un adulto y todo que ver con lo cómoda que me empecé a sentir con él. El silencio no era incómodo. Era tranquilo. Refrescante incluso, haciendo que valiera la pena el drama de ayer. Estar con él en la carretera... había algo liberador al respecto. Alrededor de las dos de la mañana, me quedé dormida.

—Ruggero, ¿dónde estamos?

Me dio una mirada de reojo, con la mano aun masajeando mis músculos.

—Bueno...

Una señal pasó rápidamente afuera.

—¿Vamos a Monterey?

—Ahí es donde está mi casa —dijo— Deja de tensarte.

—¿Monterey?

—Sí. ¿Qué tienes en contra de Monterey, eh? ¿Tuviste un mal momento en un festival musical?

—No. —Di marcha atrás, rápido, no queriendo parecer desagradecida— Solamente es una sorpresa. No me di cuenta que estábamos, mmm... en Monterey. Está bien.

Ruggero suspiró y salió de la carretera. El polvo flotó y piedras golpearon el Jeep. Gaston no estaría contento. Se giró para enfrentarme, apoyando un codo en la parte superior del asiento del pasajero, acorralandome.

—Háblame, amiga —dijo.

Abrí la boca y deje salir todo.

—Tengo un plan. Tengo algo de dinero guardado. Pensaba ir a un lugar tranquilo por un par de semanas hasta que esto se calmara. No tienes que exponerte de esta manera. Sólo necesito sacar mis cosas de la mansión y estaré fuera de tu camino.

—Está bien. —Asintió—Bueno, ya nos encontramos aquí y me gustaría ir a comprobar mi casa por un par de días. Así que, ¿por qué no vienes conmigo? Solo como amigos. No es gran cosa. Hoy es viernes, los abogados dijeron que nos enviarían los nuevos documentos el lunes. Los firmaremos. Tengo un show la noche del martes en Los Ángeles. Si lo deseas puedes esconderte en la casa por un par de semanas, hasta que las cosas se calmen. ¿Suena como un plan? Pasamos el fin de semana juntos y luego podemos ir por caminos separados. Todo solucionado.

Sonaba como una idea sólida. Pero aun así, lo pense durante un segundo. Al parecer, fue un segundo de más.

—¿Te preocupa pasar el fin de semana conmigo o algo así? ¿Soy tan aterrador? —Su mirada sostuvo la mía, nuestras caras a casi un centímetro de distancia. Unos cuantos rulos caían sobre su rostro perfecto. Por un momento casi olvidé respirar. No me moví. No podía. Fuera, una motocicleta pasó rugiendo y luego todo quedó en silencio de nuevo.

Las Vegas [Ruggarol] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora